Célebres escritores de talla mundial han dedicado un buen tiempo para hacerle un homenaje al fútbol. Unos lo han hecho desde la virtuosidad para escribir cuentos o historias sacadas de la más intrincada imaginación, como aquella de Mario Benedetti, el famoso intelectual uruguayo, cuando nos regaló en 1954 Puntero izquierdo, un relato sobre la situación de un futbolista abrumado en la parte económica. El personaje de Benedetti había sido palabreado para que en su próximo partido no pusiera toda su calidad en la cancha, a cambio de un trabajo estable. El cuento termina en que él incumple el trato y además hace el gol de su equipo, con las consecuencias venideras.

También Eduardo Galeano, otro famoso escritor uruguayo, le dedica al balompié un buen espacio de su gran ingenio. El autor de El fútbol a sol y sombra nos cuenta que la historia de este deporte es un triste viaje del placer al deber. Pero en nuestro fútbol encontramos hechos de la vida real que parecen creados por la imaginación de los más iluminados novelistas. De ese baúl saco hoy la historia del cura Juan Manuel Bazurko.

El suceso que quiero exaltar hoy sucedió la noche del 29 de abril de 1971 y cuenta Mario Chausón Valdez: “En la redacción deportiva del Diario EL UNIVERSO, nos encontrábamos Ricardo Chacón, Walter Espinel, Víctor Zevallos y Jaime Rodríguez, jefe de información deportiva”. Esa reunión coincide con la fecha del célebre partido que se denominó La hazaña de La Plata”, cuando el Barcelona ganó en la cancha del tres veces campeón de la Copa Libertadores, Estudiantes, con un gol espectacular, un gol que estremeció al Ecuador. Un cura español había hecho un gol, un sacerdote católico, apostólico y romano conseguía una anotación que hoy es legendaria.

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Chausón detalla así ese momento: “El partido lo escuchábamos a través de radio Atalaya, en las voces de Ecuador Martínez Collazo, el mejor relator que he conocido en el fútbol, y de Arístides Castro Rodríguez, Arcas. Como todos los ecuatorianos cruzábamos los dedos para que no golearan a Barcelona cuando en el minuto 17 de la segunda etapa, se produce lo inesperado: Juan Manuel Bazurko derrota al Bambi Flores y todos nos lanzamos de cabeza hacia el radio receptor. Solo se alcanzaba a escuchar una exclamación emocionada de Arcas: “¡Benditos sean los botines del padre Bazurco!”. Esta es una hermosa metáfora que sintetiza la obra de un futbolista que era el cura de la parroquia.

Pasó el tiempo y el cura vasco, que cumplía sus funciones de pastor en la parroquia San Camilo, del cantón Quevedo, y que había arribado a nuestro país a mediados de 1970, desde San Sebastián, nunca se habría imaginado que su paso por nuestro país iba a dejar huellas imborrables. Lo hizo más que por su obra catequista, por su aventura de vestirse de corto y jugar fútbol en nuestro país.

Cuentan que en sus tiempos libres el curita se dedicaba a jugar con los jóvenes de la parroquia y vecindades. Organizaba desde pichangas hasta campeonatos entre equipos de las comunas rurales cercanas a San Camilo. Y ya tras escuchar el comentario de que el cura era “harta pelota”, los dirigentes de Liga de Portoviejo lo invitaron a que jugara por ellos. Bazurko aceptó si se respetaban sus condiciones: no podía descuidar su misión, que participaría en los entrenamientos solo cuando pudiera, cumpliría en dar la santa misa los domingos y le pagarían puntualmente, porque ese dinero serviría exclusivamente para arreglar su capilla.

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Y por supuesto, como buen vasco, exigió que él debía ser titular. Todo fue aceptado y así se vistió de verde y blanco y la afición lo comenzó a disfrutar. En el libro Verde y blanco, historia de Liga Deportiva Universitaria de Portoviejo, escrito por el periodista Fernando Macías Pinargote, encontré esta nota: “En 1971 el golero de Universidad Católica era Bernabé Romera. Liga (P) le había ganado 3-1, uno de los goles lo había hecho Juan Manuel Bazurko, que concedía una entrevista en el mismo hotel donde se hospedaba Católica. El defensa Fausto Carrera venía bromeando con Romera y le decía: “Oye, qué golazo que te hizo el padrecito, te bañó, te bendijo, ja, ja, ja”. Romera respondió: “Cura concha de su madre, me dejó parado”. En eso se topó con el español y al verlo Romera cambió su discurso y, con una especie de saludo protocolario, le dijo al curita: “Che padre Bazurko, qué golazo me hizo, lo felicito”. El resto quedó para la risotada.

Barcelona de Guayaquil, que buscaba un centrodelantero, se fijó en él y lo tentó para que se ponga la popular camiseta amarilla del Ídolo. El cura dijo sí, pero puso también sus condiciones. Por eso se comenta que al final terminó jugando tan solo ocho partidos oficiales.

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Bazurko era un personaje culto y respetuoso. Se lo admiró por la devoción a las dos causas y su gol emblema en La Plata lo elevó a los altares de la historia del Barcelona. A aquel partido asistieron 30.000 aficionados argentinos que estaban prestos para ver la reverenda goleada.

Estaban incentivados por la prensa de su país, que con mucha soberbia había calificado al conjunto ecuatoriano –que visitaba el recinto sagrado, cancha que mantenía invicta por tres años– como un “modesto equipo que pintaba a un cuadrito de tercera categoría”. Hasta que llegó al minuto 62 y Barcelona arrancó con un contragolpe.

El Pibe Bolaños levantó la cabeza y vio al gran Alberto Spencer descubierto. Cabeza Mágica se fijó que el cura prendía los motores y le envió un balón a la frontal del área, entre los defensores. Allí, como si fuera un milagro, aparece el curita, y sin túnica, ni escapulario, calculó la salida del portero argentino. Bazurko llenó su botín bendito con la pelota y la levantó justo para que haga una parábola por encima del cancerbero Flores. El balón tomó destino hasta el fondo de los piolines y en un acto irreverente Bazurko se tiró sobre el gramado, como crucificado, para recibir el abrazo de sus compañeros de Barcelona.

Ahí comenzó la leyenda de los botines benditos. Las consecuencias de ese gol el cura vasco todavía no las sospechaba. No solo el equipo aguantó y soportó el vendaval pincharrata, sino que se ganó el partido. Mientras tanto, las calles de Guayaquil parecían venas con sangre amarilla. Al regreso, el recorrido del cura español se fue poco a poco desvaneciendo. Volvió a Portoviejo y siguió goleando, pero en cada paso, en cada homilía en el púlpito de cualquier iglesia o en la calle, la gente no solo le pedía la bendición, sino que recordaban que de esos pies cubiertos ya por sandalias, había nacido la magia en esa noche de abril de 1971, en La Plata.

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Lo que se conoce de Bazurko es que regresó a su tierra, San Sebastián, donde se confirmó que había abandonado la sotana. Se casó y procreó dos hijos, se dedicó a dar clases de Filosofía en un instituto, hasta que un día de marzo del 2014, a la edad de 70 años, el curita de los botines benditos falleció en Donostia.

De esa fecha histórica queda exquisita literatura, fotografías que registran a los héroes y también el momento estelar en el que Bazurko inclinaba su cuerpo, antes del grito de gol que nunca olvidaremos. Lo de Bazurco no es un cuento, es una historia de la vida real.

 

Bazurko era un personaje culto y respetuoso. Se lo admiró por la devoción a las dos causas –el fútbol y la religión– y su gol emblema en La Plata lo elevó a los altares de la historia del Barcelona."

(O)