El Celta de Vigo fichó al centrodelantero uruguayo Maxi Gómez en mayo de 2017 por 4,3 millones de euros; en estas horas está por traspasarlo al fútbol inglés en 35. Treinta millones de euros en un año no es una rentabilidad que dejen muchos negocios. Sobre todo, si multiplica más de ocho veces la inversión. Nos preguntamos: ¿Y Litoral de Paysandú… y Defensor Sporting, los clubes que lo formaron, verán algo de ese negoción si se concreta…?

Como un buen objetivo se esperaba que Gómez, con 20 años y en su primera temporada en España, se acercara a los 15 goles. Marcó 18 y dejó gran impresión; el Maestro Tabárez lo llevó al Mundial, entró frente a Rusia y ante Francia, lo cual le dio vidriera. El fútbol es una maravilla. Desde luego, no todas las contrataciones son tan redituables. Carlos Mouriño, dueño del Celta, está feliz, ya pensando en buscar otro Maxi Gómez en Sudamérica. Siempre hay algo por acá, bueno y, sobre todo, barato. ¡Si lo sabrán el Porto, el Benfica y el Sporting de Portugal…! Ganaron cientos de millones comprando por 3 o 4 milloncitos acá y vendiendo por 50 allá.

El FC Barcelona, en todos los casos hablando de euros, espera sacar al menos 50 millones por Yerry Mina, por quien pagó 11,8 al Palmeiras. Ernesto Valverde, DT de los catalanes, lo considera el quinto central del plantel, así que tiene las puertas abiertas y su destino parece definido entre el Manchester United y el Everton.

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Alisson, arquero titular de Brasil en Rusia 2018, fue traspasado por el Inter de Porto Alegre a la Roma a mitad de 2016 por 7,5 millones. El club romano lo revendió hace unos días al Liverpool en 75, exactamente diez veces su costo. Malcom, extremo zurdo del Corinthians, fue al Girondins de Bordeaux por 5 millones en enero de 2016; ahora el FC Barcelona lo pagó 42. Otro brasileño, Richarlison (puntero velocísimo y fuerte), pasó en julio pasado del Fluminense al Watford inglés por 12,5 millones de euros. Un año y 5 goles después, el Everton lo acaba de reclutar por 55. ¡Cuadruplicó su valor con 5 goles…! Sin dudas influyeron sus flamantes 21 años. Once temporadas después de que Corinthinas (proficua cantera) se desprendiera de Willian por 15 millones que le pagó el Shakhtar Donetsk ucraniano, el Chelsea se resiste a perderlo y rechaza ofertas de hasta 100 millones.

La Sampdoria acaba de transferir a Lucas Torreira al Arsenal por 30 millones. El volante defensivo uruguayo no actuó en primera en su país. Estando en la quinta división del Montevideo Wanderers fue llevado a una prueba con otros juveniles al Pescara de Italia. Quedó. Luego pasó a la Sampdoria, que se hizo con tan preciado botín.

Europa es una fiesta de millones. Y Sudamérica, la productora de esta materia prima, los ve pasar de largo. Son todas noticias que alegran por el futuro y bienestar de los futbolistas; también porque se comprueba que todavía son codiciados los elementos de esta región. Pero amarga saber que se forman acá y el negocio lo hacen allá, en tanto nuestros clubes siguen administrando monedas y los torneos son cada vez más pobres.

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Para empezar, hay algo que no cierra: si Corinthians, el club más taquillero de Brasil, debe obligadamente dejar partir a una joven estrella como Willian rumbo a Ucrania, es porque está fallando el sistema. Ucrania no puede competir con Brasil, ni como país ni como fútbol. Y si no es Ucrania es Suiza, o Bélgica, o Serbia, naciones minúsculas al lado del gigante amazónico. Y si mañana viniera un club de Pakistán o Nueva Zelanda, Corinthians también le entregaría al Willian del futuro. Los equipos continúan vendiendo como baratijas y los torneos locales siguen desangrándose. El resultado es conocido: los campeonatos nacionales cada día tienen menos calidad y emoción, y la Copa Libertadores o la Sudamericana lucen tan desangeladas.

La pregunta que cabe hacerle a los dirigentes del fútbol sudamericano: ¿esto va a seguir así para siempre…? ¿Se estudia alguna fórmula para salir de este marasmo…? La realidad indica todo lo contrario; el panorama es, como mínimo, sombrío. En Argentina acaban de despedir al tercer técnico (Sampaoli) en menos de dos años y ni siquiera hay una idea de qué hacer, si nombrar un director deportivo a cargo de la selección o solo un entrenador. El 68% de los hinchas no aprueban al presidente de la AFA. La FIFA obligó a sacar al presidente de la CBF, Marco Polo del Nero, por actos de corrupción y nunca más puede volver al fútbol. En Perú, el titular de la FPF está envuelto en un escándalo judicial y pesan sobre él gravísimas acusaciones. El mandamás del fútbol uruguayo no se presentaría a elecciones por motivos poco claros; lo habrían acusado de que le destaparían situaciones comprometedoras. En Ecuador, nos dicen, Carlos Villacís cuenta con escaso o nulo respaldo del ambiente y de los clubes. En Bolivia, después de mucho tiempo sin presidente federativo, tienen uno nuevo, aunque la mayoría de los clubes grandes no lo votaron. Y suceden cosas insólitas, como que un club –Real Potosí– tiene tres presidentes, dos técnicos y dos planteles. Todos en pugna. Y se presentaron todos juntos a disputar un partido. Algo jamás visto. En Colombia separaron al presidente de la Dimayor. Venezuela es un mundo aparte. Este es apenas un sobrevuelo rasante. Y los países no mencionados no están mucho mejor. ¿Quién tiene tiempo y paz para pensar en soluciones de fondo…?

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Como agravante, cada año surgen nuevos mercados ávidos de desarrollar su fútbol, de llegar a un Mundial, de hacer una liga fuerte. Para ello necesitan jugadores, y miran a Sudamérica como el vientre fecundo que ha sido siempre. Y se llevan lo que encuentran, porque cualquiera está más organizado y es más próspero económicamente.

Ante tal cuadro, queda en manos de los clubes cuidar lo mejor posible de su patrimonio. Independiente implementó una política de resguardo interesante: blindó a sus mejores jugadores jóvenes alargándoles por tres, cuatro y hasta cinco años el contrato, con cláusulas que van desde 25 millones de dólares (Maxi Meza) a 20 millones (Martín Benítez, Alan Franco, Fabricio Bustos y Nicolás Figal, Francisco Pizzini).

No se hará rico con las ventas, pero es una protección ante el aluvión de pases. Hay que resguardarse de los empresarios, hoy virtualmente dueños de los futbolistas. Y poner mucho cuidado en los contratos que se firman con los jugadores. Igual seguirán yéndose, pero al menos que cada partida sirva para sostener a las instituciones, seguir desarrollando la actividad, ir creciendo en infraestructura y, sobre todo, fomentar la formación de juveniles, el tesoro que permite la supervivencia. Y en lo que, increíblemente, los clubes menos reparan. (O)

 

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Cada año surgen nuevos mercados ávidos de desarrollar su fútbol, de llegar a un Mundial, de hacer una liga fuerte. Para ello necesitan jugadores y miran a Sudamérica como el vientre fecundo.