El deporte en sus distintas manifestaciones genera una gran gama de sensaciones. Los fanáticos, especialmente del deporte profesional, solo entienden de triunfos y campeonatos, pero el deporte llamado aficionado (o amateur) tiene otros fines y objetivos y se manejan con otros paradigmas. Para esos dirigentes deportivos su mejor y mayor satisfacción es enganchar a los niños en el deporte organizado, alejarlos de las fuertes tentaciones de la época y por sobre todo arrancar una sonrisa por una gran actuación, un triunfo o una medalla.

Esto lo consiguió un pequeño pelotero de diez años en los torneos de la Liga Miraflores. El pasado 25 de septiembre, Luis Campos disparó tres cuadrangulares, impulsó ocho carreras y anotó tres vueltas para su equipo, Cardenales. Fue una actuación poco usual hasta para los mismos jugadores de las Grandes Ligas. Porque en el béisbol conectar una pelota es un arte y una habilidad que se va desarrollando poco a poco y requiere de muchas prácticas, por lo que los peloteros profesionales le dedican algunas horas de entrenamiento.

El batear una pelota, en el duelo entre el lanzador y el bateador, produce una sensación muy peculiar que genera emociones que aumentan cuando sirven para ganar un partido o un campeonato. Conectar un hit es una gran sensación, pegar un cuadrangular algo especial, pero disparar tres vuelacercas en un juego es algo excepcional que merece ser destacado.

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Esta producción tan particular que consiguió Campos es una situación poco común por su edad deportiva. En la tarea defensiva se desempeña como receptor, posición muy complicada y laboriosa que además la realiza con implementos de protección muy incómodos y en una posición también muy exigente.

La producción de este jugador no es casualidad. Su entrenador, Alexis Rivero, dice que Campos, al igual que otros, tiene uno de los mejores swings, es decir, un fluido y coordinado movimiento para sacar el bate, igual que otros jugadores de Cardenales.

 

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En el torneo Apertura, que finalizó en agosto, fue factor clave para la conquista del campeonato de su club y en el rendimiento individual resultó líder de algunos departamentos ofensivos. Fue campeón de bateo, con alto promedio de .560. Disparó la mayor cantidad de hits, empatado con José Cedeño, de Oriente, con 14 imparables. Fue campeón jonronero con 7 bambinazos, igualado con Luis Goyes, de Oriente. Fue segundo mayor productor de carreras con 21, segundo con más cantidad de carreras anotadas, con 16. El 8 de noviembre del año pasado, Campos disparó cinco hits y marcó siete carreras en un solo juego.

Dice que le gustaría ser como el venezolano Salvador Pérez, que juega con Reales de Kansas City en las Mayores. El personaje central de este comentario nació en la ciudad de Maracay, estado de Aragua, Venezuela, cuna de enormes peloteros como el Rey David Concepción y el aún activo Miguel Cabrera.

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Dice el pequeño jugador que llegó junto con sus padres al Ecuador hace algo más de un año en un viaje que duró cuatro días en transporte terrestre. La comunidad porteña, tan abierta y cosmopolita, lo adoptó pronto, estudia en la escuela Fe y Alegría y se enganchó en el deporte que practicó en su ciudad y según testimonio de su madre, fue muy bien acogido en su equipo.

Para muchos son conocidos los efectos de la migración en todas sus formas. Produce complicaciones que pueden generar estrés y hasta depresión por el choque cultural que puede llegar a afectar a toda la familia. Muchos hermanos venezolanos, obligados por las situaciones políticas y sociales, tuvieron que salir de su país rumbo a otro dejando muchas cosas.

Gracias a la magia del deporte, Luis y su familia están manejando bien su situación en Ecuador y con su guante y su bate él se está abriendo camino. Este brillante beisbolista necesita una beca de estudio, buena alimentación, protección que lo estimule para seguir en crecimiento deportivo, y para eso es necesario que su padre tenga un trabajo digno, estable y seguro.

Con el enfoque que el niño tiene con sus sueños y sus anhelos nada extraño sería que con el paso del tiempo y cuando vaya superando y consumiendo etapas podamos ver a Luis Campos jugando profesionalmente. Seguramente tendrá como un gran recuerdo su paso por Guayaquil, que le abrió las puertas, así como a miles de niños a quienes les brinda la oportunidad de que se diviertan de manera sana, mientras aprenden a jugar béisbol y son estimulados para que cada vez den lo mejor sin reparar en el resultado. Y que lo hagan en un ambiente de disciplina y principios que son bases sólidas para una formación integral.

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Casos como el descrito hay muchos, pero entre tantas cosas buenas lo más importante es haberle sacado una sonrisa a un niño, sin importar su condición social ni origen. Esto es posible gracias a la magia del deporte formativo. (O)