¿Qué tal es Gustavo Alfaro?”, nos preguntan amigos y colegas ecuatorianos. Después de un año y monedas sin entrenador, salvado en parte por la pandemia y sus consabidas suspensiones, luego del carísimo mamarracho español Cordón-Cruyff y considerando que la eliminatoria comienza ‘mañana’, es muy buena elección; quizá excelente. Desde luego, esta es una conclusión previa, tras analizar al profesional y la circunstancia. Pero las previas suelen ser papeles al viento. Luego vendrá la competencia, que cantará la verdad. Por perfil y currículum, es un candidato perfecto Alfaro. No obstante, es preciso desterrar eufemismos del tipo “las otras selecciones están igual, inactivas”.

No es así, todas tienen técnicos trabajando hace tiempo, en algunos casos, años, con equipos ya designados, entrenadores que conocen a la perfección el panorama del que pueden disponer, lo que es capaz de ofrecerle cada jugador y futbolistas que saben lo que pide su jefe, el estilo y la táctica. Incluso el grupo, el vestuario, está armado. Alfaro deberá empezar hasta por retener los nombres. No sería extraño que haya diálogos de este tipo: “¿Daniel Martínez…? No, Fidel, Fidel Martínez. Ah...”.

En ese complicado escenario puede aflorar lo mejor de Gustavo Alfaro, un hombre proveniente del interior de Argentina, y del fondo del ascenso, con 28 años de trayectoria manejando equipos, con éxitos muy significativos y probada capacidad. No fue un futbolista destacado, apenas un correcto (aunque inteligente) centromedio de Atlético Rafaela, de breve campaña en el Nacional B. Luego, el estratega, el conductor, superó ampliamente al jugador. Es relevante puntualizar que Alfaro se quedó a cinco materias de ser ingeniero químico. Lo doblegó su locura por la pelota. Lo contó en una gran nota de la revista El Gráfico: “Estudiaba en Santa Fe, a 80 km de Rafaela, y era el capitán de Atlético Rafaela, jugábamos en la Liga Rafaelina. Cuando conseguimos el ascenso al Nacional B le dije a mi viejo: ‘Dejame jugar al fútbol, que ingeniero puedo ser a los 40 años, pero jugador de fútbol no, es el sueño de toda mi vida’. Y me dediqué de lleno a jugar. Luego retomé la facultad, pero me di cuenta de que había perdido la pasión por el estudio, porque había nacido en mí una nueva pasión, la del entrenador. Y me propuse lograr como entrenador lo que no había podido como jugador: llegar a primera”.

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Otro dato no menor en su trayectoria es su amplia incursión en el mundo del análisis televisivo. Gustavo cubrió cuatro mundiales, cuatro copas América y tres eliminatorias como comentarista de Caracol Televisión, la cadena colombiana. Y lo hizo con alto nivel de aceptación, destacando su agudeza para desentrañar y explicar el juego. Para ello, cada vez que firmaba contrato con un club avisaba que, durante los recesos para las grandes competencias, viajaría para tal fin. A sus 58 años, el rafaelino posee una experiencia vastísima: ha dirigido a trece clubes, a algunos dos veces, y nunca se quedó sin trabajo. Tratándose del inestable fútbol argentino, es alto mérito. Por primera vez comandará una selección, pero conoce el paño y el espectro sudamericano por su tarea televisiva. A lo largo de esos 28 años liderando vestuarios, ha abrevado de muchos profesionales prestigiosos. De todos sacó algo. Ha sido un maestro en el arte de arreglarse con lo que hay, haciendo mucho con poco. Dos ascensos seguidos a primera división (2001 con Olimpo y 2003 con Quilmes) lo catapultaron al escenario grande y ya nunca más bajó. Tuvo una vivencia decepcionante en San Lorenzo y una discreta en Boca (estaba a un punto del líder faltando siete fechas, pero hubo elecciones y la lista triunfante contrató de inmediato a Miguel Ángel Russo en su lugar). Los hinchas no le perdonaron una actitud demasiado defensiva del equipo frente a River en semifinales de la Copa 2019 (perdió 2-0), justo cuando ansiaban desquite por la final de 2018. Ahí le quitaron el crédito. En el medio, dos pasos triunfales por Arsenal, ganando el Torneo Clausura 2012, la Copa Argentina 2013 y la Copa Sudamericana 2007. Hablamos del Arsenal de la familia Grondona, y sin intentar demeritar en absoluto a Gustavo Alfaro, es justo señalar que los árbitros se arrojaban desde un precipicio antes de darle un lateral en contra al cuadro del padrino.

También es de nobleza decir que Arsenal fue su obra cumbre: un equipo sin figuras y con bajo presupuesto, pero serio, combativo, bien plantado en el campo, difícil para todos, tácticamente impecable, que ganó por demolición a Boca, a Independiente, a San Lorenzo… Y quién sabe si Arsenal no daba el golpe en la Libertadores 2014, un tipo de competencia ideal para el estilo Alfaro, similar al de Bauza. Fue una edición pobre (definida entre San Lorenzo y Nacional de Asunción) y lo había clasificado a octavos de final.

Sus equipos son ordenados e incómodos para el rival; Alfaro los arma de atrás hacia adelante, cuidando siempre el arco propio y poblando el medio campo. Es un técnico criterioso, de excelente expresión oral y sencillo de propuestas, de modo que los jugadores deberían entenderlo rápido. Está la grave limitación del tiempo, eso sí. Su llegada a Quito se anuncia para este domingo 6, desembarcaría el lunes 7 en la Casa de la Selección y a partir de allí tendría 31 días para instalarse, nutrirse de información, ver jugadores del medio local y preparar los partidos con Argentina y Uruguay. Con dos viajes mediante.

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En verdad, no tendrá espacio para trabajar en campo, pues recibirá a los jugadores cinco días antes. Ecuador debutará con cero preparación, será un conjunto de once músicos sin ningún ensayo previo y, en muchos casos, sin conocimiento anterior. Él toma un riesgo. Y nadie lo va a juzgar por las precarias condiciones en que asume, será por los resultados. Si hubiese tenido aunque más no fueran veinte días de trabajo con un plantel, le pondríamos fichas confiados. En este caso tan especial, es mejor ver primero antes de vaticinar. (O)