Novelesca, apasionada, cruenta, valiente, generosa… Así fue la vida de Kurt Landauer, el hombre que dedicó al menos 50 años de desvelos a su gran amor, el Bayern Munich, al que su obstinación y su lucha ayudaron a tornarlo una pasión alemana y un gigante del fútbol mundial. Caprichoso destino, no alcanzó a disfrutar el comienzo de los tiempos dorados. Murió en 1961, le faltó un año para ver a Sepp Maier y tres para asistir al surgimiento de Franz Beckenbauer y Gerd Müller, el trío de jóvenes en que se asentaría toda la gloria posterior. Él, que había plantado la semilla en la formación de talentos. Alentaba a los chicos a jugar en el Bayern.

Europa-Europa, maravilloso canal donde se ve cine reflexivo, del bueno, nos trajo esta semana Una vida por el fútbol (Landauer, Der Präsident, el presidente en su título original). Una película germana basada en la vida y la obra del gran Kurt, magníficamente interpretada por Josef Bierbichler. Enamorado de su club, del que fue primero jugador juvenil y luego quien por más periodos y más tiempo presidió el club bávaro, ya a los 27 años asumió la presidencia, que se vio interrumpida por el estallido de la Primera Guerra Mundial.

Llamado a filas y enviado a combatir, volvió con la Cruz de Hierro en tributo a su bravo comportamiento en el frente. Al finalizar la contienda retomó su tarea en el Bayern, por entonces un club modesto, que vivía un poco a la sombra del TSV Munich 1860, el eterno rival de comarca. Bajo el comando de Kurt, el Bayern crece y se proclama campeón de Alemania en 1932, venciendo en la final al Eintracht Frankfurt 2-0. Primer equipo de Baviera en conseguirlo. Comenzaban a sumarse socios e hinchas, a soplar vientos de grandeza. Sin embargo, una tormenta siniestra se dibujó en el horizonte: en 1933 se produjo el ascenso de Hitler al poder; con él se instaló la mortal aversión hacia el judaísmo.

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Y el Bayern fue tachado de “club de los judíos”, pues Landauer era judío. Fue arrestado en 1938 y deportado en el campo de concentración de Dachau. Su actuación en la guerra de 1914, sus contactos como empresario de prestigio y seguramente también el hecho de ser presidente del club permitieron que fuera liberado a los 33 días. De inmediato huyó hacia Lausana, perdiendo todo, su trabajo, su casa, sus hermanos, que fueron asesinados. En 1943, el Bayern disputó un amistoso en Ginebra frente a la selección de Suiza y los jugadores bávaros, que lo identificaron en las tribunas, corrieron a saludarlo, gesto que fue mal visto por la Gestapo.

En 1947, finalizada la Segunda Guerra Mundial y con el pasaje en la mano para trasladarse a Nueva York, quiso pasar primero por Múnich y visitar a su amado Bayern, a ver cómo había quedado. La primera estaba en ruinas, a su club lo encontró devastado, inactivo, quebrado económicamente. Los bombardeos habían destruido la sede y buena parte del Grünwalder Stadion, escenario donde jugaba de local.

No era todo: aun sabiendo la catástrofe universal que Hitler había generado –y particularmente en Alemania–, la inquina y persecución a los judíos se mantenían intactas en la sociedad alemana. No cesaban las hostilidades y humillaciones. Landauer lo sufrió a cada paso, hasta en las conversaciones de sus propios jugadores.

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Solo su gran personalidad y fortaleza espiritual lo ayudaron a aislarse del odio.

Para sus viejos camaradas fue apenas verlo y ungirlo nuevamente presidente y poco a poco fue retrasando su viaje a Estados Unidos, donde tenía proyectado radicarse para dirigir una empresa de la misma familia judía para la que había trabajado. Comenzó por reordenar las instalaciones, reactivar el Grünwalder, que era en parte una montaña de escombros y en parte una huerta hecha por los vecinos para comer. Él mismo se puso al frente para reparar los daños e invitó a los rivales de 1860 a sumarse en la reconstrucción del fútbol alemán. Fueron reacios, pero al final accedieron.

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Había un problema más acuciante aún: sin jugar, el club no tenía ingresos ni actividad posible. El Consejo de los Aliados, dirigido por los militares estadounidenses, no quería el fútbol, tampoco que se reunieran multitudes; no era el momento. Así, todos los clubes debían obtener una licencia para poder volver a jugar. Y a nadie se la daban. Landauer en persona los convenció de que les permitieran licenciarse. Consiguió una para el Bayern a 10.000 marcos, una fortuna en ese momento.

Y fue por más: “¿De qué nos sirve una licencia para nosotros si no les dan a los demás…? ¿Contra quién vamos a jugar…?”. Así, en 1860 Munich la obtuvo también y reunieron 20.000 personas en un nuevo clásico de posguerra. Luego siguieron los demás y se reanudó la Bundesliga. Landauer convenció a los militares estadounidenses que gobernaban temporalmente Alemania de cederle los terrenos de Säbener Strasse, donde hoy se asienta la ciudad deportiva del Bayern Munich.

En 1951, después de cuatro mandatos y veinte años de presidencia, el gran líder pasó a retiro. Tras haberle entregado casi toda su vida, el Bayern de 1900 estaba en marcha de nuevo, sólidamente. No obstante, un manto de olvido cubrió la figura del gran hacedor durante medio siglo. Para muchos, deliberado. El club no mostró interés en Landauer y en su propia historia durante todo ese tiempo.

“No nací en ese momento”, dijo Uli Hoeness cierta vez que fue consultado. Hoeness es el presidente desde el retiro de Beckenbauer en 2009. No obstante, por iniciativa y presión de grupos de hinchas comenzó a rescatarse la memoria de Kurt. Ese mismo año, para el 125º aniversario del nacimiento de Landauer, la Iglesia de la Reconciliación de Dachau le hizo un homenaje al que asistió Karl-Heinz Rummenigge, director general del club. Fue el primer acto oficial de reconocimiento del Bayern. En 2013, Landauer fue declarado presidente honorario. En 2014 se publicó su biografía: El hombre que inventó el Bayern, de Dirk Kämper.

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La ciudad de Múnich instituyó su nombre a un a plaza frente al estadio Allianz Arena; también se estrenó la película que originó este artículo y, lo más emotivo, el reconocimiento de los hinchas: en muchos partidos importantes se despliega una gigantesca bandera que cubre toda una curva detrás de un arco con el rostro del héroe ignorado.

Ahora, hasta bufandas hay con la cara de Landauer, y se venden en las tiendas del club junto a las de Lewandowski, Robben, Ribery… La agrupación de aficionados Schickeria ganó el premio Julius Hirsch, otorgado por la Federación Alemana, por su campaña para exaltar la obra del viejo dirigente y, sobre todo, como una forma de combatir el racismo, la discriminación y el antisemitismo en el pueblo alemán. Con ese dinero acaban de crear la Fundación Kurt Landauer. Tal vez sin proponérselo, hizo del club su propósito de vida. Se la dedicó. Medio siglo después se lo están pagando con posteridad. (O)