“Yo creo que, a esta altura, Toño Valencia ha superado a Alberto Spencer”, me decía un amigo ecuatoriano hace ya seis o siete años. Y apoyaba su afirmación básicamente en el hecho de que Valencia actuaba en el Manchester United y que Spencer nunca llegó a jugar en Europa. Agregaba que ha protagonizado Mundiales y Alberto no. Que ha sido campeón de la Liga Premier... La pregunta de si el actual carrilero ha superado al antiguo centrodelantero está instalada en diversos foros y la mayoría se inclina a favor de Toño.

Siempre está retumbando la frase de que “no se pueden comparar épocas”. Con tal criterio, alguien podría decir que Isco es igual a Di Stéfano, aunque todos sabemos qué fue Di Stéfano y qué es Isco. Sostenemos lo contrario, muchos aspectos se pueden comparar, sobre todo la jerarquía. Solo que hay que estar informado y haber visto mucho fútbol. Sobre todo a quienes se analiza.

En el caso de Antonio Valencia y Spencer, lo que no se puede es trazar paralelos sobre un puesto, ya que uno es volante mixto devenido en marcador de punta y el otro era delantero de punta. Nada que ver. Se pueden hacer mediciones respecto de sus trayectorias, de sus logros, también hacer una ponderación de la calidad individual de uno y otro, de características.

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En esta época el fútbol es más difícil que antes. Hay muchísima más presión y, sobre todo, mayor velocidad, dos elementos que quitan justeza a la acción. Son dos factores que juegan a favor de Antonio en tanto agregaron dificultad. Por mayor grado de oposición lo de hoy podría ser menos bonito que lo de antes (que no lo es, al contrario), pero es más complicado. Un hecho concreto: los arqueros de hace 60 años eran mucho menos que los actuales. Es el puesto en el que más se avanzó en el fútbol. Que se entienda bien: los hombres que ahora van al arco no nacen más elásticos ni tienen más reflejos, evolucionó la función por la simple acumulación de experiencia y transferencia de conocimientos; y por el fantástico entrenamiento específico. Días pasados, a un golero que había parado dos penales en una serie definitoria le preguntaron si había analizado a los pateadores: “Sí –dijo–, los preparadores de arqueros tenían estudiados a todos los ejecutantes, sabíamos cómo rematan en general”. Antes no había filmaciones para estudiarlos, y ni se había pensado en hacerlo.

Valencia tiene enormes méritos. Haber llegado a un club tan prestigioso mundialmente como el United (por rendimiento, no por astucia de ningún empresario), haberse adaptado a un fútbol de alta exigencia como el inglés, ser titular indiscutido para el técnico más ganador de la historia (Alex Ferguson) y para otros consagrados como Van Gaal o Mourinho. Haber permanecido diez temporadas en semejante equipo, alcanzar la capitanía... Todos puntos altos.

Spencer también tiene una tarjeta para mostrar: más de 500 goles, ídolo de Peñarol, multicampeón, crack de dos banderas.

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Bien, todo eso es currículum. ¿Y el juego...? Valencia es un carrilero que juega pegado a la banda derecha y desde allí tira centros muy estimados para aprovechamiento de los delanteros. Es un correcto pasador de bola y, en ocasiones, cuando la jugada lo lleva a cerrarse, prueba al arco en virtud de su buen disparo de derecha. Alberto Spencer fue un goleador colosal. Triple campeón de América, bicampeón mundial de clubes, siete veces campeón uruguayo y una ecuatoriano, máximo artillero histórico de la Copa Libertadores con una cifra que posiblemente nunca se repita (54). Con un aditamento: marcando el o los goles que fueran necesarios para ser campeón. Dos a cero al Madrid, dos de Alberto, 1-0 a Palmeiras, Alberto; 4-2 a River, dos suyos... Siempre así. Una máquina. Goles decisivos, en finales. Una pantera tipo Didier Drogba, con un juego aéreo devastador y piques electrizantes.

Y era fuerte Spencer. Y era malo, como había que serlo en el área para sobrevivir y descollar en ese tiempo en que se marcaba menos, pero se pegaba mucho más (dos tópicos que suelen confundirse y que no tienen nada que ver). Spencer tiene la virtud del pionero. Hoy Ecuador está 59º en el ranking mundial de la FIFA, aunque normalmente se ubica entre el 30º y el 40º. Cuando Alberto escribió su leyenda no había ranking, pero Ecuador podía haber estado 100º, 120º, quién sabe... Si no fue a un Mundial es porque Ecuador no podía lograrlo. Cuando defendió a la selección uruguaya le hizo un gol a Inglaterra en Wembley (6 de mayo de 1964), el primero de los charrúas en esa catedral.

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Llegó solo y con un bolsito a Montevideo y se convirtió en una figura cumbre de un medio muy difícil. Pisó suelo montevideano y lo hicieron debutar cinco días después en un amistoso frente a Atlanta, armado con la única finalidad de ver qué era ese moreno. Hizo tres goles y no salió más. Al arribar a Peñarol, Uruguay todavía era una potencia: venía de ser campeón del mundo en 1950 y cuarto en 1954. En 1966, Inglaterra se coronó en su Mundial ganándole a Alemania, Argentina, Francia, Portugal y México; a la única selección que no pudo vencer fue a la Celeste: empataron a cero en el debut mundialista y con la reina en el palco.

Había que ser muy hombre para brillar en ese medio. ¡Y jugando de delantero…! Como ordenaba Washington Etchamendi a su zaguero derecho, “la primera es a la garganta”. Un fútbol descomedidamente rudo. Pero Alberto no se achicó nunca. Y fue titular desde el día que llegó hasta que se fue, once años después. En la década del ‘60, Peñarol era, junto al Santos y el Real Madrid, el equipo más fuerte del mundo. A ambos los tenía a maltraer. Y los goles eran de Spencer. Al mejor Santos de la historia, el de 1962, le hizo un gol en Montevideo y dos en Brasil. Para ubicarse en el tiempo: en las finales intercontinentales de 1966, Peñarol venció en los dos partidos al Real Madrid 2 a 0 y con mucha superioridad. Spencer anotó 3 de los 4 tantos.

Alberto no jugó en Europa. No es un demérito. Ni siquiera debe computarse, sencillamente porque en aquel tiempo casi no se hacían transferencias al Viejo Continente. Ni existía la figura del intermediario de jugadores. Ahora van hasta los malos. Pelé y Garrincha tampoco jugaron allá. Ni Pedro Rocha o Gerson, Tostao, Rivelino. Si no deberíamos decir que Valencia fue más que Pelé, porque O Rei no jugó en Europa.

“Spencer no tuvo que convertirse en zaguero ni castrar su juego para poder ser titular”, añade Ricardo Vasconcellos Figueroa. Es ahí donde desequilibra el de Ancón: en el protagonismo. Valencia ha sido una pieza valiosa, aunque secundaria de un colectivo de alto rendimiento como el Manchester United. Alberto era el estelar de un conjunto formidable, aquel Peñarol seis veces finalista de América en once ediciones. Y nunca olvidemos que lo más importante del fútbol es el gol, por ello el cañonero es, por regla general, el fichaje más caro y el jugador mejor pagado. En eso también gana Spencer.

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Cada quien tiene su idea. Visto desde afuera, la mayor virtud de Valencia son sus centros; Spencer fue un monstruo del gol. Es inalcanzable. (O)