La estupenda actuación del ciclista Richard Carapaz en el Giro de Italia nos ha llenado de legítimo orgullo a los ecuatorianos, pero también ha agitado los recuerdos de nuestra infancia y adolescencia cuando íbamos a espectar los torneos que organizaban Carlos Chérrez Gómez, querido e inolvidable colega, y Diario EL UNIVERSO, en la Plaza del Centenario.

Solo caminábamos dos cuadras y ya estábamos en el escenario callejero para vivir los duelos entre la Vieja Ascencio y el Loco López, y los sprints de José Vega Cadena, Rafael Aulestia, Benjamín Orellana, Gonzalo Gómez de la Torre, Luis Alberto Aguilar –crédito peninsular que corría por LDU–, Lorenzo Baquerizo, el querido Wacho Moreno García, primer ciclista que actuó en el extranjero, Remigio Toral Romero y muchos más.

Entreverado con ellos y dando hándicap en edad el veteranísimo Hilario Cortez, protagonista de un capítulo inolvidable de nuestra historia deportiva: su récord mundial de permanencia en bicicleta lo impuso en 1951 con 63 horas de continuo y extenuante pedalear.

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Los torneos de novatos de nuestro Diario motivaron el nacimiento de grandes figuras en los años 50. Nuestro barrio inscribió en 1953 un numeroso grupo de pedalistas: Ernesto Borja, León Aguilar, Ruffo Conde Lavayen, Tato Naranjo, Julio Galarza, Máximo Galarza, Washington Vargas y dos promesas que llegarían a estrellas del ciclismo porteño: Roger y Alfredo Albuja. Recuerdo otros nombres de otros barrios: Luis Gamboa, de la familia de grandes púgiles; Justo Klemperer, Jaime Jiménez Lascano –mi compañero vicentino que representaba al Canadian Club–, Alfonso Aguilar Álava y un montón que se esconden en la memoria.

No solo eran pruebas de varones. Desde la famosa Riquilda Lara que dio el ejemplo fueron aparecieron otras ciclistas que hicieron historia: Ernestina Noboa, Irene Palacios, Reina Flores, Alida García y otros nombres señeros. En 1959 se inauguró el estadio Modelo y el primer velódromo reglamentario de nuestra ciudad. En los entretiempos de cada partido el público disfrutaba de bellas carreras de persecución y “a la australiana”, con duelos entre dos figuras que capitalizaban la popularidad: José Vega y Nelson Quito Cabrera. El deporte del pedal se había ubicado en estratos de muy alta popularidad.

Un día, esa gran fiesta deportiva que vivía Guayaquil durante toda la semana fue muriendo. Cuando dejaron la función directiva Augusto Jijón Terán, Augusto Barreiro Solórzano, Voltaire Paladines Polo, Gustavo Mateus Ayluardo, Alberto Vallarino Benites, Juvenal Sáenz Gil, César Gamarra Acaiturri, César Muñoz Vicuña, Sabino Hernández Martínez y otros ejemplares dirigentes, la Federación Deportiva del Guayas entró en un cono de sombras. El asalto de la política partidista en las filas federativas desde 2010 al amparo de la Ley del Deporte, concebida para arrebatar al voluntariado el manejo deportivo, fue la guillotina que cortó de un tajo la cabeza del ya moribundo deporte guayaquileño.

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Como lo ha relatado ya Diario EL UNIVERSO en preocupantes reportajes sobre la realidad difunta del básquetbol, béisbol y boxeo, de nuestro deporte ya no quedan ni los despojos. El propósito de quienes elaboraron y expidieron la Ley del Deporte vigente se cumplió: eliminar todo vestigio del progreso logrado por los dirigentes voluntarios para poner al deporte en manos del Estado. Es decir, de los políticos aprovechadores y vivarachos, y de los burócratas incapaces y ávidos de dinero. El experimento del Ministerio del Deporte es una muestra. Los políticos ineficientes han llevado a esa cartera al fracaso y de allí su proyectada extinción para devolver el deporte al Ministerio de Educación. La Fedeguayas es otra muestra. Con más de 10 millones de dólares anuales entre subvención y autogestión, esta entidad –presidida por la hermana del expresidente Rafael Correa, quien concurrió a la elección como delegada del Ministerio de Salud– ha terminado con los campeonatos provinciales de primera categoría. Y a propósito del ciclismo ¿hace cuántos años no se utilizan el velódromo de Miraflores y el del Modelo para los certámenes provinciales?

Guayaquil fue la ciudad pionera de todos los deportes modernos en el país, el ciclismo fue uno de ellos. La Empresa del Sport, que construyó el primer hipódromo en 1887, levantó un velódromo un año después. El 28 de agosto de 1888 se llevaron a cabo las primeras carreras de bicicletas con la participación de los deportistas Santiago Dunn y Virgilio Antepara y F. Estrada.

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Desde entonces nació el entusiasmo por el ciclismo con la fundación de varios clubes como el Ciclista del Ecuador, en el que militaban Rosendo Alarcón, Rómulo G. López, Teobaldo Solines, Carlos Oberti, Antonio, José y Francisco Raymondi, quienes aplanaron un camino conocido como La Legua, que unía al cementerio con el nuevo Guayaquil, para levantar una pista de ciclismo en 1903. Luego apareció el Club Ciclista Internacional en 1916 con Segundo, José y Domingo Zunino, Pedro y Gerónimo Gando, Antonio Baudino, Manuel Landucci y Cristóbal Accini. En 1920 se fundó el Club Latinoamericano de Ciclismo encabezado por el más grande pedalista de esos tiempos, Reinerio Casanova Intriago, y sus compañeros Carlos Casanello, Hugo Canessa, Bolívar Guzmán, Bruno Brevi, Enrico Cessa, Ezio Aliatis y Oswaldo Reinoso, el gran atleta fundador del triatlón, de quien hablaremos en otra columna.

La cima de la popularidad del ciclismo llegó cuando se programó la carrera Salinas-Guayaquil que se realizó el 8 de octubre de 1924. El favorito era Casanova, convertido ya en uno de los mejores ciclistas del país. Sus rivales eran el santaelenense Armando Gómez, Segundo Biaggi y N. Tobar. La carrera iba a tener, en los cálculos, más de doce horas de recorrido y estaba descontado que en Guayaquil se congregaría una multitud en el sitio de llegada, donde iba a instalarse un micrófono conectado con el del Ferrocarril a la Costa, a través del cual iba a informarse al público de las incidencias de la carrera.

Las transmisiones radiales estaba aún muy lejos de existir y para suplir estas iban a utilizarse los teléfonos de las estaciones de Santa Elena, Zapotal, Standard y Chongón. Al pie de la Intendencia iba a instalarse una pizarra gigante en la que se informaría el paso de los corredores y el tiempo impuesto hasta cada punto. Un servicio de primeros auxilios iba a estar a disposición de los ciclistas con la colaboración del doctor J. A. Malavé Sicouret, conocido facultativo guayaquileño.

Con el rostro irreconocible por el polvo acumulado en el camino, Reinerio Casanova llegó primero a Guayaquil luego de 11 horas y 22 minutos de carrera. El entusiasmo era incontenible. Por fin cruzó la línea de sentencia, pero no alcanzó a bajar de su bicicleta. Una muchedumbre lo tomó en hombros para pasearlo entre vítores. Doce minutos más tarde arribó Biaggi. El promedio de Casanova fue de 15 km y 15 metros por hora, excelente para el terrible camino que debió cruzar en su frágil bicicleta.

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Como escribió un día el poeta guayaquileño Pedro Enrique Ribadeneira: “Noble tiempo de santa hechicería/ cuando nos preguntamos si acaso volverás/ el cuervo de este siglo con triste agorería/ como el de Édgar responde: Nunca más, nunca más”.

A menos que alguien rescate el deporte de Guayaquil de las garras del monstruoso cuervo politiquero. (O)

La Fedeguayas es otra muestra del fracaso. Con más de $ 10 millones anuales entre subvención y autogestión, ha terminado con los campeonatos provinciales de primera categoría.