Los abusos psicológicos y ultrajes sexuales a deportistas se han extendido en el mundo de forma alarmante. Muchas de estas agresiones se mantuvieron por largo tiempo en silencio para evitar escándalos y desprestigio de organizaciones estatales deportivas de países que intentan demostrar la superioridad de sus sociedades con base en éxitos deportivos conseguidos a cualquier precio.

Otra de las razones para que estos delitos no se hayan conocido es que son cometidos por autoridades que tienen gran ascendencia en los sueños de las deportistas, considerando que varias de ellas son menores de edad a las que presionan y chantajean.

Muchos de los casos se hicieron públicos porque los denunciaron aquellas mujeres ultrajadas cuando ya se convirtieron en adultas y la carga psicológica las obligó a ir a medios de comunicación para encontrar respaldo. Y al revelar el abuso hallaron la solidaridad de organizaciones privadas no gubernamentales que luchan por derechos que muchas veces conculcan las autoridades deportivas y también las de esferas gubernamentales.

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Un caso que sacudió a Grecia se conoció cuando el periódico Efimerida Ton Syntakton tuvo acceso a documentos en los que 22 exgimnastas de ese país solicitaban al primer ministro que se establezcan medidas drásticas para evitar urgentemente la violencia física, psicológica y sexual que permanentemente ocurría en federaciones como la de gimnasia.

Por supuesto, las deportistas estaban ya retiradas y denunciaron sucesos ocurridos en los años 80. Ellas se envalentonaron por lo que denominaron descargo de conciencia ante el abuso que sufrieron por parte de sus entrenadores. En el epílogo de aquel documento escribieron una frase dolorosa: “Detrás de una medalla, la mayoría de las veces se esconde una niñez ofendida”.

Además, fueron explícitas al detallar el tipo de abusos sexuales en los entrenamientos al ejecutar la posición llamada “spagat”, que consiste en que las piernas se extiendan a cada lado formando como mínimo un ángulo de 180 grados o más. En esa postura los entrenadores acusados por la exgimnastas griegas podían tocar las partes íntimas de las deportistas. El régimen autoritario del entrenador proseguía al citarlas en lugares reservados con otros fines, obligándolas a mantener el secreto.

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En Suiza, el diario Tages-Anzeiger hizo público que ocho atletas habían sido abusadas psicológicamente y sexualmente. Estudios clínicos señalaron que las deportistas abusadas, que prefirieron el anonimato de sus identidades, desarrollaron severos trastornos, depresión, perturbaciones mentales, y hasta pensamientos tendientes al suicidio. ¿Qué se hace ante el peligro que asedia al deporte femenino?

La institución Human Rights Watch denunció que los organismos internacionales del deporte hacen esfuerzos e inversiones, y elaboran severas normativas en contra del dopaje, pero no hacen el mismo esfuerzo para evitar el abuso psicológico y sexual que sufren las deportistas y por ende no protegen estos legítimos derechos humanos. Lo que sí es de conocimiento general es que las drásticas sanciones contra estos delincuentes, disfrazados de entrenadores, no ha sido suficiente para detener estos delitos. El mal está en que los mecanismos para prevenir esta tendencia desgraciada son endebles y sin sustento técnico.

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Hace poco tiempo el tema se trató en las altas esferas políticas de Estados Unidos cuando el Comité Judicial del Senado recibió a las gimnastas McKayla Maroney, Aly Raisman, Maggie Nichols y Simone Biles para recibir sus denuncias sobre los abusos sexuales cometidos contra ellas por Larry Nassar, exmédico del equipo estadounidense de gimnasia. El caso generó un escándalo porque Nassar se declaró culpable en el 2018 y por sus detestables actos fue sentenciado a una condena de más de 200 años de cárcel, pero las investigaciones que comenzaron en el 2015 demostraron que en 20 años de actividad profesional, al menos 300 niñas y mujeres del equipo de gimnasia de EE. UU. habían sido ultrajadas por el despreciable médico.

Pero para sorpresa de todos, el caso no quedó tan solo en la valentía con que dieron la cara estas deportistas, sino por la frontalidad de la denuncia de la afamada Biles, que alzó la voz con suficiente autoridad para imputar al sistema de justicia estadounidense, al que acusó de hacerse de la vista gorda por mucho tiempo. Además, inculpó al FBI de ser negligente en sus investigaciones. Las desgarradoras versiones de las afectadas golpearon la conciencia de la sociedad mundial cuando la atleta olímpica, múltiple ganadora de medallas olímpicas de oro en Río 2016 para su país, dio detalles de la agresión sexual que sufrió por parte de Nassar.

Denunció que Nassar le dio un somnífero y había abusado sexualmente varias veces de ella, pero que el agente del FBI que recibió la denuncia le preguntó: “¿Tiene algo más que contarme o eso es todo?”. Al director del FBI, Chris Wray, presente en la audiencia de las deportistas que consignaban en el Senado, no le quedó más que pedir disculpas por la inacción y la acción negligente de su agencia. Los casos no terminan ahí. Hace pocos meses la Federación Alemana de Natación suspendió indefinidamente al entrenador Stefan Lurz, señalado de acosar sexualmente a deportistas.

Una pregunta se repite: ¿Se hace lo suficiente para proteger a las deportistas? La comunidad europea trató el tema y destacó que instituciones deportivas neerlandesas han creado un programa de educación en valores, prevención del abuso y elaboración de códigos de conductas. Pero también un régimen sancionatorio ejemplar y un manual preventivo que permita reconocer temprano, con base en principios valorativos, indicadores emocionales, físicos, psicosomáticos, conductuales, y también sexuales, si una deportista ha sido afectada.

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En 1975 la gimnasta rusa Olga Korbut, ganadora de cuatro preseas de oro olímpicas, declaró en su retiro: “Fui campeona, pero ni el brillo de las medallas que gané me pueden liberar del gran sufrimiento de haber sido una esclava sexual de mi entrenador, Renald Knysh. El caso no pasó a mayores y todo lo absorbió el sigilo soviético. Y así como los aquí anotados hay cientos de casos descubiertos y muchos otros han sido tapados por la indiferencia y el silencio cómplice de las autoridades.

Aprovecho para formular una pregunta: ¿qué se hace en Ecuador, respecto a abusos sexuales, para proteger nuestra niñez y juventud deportiva? Por lo delicado del tema sería bueno oír a las autoridades deportivas nacionales. (O)