En materia de Mundiales, aquí empezó todo para mí. Era joven y trabajaba en el diario Crónica, un periódico de tinte popular muy importante en ese tiempo: entre sus tres ediciones –matutina, quinta y sexta– tiraba 750.000 ejemplares por día. Jamás pensé ir a diez Mundiales, las cosas se van dando naturalmente y un día toman forma.

Había varios periodistas en Crónica delante de mí, me acreditaron porque se jugaba en Argentina. Fui a los partidos en cancha de River Plate y me tocó sentarme en dos de ellos junto a Pinky, una de las mujeres más hermosas de Argentina en toda su historia, una belleza fenomenal. Ella trabajaba en el canal de televisión del periódico y la acreditaron también. Y estábamos codo con codo. Me distraje bastante, me pasé los partidos de Argentina contra Hungría e Italia mirándola de reojo, era irresistible.

Siempre pensé que el fútbol es mucho más que 4-3-3 o 4-4-2, es un manantial de historias y aventuras humanas, porque la esencia de este juego es la emoción y a partir de la emoción se generan torrentes de alegría o de tristeza, de sensaciones que impactan el alma. Ninguna otra actividad humana puede generar tal transmisión de entusiasmo o amargura. Y ninguna, salvo las guerras, activa tanto los nacionalismos, el sentido de pertenencia. Por eso, en un momento oscuro de la historia del país, el título mundial de 1978 fue balsámico para el pueblo argentino, que encontró en ello una vía de escape, un desahogo, y celebró estruendosamente.

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Es erróneo
Pensar que el gobierno militar montó un Mundial para distraer a la gente es erróneo. El Mundial era un compromiso de país. La Copa Mundial es una novia muy apetecida, hay cantidades de pretendientes; la FIFA no se la entrega a un sátrapa, así como para que este haga su voluntad. Que los militares intentaran usufructuarlo (y lo hayan hecho) para mejorar su imagen intimidante o para perpetuarse en el poder, es una cosa, pero la gente celebró genuinamente, nadie la direccionó. Argentina es el país más futbolizado del planeta con mucha diferencia, no necesitaba que lo enfervorizaran. Y como siempre produjo notables jugadores, el hincha sabía que un día el título se iba a dar, aunque se demoró bastante, por eso quizás tanta euforia desbordada. La dictadura no decidió la conquista, fue una victoria del fútbol, de los jugadores y del cuerpo técnico, también de la gente, que apoyó fervientemente. Cierta corriente ideológica pugna con insistencia para adjudicar la victoria a turbias maquinaciones de la cúpula militar, pero el título se ganó en la cancha. Solo hay que mirar los partidos. Caso contrario, cualquier generalote se organiza un Mundial, lo gana sobornando y se convierte en prócer. Es menos sencillo que eso.

Grupo de la muerte
Es más, aunque los anfitriones habitualmente reciben un sorteo benévolo, en el caso de Argentina fue al revés. Le tocó, de lejos, el tradicional ‘grupo de la muerte’: una Francia fuertísima con Platini, Lacombe, Tresor, Bossis, Battiston, Rocheteau, Didier Six… Una Italia con Zoff, Gentile, Scirea, Cabrini, Tardelli, Benetti, Antognoni, Causio, Paolo Rossi, Bettega… que cuatro años después serían campeones del mundo. Y el muy respetable equipo de Hungría de Nyilasi, Toth, Nagy, Torocsik. Todos le dieron muchísimo trabajo, incluso perdió con Italia. Y en segunda ronda fueron Polonia, la de Lato, Szarmach, Boniek, Deyna, Zmuda, Kasperszack… Brasil y Perú.

Los resultados los consiguió dramáticamente en varios casos, y dejando el alma en cada pelota. Si la FIFA hubiese sido funcional a la junta militar en lo estrictamente deportivo, habría manipulado a los árbitros a favor del local, sin embargo, cada partido fue tortuoso para el equipo de Passarella y Kempes, y no hubo fallos discutidos, apenas un penal ante Francia, que fue mano evidentísima de Tresor, pero que como estaba cayendo cuando le pegó, se opinó que no era intencional (y no lo era). De todos modos fue un tema menor, una incidencia como tantas en el fútbol. De principio a fin no hubo decisiones polémicas de los jueces.

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Argentina llevaba muchísimos años, en tiempos democráticos, pidiendo hospedar una Copa del Mundo y le fue adjudicada en 1966, pero cuando llegó la hora gobernaba una dictadura. No fue el marco más bonito, y sin dudas eso empañó el torneo. No obstante, el Mundial fue bueno, eficientemente organizado, con grandes instalaciones, facilidades para la prensa y seis excelentes estadios para una competición que fue la última con 16 selecciones.

Ese Mundial quedó en el recuerdo por la goleada 6-0 de Argentina a Perú, cuando la Albiceleste necesitaba ganar por cuatro goles para superar a Brasil por diferencia de gol y así llegar a la ansiada final. Se habló de sobornos, de arreglo del partido entre los militares argentinos y peruanos. Lo que vimos en ese momento en realidad nos pareció bastante más terrenal: Argentina lo llevó por delante a Perú, que además sintió el ambiente infernal que generó la hinchada local. Este cronista no recuerda, ni en un Boca-River, un partido con más clima que ese. No de violencia, sino de un fervor nunca visto. 45.000 personas gritando sin parar durante dos horas. Era un volcán. La gente rugía, el ruido era ensordecedor y, cuando entraron los dos primeros goles, Perú se quebró.

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Tres meses antes del Mundial, ambas selecciones se habían enfrentado dos veces por la Copa Mariscal Ramón Castilla. En ambas ganó Argentina: 2-1 en Buenos Aires y 3-1 en Lima. “Ese 3-1 fue con baile. Y no jugamos Bertoni, Tarantini, Olguín y yo”, recuerda Kempes en su reciente libro autobiográfico El Matador. Muchas otras veces lo venció Argentina por varios goles, 6-0, 5-1, 4-0, 4-1… No era extraño que le ganara ni que lo goleara en una instancia así, con ese clima y con la necesidad acuciante de llegar a la final del mundo en su propia casa. Además, Perú ya estaba eliminado; venía de caer 3-0 ante Brasil (lo aplastó y pudo haber marcado más goles) y 1-0 ante Polonia.

Ecuador 6, Perú 0
Esa selección peruana tenía un antecedente: en 1975, Ecuador la goleó 6-0 en Quito. En España 1982, diez jugadores incaicos que habían sufrido el 6-0 en Rosario, cayeron 5-1 ante Polonia: Quiroga, Duarte, Díaz, Velásquez, Cueto, Cubillas, Oblitas, Leguía, La Rosa y Percy Rojas. Con una diferencia importante: esta vez su chance estaba intacta; si ganaba, Perú pasaba a la segunda fase como primero del grupo. Polonia le hizo cinco goles ¡en 21 minutos…! Y estaban en terreno neutral, no había decenas de miles de hinchas polacos alentando ni militares asustando. Era un equipo con grandes altibajos. En ese mismo Mundial 1978, Alemania propinó a México otro 6-0. ¿Lo sobornó...? En el último juego del grupo, Argentina cayó inesperadamente ante Italia y eso le impidió seguir actuando de local en cancha de River, su escenario tradicional y donde más gente cabía para alentarla.

Y en el minuto 90 de la final, el holandés Rensenbrink estrelló un balón en el palo estando el partido 1-1. Si entraba, era campeón Holanda. ¿Descuidos de los militares…? (D)

5-1
le ganó Polonia a Perú
En España 1982, diez jugadores incaicos que habían sufrido el 6-0 en Rosario, cayeron 5-1 ante Polonia: Quiroga, Duarte, Díaz, Velásquez, Cueto, Cubillas, Oblitas, Leguía, La Rosa y Rojas.

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6-0
victoria de Alemania
En la primera fase del Mundial de Argentina 1978 “Alemania propinó a México otro 6-0. ¿Lo sobornó...?”. Y “muchas otras veces Argentina venció (a Perú) 6-0, 5-1, 4-0, 4-1…”