Las finales rara vez resultan bonitas, mucho menos poéticas, en cambio son fecundas en roces, manotazos, discusiones, altercados varios. Al menos, en Sudamérica. Y siempre se justifica el bochorno por la vieja excusa de “las pulsaciones a mil”. Y porque “son finales”. En Europa los futbolistas aceptan las decisiones del árbitro, no lo rodean agresivamente ni le gritan barbaridades en la cara, hay tolerancia al error. Justamente uno de los puntos salientes del revolucionario plan de Marco Van Basten para mejorar el fútbol a través de cambios reglamentarios es una severísima sanción a los jugadores y equipos que hagan un cerco amenazante sobre el árbitro, que tanto daña la imagen del juego. Es muy desagradable ver cómo ocho o diez protagonistas convertidos en mastines increpan a un sujeto que no puede defenderse, que recula y da explicaciones porque no puede hacer lo que correspondería: sacar la tarjeta roja a los más exaltados, dado que se arruinaría el partido. O se terminaría.

Gremio 1 - Lanús 0, primera final de nuestra querida Libertadores, presentada con mucha pompa pero apenas modesta en nivel futbolístico por carencia de figuras, había comenzado con una corrección ejemplar. Y así se mantuvo hasta promediar el segundo tiempo. Allí, entre el afán de Gremio por marcar aunque sea un gol como local y el ardor de Lanús por cuidar el empate de visitante, comenzaron las asperezas y el telón cayó “a la sudamericana”: con ese cuadro de los 22 jugadores protestando al referí. Que de tan acostumbrados que estamos no nos parece escandaloso, pero lo es. Y la revancha en Lanús no promete ser más civilizada. ¡Atención, Conmebol…!

La expectativa suele superar a la realidad posterior. En el caso de la Copa Libertadores está aconteciendo con demasiada frecuencia: mucha serpentina y papel picado, luego salen los partidos que vemos. De los 156 encuentros que contiene el torneo ya se han disputado 155, ¿cuántos han sido realmente espectaculares o buenos…? ¿Diez, veinte…? A vuelo de pájaro, y de los que nos tocó ver, recordamos el 8-0 de River al Wilstermann por lo desusado del marcador, por la forma electrizante y arrolladora con que acometió River el compromiso y por la incertidumbre de ver si remontaría el 0-3 de la ida. Aún considerando la flojedad de los cochabambinos, impactó. También el 4-2 de Lanús a River, por la remontada inimaginable. Luego nos pareció atractivo el 2-1 de Emelec a Independiente Medellín en Colombia; no extraordinario, sí ponderable. Algo similar al Barcelona 2 - Atlético Nacional 1. Porque perdía Barcelona y tuvo que revertirlo, porque se trataba del campeón vigente y porque los verdes de Medellín presentan por lo general formaciones fuertes. Habrá otros que no vimos, pero no más que un puñadito.

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En charla futbolera, Ricardo Vasconcellos F. lo define con acierto: “No jugamos bien la fase de grupos porque hay que clasificar; en octavos, cuartos y semifinal no jugamos bien porque lo básico es avanzar. Y en la final no jugamos bien porque lo importante es coronar”. ¿Entonces cuándo…? El mismo Ricardo nos entrevista en Radio City y pregunta: “¿Llegaron los mejores a la final…?”. Llegaron los que llegaron, quienes supieron hacerlo o tuvieron más fortuna. No hubo un “mejor equipo”, un “mejor jugador” o un “mejor árbitro”. De tan chatas que están estas copas se ven despersonalizadas. Naturalmente, el que logre consagrarse tendrá mejores números que otros. Todo parte de lo de siempre: escasean figuras, no queda nadie. En Racing acaba de aparecer un proyecto de jugador notable, Lautaro Martínez, centrodelantero de 20 años. Tiene gol, clase, potencia, temperamento. Ya hay colas de clubes europeos ofertando. Se va, segurísimo. La pregunta es cuándo: ¿en diciembre, en junio…? Racing está clasificado para la Libertadores 2018, ¿la jugará Lautaro…? Tal vez la empiece, pero en la mitad emigrará.

En ese marco gris, Gremio y Lanús, dos equipos normalitos, compusieron un cotejo cerrado, calculado, sin arriesgar un centímetro de terreno y, por tanto, sin emociones. Lanús reteniendo el balón, cuidándolo como el avaro a su dinero. Y los de Porto Alegre esperando, presionando, todos detrás de la línea de la pelota. Entonces no aparecen los espacios, nadie se la juega hacia adelante y salen estos lances ajedrecísticos. No obstante fue Lanús quien llegó con peligro, dos veces. Una por un disparo rasante y violento de Román Martínez que logró rechazar hacia un costado el arquero Marcelo Grohe, y la segunda, una salvada asombrosa del mismo Grohe tras un cabezazo impresionante de Braghieri. Atención Vaticano: estas de Grohe no son atajadas, son milagros. Muy similar a la que le tapó a Nahuelpán frente a Barcelona, ambas sobre la línea. Ese cabezazo de Braghieri, de mil van adentro 999.

En la segunda etapa se quedó Lanús, se tiró decididamente atrás y se adelantó Gremio, aunque sin inquietar. Cuando expiraba el tiempo, Edilson (aquel del gol de tiro libre a Barcelona, que remata tan bien), lanzó un centro larguísimo, la bajó de cabeza Jael y Cícero, ingresado un minuto antes, la tocó justita antes de que lo atorara el arquero Andrada. El partido fue muy parejo, pero un gol es un mérito, y Gremio supo hacerlo. Luego, la final degeneró en escándalo por las protestas. En el minuto 95 hubo un empujón grosero de García Guerreño a Jael en el área. Era penal. Pero no se puede condenar al juez chileno Julio Bascuñán; había tanta gente en el área y todos se manoteaban que era difícil verlo de primera mano, si uno miraba los agarrones de una pareja, se perdía los otros. Tal vez allí pudo intervenir el VAR. No lo hizo. Bascuñán fue un árbitro bonachón y dialoguista para jugadores quejosos y ventajeros. Lo sobrepasaron y lo hicieron quedar muy mal. Los futbolistas sudamericanos reclaman todo y se portan como niños malcriados. Aquí por lo menos.

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Igual, el VAR está más para jugadas como las del gol de Libertad frente a Independiente, donde un atacante que entra solo baja la pelota con el antebrazo de manera evidente, demasiado, la acomoda y marca el gol que sería el único del partido y decidiría una semifinal. Era imposible no verlo. El juez peruano Víctor Hugo Carrillo no lo vio. Pero ahí no había VAR.

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Si uno quisiera elogiar los puntos altos y las figuras de Gremio se vería en un aprieto: no le encuentra. El arquero sí, colosal. De los jugadores de campo, apenas la técnica y el pase de Luan. Poquito para un posible campeón de América. Cuesta creer que este Gremio áspero sea un equipo de Renato Gaúcho, quien como futbolista encarnaba la audacia, la habilidad, el espectáculo, la rebeldía.

Ojalá la revancha sea un vuelco de 180 grados y reivindique a toda la Copa. (O)