Polonia es desde ayer el lugar donde nació la gloria del fútbol ecuatoriano, huérfano de títulos de prestigio hasta que los integrantes de la Tricolor juvenil cambiaron la historia al coronarse campeones de Sudamérica en el torneo de Chile 2019. Pero los héroes que comandó el argentino Jorge Célico fueron más lejos en el Mundial Sub-20 de la FIFA e instalaron al balompié nacional como el tercero mejor del mundo en su división. Regresarán mañana, orgullosos, felices, con una medalla colgada en el cuello. Y aunque el metal sea el bronce, el valor de ese premio recibido tiene el mismo que el del oro.

Estremecidos por la emoción, sonrientes por la victoria, incrédulos aún porque jamás antes ocurrió un suceso parecido, los aficionados ecuatorianos por fin, en una Copa del Mundo, no celebraron goles de otros combinados sudamericanos, no tuvieron que identificarse con cracks extranjeros, y no sufrieron ni gozaron por una selección sustituta de la propia en los afectos.

Los abrazos por el penal que atajó Moisés Ramírez, los gritos por el tanto que hizo Richard Mina y el llanto de alegría al terminarse los 120 minutos de juego salieron del alma y nunca de manera más genuina y sentida porque fueron por Ecuador. Ese fervor de hinchas, esas sensaciones ocurrieron por primera vez en nuestra historia gracias a la que ayer dejó de ser mini-Tri y se transformó en la maxi-Tri.

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Y si alguna duda existía de la importancia de recibir una presea de bronce, de la trascendencia de batallar por el que complete el podio, basta recordar el llanto solitario del joven Luis Estupiñán viendo su medalla mientras la acariciaba. O alegrar el espíritu con el baile de sus demás compañeros, tal vez sin asumir ellos que han sido los responsables del momento más importante, feliz, único, maravilloso del fútbol de Ecuador. Tras 81 años de competir ya era hora de una celebración así.

La Selección juvenil selló su recorrido en el Mundial con un triunfo 1-0 a Italia en la prórroga, en Gdynia.

Sudamericanos y europeos se enfrascaron en una contienda intensa, pero con escasas ocasiones de gol, que llegaron en su mayoría con disparos lejanos. Ya en la prórroga, Richard Mina (104m) embocó de primera un centro desde la izquierda de Alexander Alvarado para dar la victoria a Ecuador ante una Italia que había fallado un penal minutos antes.

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Marco Olivieri, en el minuto cinco del tiempo extra, disparó raso, pero el cobro del delantero de la Juventus se encontró con la mano del arquero Ramírez (95m), hombre ya de la Real Sociedad.

Tras el último pitazo quedaron mil postales de festejos y llanto que recorrerán el camino eterno de la memoria, porque ayer el fútbol de Ecuador –con unos muchachos aguerridos, un entrenador que saltaba solo, saltaba con los miembros de su cuerpo técnico, besaba a sus pupilos, abrazaba a Estupiñán, que se refugiaba en su pecho, y con un público ‘novato’ en las lides de tener a su equipo entre los mejores del planeta– sacó partida de nacimiento para intentar ser grande de verdad. (D)