No es difícil imaginar el futuro de Neymar en un set de televisión o en un estudio de cine. O en el mundo de la publicidad, la moda o la música; o como youtuber en las redes sociales, donde es indiscutiblemente un rey. En cambio, es complicado entrever su mañana en el fútbol, con el buzo de técnico o como director deportivo. En él, la estrella siempre está por encima del futbolista. Al menos es lo que deja ver. Hoy, Neymar da Silva Santos Júnior cumple 27 años. La inquietante lesión que padece (segunda fractura consecutiva, en un año, del quinto metatarsiano del pie derecho, uno de esos huesitos que conforman el empeine, con el que cual se pisa y se le pega a la pelota) podía haberlo llevado a celebrar su aniversario con moderación, acaso una cena en familia y con los amigos más cercanos en su propia casa, o tal vez una mesa para diez personas en un reservado restaurante parisino, o sea un acto de recogimiento propio del momento y, a las 8 de la mañana del miércoles, otra vez dándole duro al tratamiento kinesiológico en el club para volver cuanto antes a las canchas.

Por el contrario, se anuncia que habrá esta noche una monumental fiesta para más de 500 personas, bandas de música, preciosas modelos, muchos invitados llegados especialmente de Brasil y, sobre todo, personajes del mundo de la noche. No obstante, Lance, diario deportivo brasileño, afirma que los asistentes pueden llegar a 2.000. La velada tendrá lugar en el Pavillon Gabriel, próximo a Champs Elysées. Todo muy glamoroso; los invitados deberán ir con trajes de color rojo; los celulares serán confiscados en la entrada para que nadie pueda tomar fotos. Por supuesto, habrá una cena pantagruélica y canilla libre. La cuenta correrá a cargo de Red Bull, la marca de bebidas energizantes que patrocina a Neymar. Un festejo por todo lo alto. Maluma, que el año pasado fue el encargado de cantarle el “cumpleaños feliz”, volverá a estar presente, así como los cantantes de moda en Brasil Wesley Safadão, Gaab y el pagodeiro Rodrigo, un sambista. Por supuesto, también el plantel completo del PSG. Todos entonando juntos el happy birthday. El culto a la personalidad en su más frívola expresión.

Red Bull feliz, Neymar feliz. ¿Y los hinchas del Paris Saint Germain…? Menos felices… A su arribo, ellos esperaban un deportista excepcional que les diera, por fin, la Champions League rompiendo la supremacía de los clubes españoles. Pero ya ven que Ney es una luminaria más afuera que adentro de los rectángulos. Nadie discute sus condiciones futbolísticas, su técnica exquisita, se cuestiona la cabeza, lo que tiene dentro de ella, el infantilismo que lo posee en situaciones de presión. Como la acción que desencadenó la última lesión el pasado 23 de enero, ante el Racing de Estrasburgo. Venía rozándose desde el comienzo con su marcador, Anthony Gonçalves, y en un lance Neymar amagó que pateaba estirando la pierna y no pateó. Un acto burlesco, casi insultante, que sólo se puede hacer en un picadito entre amigos. A partir de allí el equipo rival fue directo a la caza del brasileño, hasta que éste, por esquivar una patada, pisó mal y se fracturó solo. Ya ha tenido decenas de estas situaciones. Nadie fue amonestado ni expulsado por esta incidencia, apenas Ney salió rengueando entre llantos. Se lo buscó.

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La inteligencia y la actitud son dos factores fundamentales para llegar a la cima en el deporte. Ahí, Dios le concedió menos. Gullit dice en su libro: “Al rival hay que respetarlo siempre. Aunque juegues con aficionados, estréchale la mano a todo el mundo, dales una palmadita en la espalda y sé humilde. Así se rompe la tensión que convierte al rival en un animal salvaje”. Neymar no lo leyó.

El recato que se esperaba para el cumpleaños tenía que ver, también, con que el viernes pasado se conoció la noticia de que la Audiencia Nacional de España lo juzgará por corrupción y estafa, para lo cual existe pena de cárcel. El juez desestimó el recurso interpuesto por Neymar y el juicio avanza. Están imputados el delantero, sus padres, el Santos FC, el Barcelona, el actual presidente del club catalán y el anterior, Sandro Rosell, preso por otras causas. Rossell fue quien se ocupó de la transferencia, Bartomeu era su vice.

Están acusados de ocultar el precio real del traspaso al Barcelona. Se hizo figurar en los papeles que se había hecho por 17 millones de euros, pero en realidad fue por 90. Esto permitió evadir impuestos, pero, sobre todo, reducir la comisión de la empresa brasileña DIS, que tenía el 40% del pase del jugador. Estando en Santos y siendo aún un juvenil de 17 años, el padre de Neymar exigió un altísimo contrato para su hijo o se lo llevaba; ya coqueteaba con Barcelona, Real Madrid y otros. El club no podía solventarlo y se barajaron diversas ideas. Allí apareció DIS, una firma del Grupo Sonda, conglomerado brasileño propietario de supermercados, gasolineras e inmobiliarias. DIS pagó el contrato del garoto durante varias temporadas y, a cambio, se quedó con el 40% de la ficha ante una futura venta. Luego, cuando Neymar pasó al PSG en 222 millones de euros, DIS apretó más el acelerador de la demanda. Se sintió engañado. La causa puede ir a juicio oral y, para evitar una condena, deberían arreglar con DIS, que seguro pedirá una cifra astronómica para desistir de la querella. Aún así, habrá que ver si la justicia permite un arreglo aunque las partes lo acuerden.

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En 30 días más, el 7 de marzo, Neymar cumplirá también diez temporadas en Primera División. Debutó en el Santos frente al modesto Oeste por el torneo Paulista. Ya en ese instante se vio que estaba llamado a ser un jugador distinto, un crack. También allí, los que supieron verlo, podían advertir que se trataba de una vedette futbolística. Desde entonces venimos escuchando a Pelé, Cafú, Kaká, Ronaldo, Ronaldinho, Roberto Carlos y varios compatriotas más, decir que Neymar “e o melhor do mundo”, “o prossimo Balón de Ouro” y varias profecías más. Pasó una década, aún no cumplió ninguno de esos vaticinios. No pueden ser culpados. Es muy, muy difícil advertir tantas condiciones técnico-físicas en un jovencito: movimientos fascinantes, facilidad extrema para la gambeta, excelente disparo, velocidad, talento, gol, atrevimiento. Todo con el sello brasileño en el estilo, alegre, ofensivo. Y en un sólo envase. Pero todos pasaron por alto la mentalidad: la inmadurez, los malabares burlones en la cancha, el deseo casi desesperante de figuración, la inclinación por las fiestas. Y la poca pasión por el juego en sí: Neymar jamás habla de fútbol, de una jugada, de una cuestión táctica.

La festichola de esta noche explica, en una pequeña parte, por qué Neymar no ha llegado a ser un Número Uno del fútbol. Y por qué tal vez no llegue nunca: la pelota siempre en segundo plano. “Bueno, pero si no quiere ser un número uno ¿cuál es el problema?”, replican sus defensores. Justamente allí radica la cuestión: sí quiere.