Siempre genera ilusión ver los partidos del Barcelona. Ya no es la época del ballet de Guardiola, hace tiempo se fue Xavi Hernández desarmando el triángulo de oro Xavi-Messi-Iniesta; también se disolvió el espectacular trinomio Messi-Suárez-Neymar; van tres años que se marchó Dani Alves y con ello dio por finalizada su sociedad con Leo que tantos estragos causó por la banda derecha.

Si hasta parece una eternidad que dejaron el equipo Ronaldinho, Deco, Yaya Touré, Puyol, Eto’ó, Henry… Tantos artistas que hicieron de este club el símbolo del buen fútbol y del Camp Nou la catedral de la pelota bien tratada. Igual, siempre despierta expectativa el Barça; de pronto suenan los violines y da un festival como el de Londres ante el Tottenham, donde sonó como una filarmónica.

A casi 15 años de su debut, ha quedado Messi solo. Siempre cuenta con el valiosísimo respaldo de Busquets, una computadora humana aplicada al juego, que lo entiende a la perfección al rosarino, pero la órbita de Sergio es el centro del campo, no puede escalar para ser socio en la elaboración con el 10. Y a falta de otros contertulios de ataque, Leo inventó un dueto con Jordi Alba, el lateral izquierdo. Es como que se quedó sin guitarristas y puso al portero del edificio a tocar con él. Y no desafinan. Si alguien le capta la intención y puede seguirle la velocidad mental y de maniobra, Messi lo asocia y salen cosas lindas. El tema es que el genio está solo como nunca y ello quedó reflejado en los últimos choques, especialmente ante el Valladolid el sábado y el del martes con el buen equipo del Olympique de Lyon.

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Le está pasando lo mismo que en la selección argentina, orfandad de gente que sintonice su onda de toque rápido y frontal, pared, descarga y zurdazo. Y que técnicamente esté en capacidad de sostener un diálogo futbolero con él. Está bárbaro Messi. Cercano a los 32 años se lo ve rápido, encarador como siempre, aunque cada vez más retrasado en el campo para poder tomar contacto con la pelota sin tanta marca y tener la cancha de frente para armar juego. Ya no tendrá más temporadas de 60, 70 o 90 goles; aunque lleva once consecutivas marcando 30 o más. Pero mentalmente es una luz.

Prometió a la hinchada para este año ganar la Champions y está mostrando un grado de compromiso notable. En Francia se lo vio bien, activo, encabezó una treintena de avances, gambeteó, armó juego, remató, le hicieron dos faltas duras en la medialuna del área, dio pases magníficos. Intentó todo. Dos veces nada más perdió la pelota, aunque no convirtió.

Y allí se opaca su labor y se ensombrece la del Barça, que con el 0-0 final quedó comprometido para la revancha. El Barça deberá doblar cada gol que pueda marcar el Lyon en Cataluña. Muy peligroso.

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El de Messi es un problema de soledad. Es una máquina de hacer pases maravillosos al pie de sus compañeros, pero nadie le devuelve una pared, nadie lo ve cuando entra al área o muestran una alarmante imprecisión, excepción hecha de Jordi Alba. Dembelé está en una fase de crecimiento excelente, se compromete, encara, no se esconde, aunque no siempre acierta en la finalización ni elige la mejor opción, dar pase o jugarse la individual. Coutinho es virtualmente inexistente, no le sale nada, está completamente abatido y contagia su amargura. Queda Suárez, el que siempre ha sido un inseparable amigo y compinche de Messi dentro y fuera del campo.

¿Cómo explicar el presente de Suárez…? Estamos hablando de quien posiblemente sea el mejor futbolista uruguayo de la historia. Goleador letal, guerrero incansable, ganador, líder, gallo de pelea, inaguantable para los defensas. Kenny Dalglish, máxima gloria del Liverpool, donde Luis fue un ídolo, fue muy gráfico tras el sorteo del Mundial 2014. A Inglaterra le había tocado Uruguay como rival en el grupo: “Pobres los defensores ingleses, sobre que tienen que enfrentarse a Suárez cuatro veces al año, ahora deberán aguantarlo también en el Mundial”. Y el oriental le dio la razón: Uruguay ganó 2-1 y Suárez marcó los dos tantos, el segundo en una corrida sensacional. Por eso extraña, en un jugador que ha sido tan grande, este presente negro, que se extiende ya demasiado tiempo.

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Diríamos año y medio. Ha mermado drásticamente su producción goleadora, y en estos días se divulgó una estadística inquietante: lleva cerca de cuatro años sin marcar un gol en la Copa de Europa fuera del Camp Nou. Y en total de las últimas tres ediciones ha anotado tres goles (2016-2017), un gol (2017-2018) y cero (2018-2019); cuatro gritos en 24 partidos. Un esperpéntico promedio de 0,17. Esto conspira, naturalmente, contra las posibilidades de triunfo del equipo. Si el centrodelantero no anota, la victoria es difícil. “El Barcelona no puede jugar con un 9 que hace cuatro años no marca de visitante”, afirma Leandro Rodríguez, periodista argentino del diario Marca.

No obstante, lo curioso es su casi insólita enemistad con la pelota; muestra un grado de indocilidad técnica alarmante; no puede parar el balón, no logra dominarlo, no hace un pase bien, no devuelve una pared, estropea todos los avances del equipo. Y lleva mucho, mucho tiempo así. Solo él podría responder qué le sucede. Hace un mes cumplió 32 años, no es una edad prohibitiva para seguir en el alto nivel. Messi lo sigue buscando, pero ya necesita explorar otras variantes. Ante el Valladolid, en veinte minutos lo dejó cuatro veces mano a mano con el arquero; el Pistolero se enredó con la pelota, definió mal, pateó torcido… Sigue siendo un batallador incansable, pero no alcanza.

Ernesto Valverde, el DT, lo defiende con ardor: “Me preocuparía si no generara situaciones de gol, que es lo que se le pide a un delantero. Es un jugador que siempre pelea, siempre está ahí, si no tiene ocasiones las genera para los compañeros y es un dolor de cabeza permanente para el rival. Es infalible porque siempre va a aparecer. Luego, el acierto o no en un momento determinado es lo que hay que buscar”. El acierto, justamente, el pan que todo goleador lleva a su mesa. La pregunta que se impone: ¿es una racha demasiado prolongada o el ocaso de un grande…?

Por el grado de dificultad que implica la Liga Española, la más fuerte del mundo con diferencia, y por la superposición de fechas, el Barcelona enfrenta un auténtico campo minado: en doce días se juegan los tres títulos de la temporada: el 19 fue con el Lyon (Champions) y no pasó del empate; este domingo con el Sevilla (Liga), el miércoles 27 con el Real Madrid por la semifinal de la Copa del Rey (empataron en la ida) y el sábado 2 de marzo nuevamente con el Madrid, pero por la Liga. Parecen cuatro finales; ¡y las cuatro de visitante…! El saldo podría ser glorioso. O catastrófico. Y deberá afrontarlo como siempre, con Messi como bandera. Ahora como única bandera. (O)

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El de Messi es un problema de soledad. Es una máquina de hacer pases al pie de sus compañeros, pero nadie le devuelve una pared, o lo ve cuando entra al área, excepto Jordi Alba".