Aunque la fecha no aparece todavía en los libros de texto –como sí está la del 13 agosto de 1521, cuando Hernán Cortés sometió al imperio azteca–, ya hace mucho tiempo, 30 años exactamente, que en México se acepta como hecho oficial que hubo una segunda conquista y esta comenzó la noche del 29 de septiembre de 1989, sobre el campo verde del estadio jalisciense 3 de Marzo, de Zapopan. Capitaneó esa maravillosa aventura, sin ejércitos ni arcabuces, un joven futbolista ecuatoriano que apenas tenía apenas 72 horas de haber aterrizado en aquel país. Era Álex Aguinaga, que no llegó en plan de invasor, como el español, sino como una de las más preciadas joyas del balompié sudamericano tras deslumbrar en la Copa América de Brasil 1989.

Y aunque el capítulo inicial tuvo instantes de breve confusión para Aguinaga en el aeropuerto Benito Juárez, un estreno impensado ante los Tecos de Guadalajara, el hostigamiento de su técnico, y dudas sobre su permanencia, lo que protagonizó el ibarreño en el Necaxa, tras la primera temporada, es una de las más formidables leyendas forjadas jamás por un jugador foráneo en México. Y de conquistador pasó a ser el mejor embajador de Ecuador en la tierra de los mariachis y de soportar las críticas de su entrenador a recibir elogios encendidos de la prensa. ¿Ejemplos? Ahí les van algunos: “Al final del siglo XX el fútbol mexicano no tiene que esforzarse mucho para reconocer a su máxima figura de la última década”,“llegó para convertirse en un líder, en un símbolo y en la propia identidad del Necaxa”, “el jugador con la mejor visión y mayor inteligencia que ha traído nuestro fútbol”, “por sus enormes cualidades futbolísticas es uno de los mejores cinco extranjeros de todos los tiempos”, “Aguinaga es uno de los futbolistas más rentables que hayan pisado las canchas mexicanas”, “la más perfecta definición de la palabra profesionalismo”.

Crack tan querido, admirado y respetado que hasta Ernesto Zedillo Ponce de León, presidente de México entre 1994 y el 2000, y un acérrimo hincha necaxista, en 1998 le pidió-sugirió-ordenó a los dirigentes de Televisa que al ídolo no se lo muevan del Necaxa. Lo cuenta Aguinaga, en el aniversario de su estreno, a Diario EL UNIVERSO.

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Lo fichó el América, pero al arribar le dijeron que iba al Necaxa. ¿Qué sucedió?

Yo llego a México y José de Jesús Pérez, el licenciado Jorge Romo (directivos) y Aníbal Maño Ruiz (DT) me esperaban en el aeropuerto. ‘¡Bienvenido al Necaxa!’, me dijeron, me pusieron un pin en el suéter y me sorprendí. No sabía qué pasaba. Me explicaron que el América tenía lleno el cupo de extranjeros y que la única opción era Necaxa (también propiedad de Televisa). Les dije ‘bueno’. Las circunstancias se dieron así. El destino te va llevando por los caminos por los que tienes que transitar y a vece no por los que uno quisiera. Pero al final estoy muy agradecido de haber ido al Necaxa en ese momento.

Su destino pudo ser ir al Millonarios de Bogotá. ¿Cómo habría cambiado su carrera?

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No lo sé. Cuando llegaron los emisarios mexicanos a Ecuador me comprometí con ellos y les di mi palabra. Luego Millonarios hizo una oferta tentadora, más que por dinero por la cercanía entre Bogotá y Quito me habría permitido viajar para visitar a mis padres. Había muchos temas que me podrían haber beneficiado, pero yo ya había dado mi palabra a los mexicanos. Después aparece el Milan con diez veces más de lo que ofrecían los mexicanos (pagaron $ 280.000), pero me educaron para ser una persona íntegra, honesta y tratar de ser lo más coherente posible entre lo que dices y lo que haces. Me inculcaron mis padres que no hay suficiente dinero en el mundo que pueda cambiar tu forma de ser. Vine a México, aunque en el Deportivo Quito me pedían que no lo haga porque había mejores ofertas y más dinero para ellos. Les dije que lo sentía, pero que había dado mi palabra a personas que confiaron en mí.

¿Cómo fue su debut, qué recuerda?

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El 24 de septiembre de 1989 jugué contra Paraguay, en Guayaquil; el 25 fui a Quito y el 26 llegué a México. El 27 me presentaron en Necaxa y entrené ese día y el 28. El Maño Ruiz me dijo que iría a Guadalajara al juego contra Tecos para acompañar al equipo e ir conociendo al plantel, pero que no alinearía porque no tenía una noción clara de lo que podía brindar al equipo. Salí a la banca con las medias abajo, sin canilleras, con los zapatos desamarrados y relajado. Pero el astro peruano Julio César Uribe, de Tecos, le cometé una falta al brasileño Irineo Junior, el 10 del Necaxa y este tuvo que salir. El Maño me preguntó: ‘¿cómo estás para jugar?’ y casi sin calentar entré. Robé una pelota en media cancha, se la toqué a Wilmar Cabrera, el uruguayo remató fuerte, el tiro rebotó en el portero y entré yo para de cabeza hacer el gol ¡Fue increíble! No esperaba jugar y con ese gol ganamos.

Entiendo que la relación con el Maño no era buena.

Fue complicada porque, por lo menos conmigo, era bastante grosero y chocábamos mucho. A veces llegaba a mi casa y le decía a mi esposa (María Sol): ‘vámonos de aquí porque no voy a aguantar a este hombre’. Yo era el centro de las críticas de Ruiz. Decía que no corría, que no me entregaba, que siempre me equivocaba pero me alineaba en todos los partidos porque le daba algo diferente. Pero todas las charlas eran dirigidas para mí. Mi esposa me sugería tener paciencia porque no podía regresar derrotado. Al final del torneo le dije a ella que para mí era muy difícil volver a jugar en México, pero me convenció de cumplir el contrato. Cuando retornamos, el Maño había sido removido y llegó el argentino Eduardo Luján Manera. Todo mejoró desde ahí, me fui adaptando, conocí a los mexicanos y ellos me conocieron a mí. Por eso me quedé por acá. 

Como una señal de servilismo (en 1998, al presidente mexicano, los dirigentes) dejaron a Aguinaga siempre en el Necaxa y nos dieron los mejores títulos de nuestra historia. Mi libro Dios es redondo fue presentado en el Azteca por este jugador inolvidable. Juan Villoro, escritor mexicano

¿Fue difícil para una pareja joven adaptarse a México?

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Yo tenía 21 años y María Sol 18. Fue muy difícil, pero teníamos el deseo de salir adelante. En enero de 1990 nació Álex, el primero de mis hijos. Mi esposa dio a luz sola, no vino su familia ni la mía. Yo estuve en la zona de parto, pero pronto tuve que irme a la concentración porque debíamos jugar. Afortunadamente nos ayudaron las esposas del profesor Jorge Paz (preparador físico del Necaxa) y la de Wilmar Cabrera, que ya tenían experiencia en estas situaciones. Con (los nacimientos de) mis otros dos hijos pasó exactamente lo mismo, pero queríamos una vida distinta y esas complicaciones fueron necesarias para crecer.

Luego llegaron los títulos. ¿Qué corona disfrutó más?

Todos los títulos fueron maravillosos, pero hubo dos ganados a equipos grandes: al Cruz Azul (temporada 1994-1995) y a las Chivas (Invierno 1998), y ambas ocasiones definiendo de visita. Antes lo hicimos contra el Atlético Celaya (1995-1996). El primero fue el que más disfruté, fue mi primero como profesional después de debutar en 1984 (con el Deportivo Quito) y me coroné tras casi once años. Había sido una carrera muy difícil, pero cuando llega el primer título es como haber cumplido un sueño y un deber.

Tras cada título Televisa se llevaba necaxistas para el América. ¿Es cierto que el presidente Zedillo influyó para que no lo cambien?

Eso sucedió en 1998. Nos recibió como campeones en Los Pinos y le dijo a Alejandro Burillo Azcárraga (director del Comité de Fútbol de Televisa): “Puedes llevarte a cualquiera, menos a Aguinaga”. No es cuento chino, se lo dijo cuando yo estaba presente. Fue una decisión correcta porque yo ya estaba muy identificado con el Necaxa y la gente conmigo. Los colores estaban muy marcados, había diferencias entre uno y otro equipo y también mucha rivalidad. La recomendación de Zedillo la tomaron muy en serio. A nadie le gusta pelearse con el presidente y aunque el tema no tuviera enorme relevancia, se trataba del equipo de sus amores y eso habría podido generar un encontronazo. A Televisa no le habría convenido hacer algo contrario a ese pedido.

Foto 1: Necaxa, campeón de la temporada 1994-95 en México. ARCHIVO

¿Imaginó todo lo que usted representa hoy en México?

Nadie piensa en esas cosas ni en lo que va a pasar. Hay que entregarse al máximo y lo que deba ser, será. Tuve la fortuna de llegar a un equipo en formación, al que veían por encima del hombro. Necaxa no tenía mucho color ni mucha vida y le dimos ambas cosas. Fuimos creyendo en nosotros y terminamos siendo el mejor equipo de la década. Donde nos parábamos éramos respetados y queridos. A la gente le gustaba nuestro juego, se identificaban con nosotros.

Por el aniversario hoy le cantarán Las mañanitas, supongo.

No habrá nada. Será un día lindo y feliz sí, porque hace 30 años debuté, pero será un día más. Mi hijo Álex está en Aguascalientes, con la academia (de Fútbol Álex Aguinaga). Cristiane trabaja y mi otra hija (María Sol) estudia y siempre tienen eventos los fines de semana. Nos juntamos en los cumpleaños y lo que no perdonamos son las navidades y las fiestas de fin de año para estar todos juntos. Ahora, si se da el caso nos saldremos a comer. (D)

 

14 años en el necaxa

Álex Aguinaga jugó entre 1989 y el 2003 en ese club. Ganó tres títulos de liga, una Copa de México, una Copa de la Concacaf y fue tercero en el Mundial de Clubes del 2000. (D)