Conocido el resultado de la final de ida del campeonato ecuatoriano de fútbol 2020, disputada en el estadio Monumental entre Barcelona y Liga de Quito, considerábamos que el empate a 1 era un resultado favorable para el visitante. El partido de vuelta en el Rodrigo Paz –que por mucho tiempo ha sido un reducto inexpugnable de los albos, sobre todo contra los canarios, adicional el peso que representa jugar a 2.800 metros de altitud– iba a ser una prueba exigente. Igual, tomando en cuenta esas adversidades, me animé a creer que nada estaba escrito si bien Liga se destacaba por su orden táctico. También señalé que percibía que Barcelona, ubicado en estas instancias de finalistas, seguía aferrado a la esperanza de conseguir su corona decimosexta.

La noche del martes 29 de diciembre, Barcelona demostró de qué están hechos los ídolos. No solo sobresalió por el coraje, sino además por la concentración e inteligencia. Estos requisitos emergieron a la hora de jugar esta finalísima, que se convirtió en un partido épico, para recordarlo. Al equipo torero se lo percibió convencido de que la fe mueve montañas. Empero, para que llegara a suceder, era menester que esa fe, por más fuerte que fuera, se acompañara con obras, y así no resultar inútil.

El partido

El selecto grupo de jugadores cumplió a rajatabla lo pensado por Bustos. Y no solo eso. En el camino corrigieron errores puntuales que estaban facilitando la tarea de desborde con que Repetto había diseñado su estrategia. Para beneficio de la visita, Bustos se dio cuenta y reforzó esos sectores vulnerables. En adición, el estratega amarillo, convertido en los últimos partidos en un experto en finales, conocía también que era imposible que Liga pudiera resistir físicamente con el ritmo que impuso en el primer tiempo. No he visto un equipo en el mundo que pueda hacerlo. Ni el Santos de Pelé, ni el Barça de Messi, ni el Ajax de Cruyff lo hubieran podido hacer. Liga corrió ese riesgo y tal intensidad le pasó factura. Sus soldados se cansaron, se lesionaron, bajaron su rendimiento. Bustos conocía que su sector defensivo era su arma para contrarrestar la embestida alba. Necesitaba firmeza y concentración de su línea posterior como llave del éxito. Y así sucedió. Sus defensas se lucieron, sobre todo su arquero, quien parecía que había jugado veinte finales: mostró la casta y templanza que requiere un portero para configurar una noche inolvidable.

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Recuerdo cuando el economista Galo Roggiero, expresidente y campeonísimo con Barcelona, insistía en que él armaba a sus equipos comenzando por el arco, y que después se encargaba de fortalecer las demás zonas. ¡Y vaya que tenía razón! Javier Burrai confirmó la teoría de Roggiero.

Bustos también la conocía. Hasta dijo que había soñado que el partido se definiría por penales y que había practicado para escoger quiénes debían cobrarlos y en qué orden. Acertó. Aprovechó que su colega Repetto se ufanaba diciendo que él no requería practicarlos, porque a su equipo debía convencerlo de que el camino del título era ganar el partido sin llegar a la tanda de los penales. Craso error del estratega ligado. Y se lo pudo notar mientras el grupo de jugadores del Ídolo del Astillero se sentía satisfecho con el empate y psicológicamente estaba preparado para definir in extremis. Los locales, inciertos, dubitativos; pagaron caro el despropósito.

Dudas despejadas

Bustos se encargó de despejar muchas dudas que aparecieron en el transcurso del año. Recibió muchas críticas. En sus declaraciones de campeón –llenas de júbilo– hizo mención, como si no dijera nada, de que fueron injustas tales críticas.

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Creo que Bustos entenderá que ser director técnico de Barcelona lo expone a un juicio más severo y a veces más continuo. En fin, lo que debe tener claro este exitoso técnico del fútbol ecuatoriano es que ya inscribió su nombre entre los campeones con Barcelona. Y eso es imperecedero. También confirmó que una de sus especialidades es ser un buen recetador. Demostró que tiene idoneidad y especialización para formular la táctica adecuada para ganar finales.

El fútbol produce espacios para la alegría y, si te llega, hay que distribuirla. Con mayor razón si eres el campeón de una temporada. Ese es el momento en que el balompié devuelve la esencia de la querencia al hincha. La alegría siempre debe ser compartida, porque si es mía, también puede ser de muchos; y un partido puede provocar todo aquello en su conjunto. El resultado favorable es capaz de generar tanta felicidad como fue, por ejemplo, la inmediata celebración por el triunfo canario, comparable con el placer que produce comer un chocolate, saborear un buen café o tener sexo. El hincha sabe también que la felicidad de ganar un campeonato llega con plazo interminable, porque lo recordará para siempre con orgullo. Dirá que la corona 16 conseguida en 2020 fue la recompensa a una relación sentimental a distancia, debido a las finales sin público en los estadios. Los héroes, en medio del silencio, anotaron sus nombres en ese patrimonio cultural inmaterial que ha escrito Barcelona en la historia del fútbol nacional.

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Cuando Barcelona inició el torneo –envuelto en tantos pesares financieros que hasta la directiva prefirió hablarles a los socios para convencerlos de que iban a ganar el “campeonato financiero”, y, la verdad sea dicha, con lo que quedó lejano ese eslogan de las campañas tradicionales con el que los candidatos ofrecían ganar la mayor cantidad de títulos en las canchas– pocos creían que ganaría. Han regalado a miles y miles de hinchas esa alegría que hoy la disfrutan y la comparten, porque es su derecho.

La venia al campeón

El gran reservorio de letras de la historia torera seguramente seguirá llenándose de la inspiración de poetas que quieren cantarle a su equipo. Sucedió en cada estrella ganada. Sobresale, por ejemplo, en 2012 una de las estrofas del poeta esmeraldeño Julio Micolta: “Insurge el sol amarillo, desde el profundo horizonte, hay canarios en el monte, libremente canta el grillo, resplandece todo el brillo del astro rey en la zona de candela, donde abona la alegría en el crisol, cuando el pueblo grita gol del ídolo Barcelona”.

Era tal el brillo de la hermosa copa de campeón y tan contagiosa la alegría de los dirigentes, jugadores y cuerpo técnico –más la explosiva celebración del barcelonismo en todo el Ecuador– que no hizo mella ni quitó la brillantez de la coronación el que hayan apagado las luminarias del estadio albo sin querer queriendo o por coincidencia. Ahí, donde los barcelonistas recibían las medallas doradas entre sombras, relució la gloriosa decimosexta estrella de Barcelona.

Los más profundos estudiosos comentan que hasta el escepticismo guarda su ética. En el momento que aparece la verdad, ahí se terminan las dudas, ahí florecen los paradigmas. Cuando levantas la copa por ser el mejor, el resto, así le duela en el alma, tiene que hacer el pasillo de honor y aplaudir. (O)

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