Siempre recordaré el consejo que me dio uno de los más grandes periodistas deportivos de la historia, Emilio Lafferranderie (El Veco), en una de las largas charlas de fútbol y tango en el Centro Internacional de Prensa de Yokohama, Japón, durante el Mundial 2002: “Cuando no encuentres un título o no sepas cómo arrancar una nota, acude a las letras de los tangos. Allí está todo lo que quieras saber sobre la vida”.

Por pura casualidad escuché aquel inmortal tango Sur, letra de Homero Manzi y música de Aníbal Troilo, favorito de mi padre, grabado por primera vez por la orquesta de Troilo con la voz de Edmundo Rivero el 23 de febrero de 1948. En medio de esos recuerdos saltó uno de los versos de Manzi que es el título de esta columna. Siguiendo el consejo de El Veco lo elegí en memoria de nuestro amigo y colega Alberto Sánchez Varas, fallecido el miércoles pasado. Estas letras son el reconocimiento a un valor intelectual superior, un guayaquileño legítimo identificado por el amor a su ciudad, un caballero de altas virtudes cívicas, un periodista heraldo de honestidad y un amigo formidable. Yo lo oía desde 1958 en Horizontes deportivos, uno de los mejores programas deportivos radiales de la historia, que conducían Ricardo Chacón y Augusto Jijí Barreiro. Alberto tenía 12 años cuando ya enfrentaba a los micrófonos de una radio tan tradicional como Atalaya y una enorme audiencia. Él daba las noticias del fútbol internacional que recababa de las transmisiones radiales de otros países y de los diarios que rescataba cuando los vuelos llegaban de Italia, España o Argentina, preferentemente. Su inclinación al deporte le vino en la sangre.

Su padre, don Alberto Sánchez Cavanna, era un joven del barrio del Astillero que ocupó posiciones directivas en Barcelona Sporting Club en la época del nacimiento de la idolatría. Su progenitora, doña Haideé Varas Peñafiel, fue destacada basquetbolista de la Escuela Modelo a mediados de los años 30. En 1964 cubrimos juntos el Campeonato Sudamericano de Natación que se hizo en la Piscina Olímpica. Yo me había iniciado como colaborador y Alberto ya estaba de planta en EL UNIVERSO. Cuando lo nombraron para un cargo en el Ministerio de Educación, pidió licencia y el Diario me nombró para cubrir el puesto. Al volver ocupó su antiguo lugar, pero don Francisco Pérez Febres-Cordero me propuso integrarme a la redacción deportiva. En una entrevista en 2012 Alberto recordó ese tiempo: “Tengo la satisfacción de que pertenecí a una sección deportiva de EL UNIVERSO considerada de las mejores de Sudamérica a fines de los años 60 y comienzos de los 70. Una sección de mucho prestigio. Siempre que había algún evento internacional aquí, un periodista extranjero visitaba el Diario e incluso escribía artículos para este. De igual manera nosotros, cuando nos tocaba viajar”.

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Despojado de egoísmo

Del querido Alberto Sánchez Varas recordaré siempre que, despojado de todo egoísmo como fue siempre, me mostró cómo se hacían las coberturas internacionales, una especie de arqueología del periodismo ante la magia tecnológica de hoy. En 1966 fuimos juntos al Sudamericano de Natación en Lima, él como enviado especial de EL UNIVERSO y yo como delegado de Ecuador. Alberto me pidió ayuda por mi conocimiento de la natación. Para el primer envío me citó a su habitación del hotel Crillon. Lo encontré tecleando en una máquina de escribir portátil. Me hizo algunas preguntas, me pidió que pusiera la dirección del Diario en unos sobres manila y cuando terminó la faena me preguntó: “¿Me acompañas al aeropuerto? En una libreta había anotado el nombre de varias compañías y el itinerario de los vuelos a Guayaquil.

Llegados a la terminal fuimos al mostrador de la empresa, donde lo escuché rogar que la tripulación llevara los sobres hasta nuestra ciudad, donde EL UNIVERSO iría a recogerlos. Adentro iba el material escrito y las fotos. Alberto ya era un experto en ese sistema, pues en 1964 había viajado a Caracas y Santiago de Chile con Barcelona que jugaba la Copa Libertadores. Lo que aprendí lo puse en práctica desde 1967 en mis asignaciones periodísticas hasta 1994 en que reporté el Mundial desde Estados Unidos usando el fax y las radiofotos. La investigación de la historia de Guayaquil y la del deporte porteño nos unió mucho más con el paso de los años. Nos cupo el honor de inaugurar –junto con Mauro Velásquez Villacís– la época de la historia documentada de los hechos deportivos, desechando los recursos de la mentira, la impostura y la fabulación que no han desaparecido del todo. Compartimos por muchos años hallazgos, descubrimientos, fotografías inéditas.

En el 2002, a instancias de Nicolás Romero Sangster y Jorge Kalil, los tres hicimos en CD-ROM lo que se llamó La biblia de Barcelona SC.

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Después colaboramos juntos en la revistas Barcelona, que dirigía Pepe Viteri, y en El Ídolo, que dirigió Alberto. Dividió su tiempo entre el periodismo, el estudio de la historia y la cátedra universitaria. Trabajó en radio, medios escritos y fue uno de los pioneros de la televisión deportiva. Su vida estuvo llena de anécdotas como la de un vuelo de terror en una frágil avioneta en la que viajó desde Machala, despegando casi en tinieblas, con los recordados cronistas gráficos Humberto Parra y Miguel Quijije, trayendo el material de la final ganada por Barcelona contra Técnico Universitario, la tarde del inolvidable gol de chilena de Víctor Ephanor.

Luis Pescarolo (i), Jaime Rodríguez, Alberto Spencer, Ricardo Chacón y Alberto Sánchez Varas, en febrero de 1971. Foto: Archivo

Pero la más macabra fue la de la transmisión de un partido decisivo en Ambato entre Técnico y Emelec. En el Bellavista los sitios para la TV fueron ocupados por el público. Los enviados de la televisión –Alberto y Jorge Delgado Guzmán, entre ellos– debieron laborar trepados en el techo del estadio. “No hay peligro”, les dijeron. Pero lo que no estaba previsto es que en medio partido se produjera un temblor. “Creíamos que había llegado nuestro fin”, contaba Alberto.

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Obra extensa

Una mañana del 2013 me hizo una distinción. Ya laboraba en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil e iba a inaugurar un espacio radial de historia guayaquileña llamado Un paseo por el tiempo. “Quiero que tú seas el primer entrevistado” me dijo, y así fue. Enriqueció la cultura de nuestra ciudad con libros como Emilio Estrada Carmona, revolucionario y estadista; 120 años de servicio Junta de Beneficencia de Guayaquil; Benemérito Cuerpo de Bomberos de Guayaquil, 1835-2010; La aviación y los aeropuertos de Guayaquil; Héroes del comercio, Historia del Movimiento Olímpico Ecuatoriano, y otros títulos. Fue miembro de la Academia Nacional de Historia y de la Sociedad de Historiadores Camilo Destruge.

Un periodista de nuestro Diario lo recordó así: “Alberto nunca estuvo ocupado para responder una llamada que fuera acompañada de una consulta. Tampoco, en el largo tiempo en que estuvo enfermo, se quejó o dejó de ser optimista. Nunca dijo ‘estoy mal’. Parecía que uno hablaba con alguien que no tenía ninguna dolencia. Su ánimo siempre fue muy positivo”.

“Nostalgia de las cosas que han pasado, arena que la vida se llevó”, dice el tango. Recuerdos de un personaje inmejorable como Alberto Sánchez Varas (1946-2021), de un amigo ejemplar, de un periodista distinto llamado a ser emblema de las nuevas generaciones cuando decidan ser inteligentes y sensatas –algunos de quienes las integran–. (O)


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