El marco fue más de final que de semifinal. La TV mostraba, desde el aire, una inmensa olla iluminada de interior amarillo. ¿Cuántos hubo… 50.000, 60.000 hinchas…? Impactantes ambos, estadio y público. Fuerte demostración de grandeza. La impresionante multitud barcelonista cumplió; se esperaba, se descuenta siempre en una ocasión así. Ese fervor popular en las tribunas, sin embargo, no tuvo correlato en el campo. La gente estuvo a la altura de la circunstancia, el equipo no.

El resultado no engaña: dice Barcelona 0 - Gremio 3, retrato fiel de lo acontecido. No tuvo juego Barcelona, no hizo pie nunca en el partido, le faltó seguridad defensiva, fluidez en el medio, chispa en la zona creativa, contundencia en ataque. Y se encontró con un rival que fue más que todos los brasileños anteriores. Este sí parece brasileño legítimo.

Los números insinúan cosas… Gremio llegaba con 7 victorias y una sola derrota. Con alta diferencia de gol a favor: 19 marcados y 7 recibidos. Y un detalle importante: apenas un gol en contra en los últimos cinco encuentros, síntoma de que la defensa está funcionando. Y traía a dos de los principales artilleros del torneo: Lucas Barrios (6 goles) y Luan (5). Todo eso se reflejó en el Monumental. Se ratificó: la defensa fue firme, el ataque eficaz y Luan marcó un doblete.

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Y están, además, los imponderables que siempre presenta el fútbol, un juego tan dinámico e impredecible. Antes de completarse el minuto 7 llegó el primer mazazo: desborde de Bruno Cortez (en el cual quedó una vez más demostrado que Velasco es mejor proyectándose que marcando), pifia de Oyola al querer controlar o rechazar y Luan, con esa cirujana precisión brasileña para el remate final, hizo red. Posiblemente a Banguera lo descolocó un poco el roce del balón en Luis Caicedo.

Pero un gol en contra, aunque inesperado, es una posibilidad nunca descartable, sobre todo ante un rival fuerte como este de Renato Gaúcho (nuestros respetos eternos por aquel wing espectacular que fue, valiente, ganador, con gambeta, desborde y gol). Lo imperdonable es el segundo, absolutamente evitable, el que terminó de agrandar a Gremio y minó toda esperanza de remontada. Y no porque no se pueda anotar de tiro libre. Se paró un solo rival frente a la pelota, Edilson, que es derecho, con lo cual despejaba la posibilidad de tirar centro hacia ese lado, y además apuntaba directo al arco. Sin embargo, se plantó una barrera mínima, mal armada, de tres hombres, con jugadores que saltaron y se dieron vuelta, desnaturalizando el concepto de barrera, que significa oposición. La valla humana debe permanecer firme, para que el balón no pase, al menos por el lugar que ocupa. Pero pasó justo por ahí, y Banguera también se mostró sorprendido ante un remate que Edilson anunció justo a ese palo.

Unos días antes estuvimos en Lima. Previo al choque frente a Colombia, el preparador de arqueros de la Selección Peruana comentó por radio: “Si hay un tiro libre en contra, dependiendo de la distancia y el lugar, los jugadores ya saben cuántos deben ir a la barrera, quiénes deben ir y en qué posición ponerse en la fila, es decir quién de primero, quién de segundo y así…”

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Frente a un rematador brasileño hay que armar una valla protectora más sólida: cuatro hombres al menos. Además, siempre nos preguntamos: ¿por qué se cubren los que van a la barrera?, ¿por qué saltan y esquivan el pelotazo…? Si están para detenerlo justamente… Ese segundo gol noqueó a Barcelona. Los jugadores no tenían ensayada la barrera o desoyeron los preceptos del entrenador. Banguera tampoco reaccionó, y el tiro no era desde tan cerca.

A partir de ese gol de Edilson fue todo de Gremio, la serenidad, la buena circulación de balón, la confianza. Y recién iban 20 minutos. Barcelona fue puras ganas y cero ideas. También, en el rubro imponderables, debe anotarse esa tapada insólita de Marcelo Grohe a Nahuelpan. Son acciones que uno recuerda aún después de años. Y ni siquiera es achacable a una mala definición. De mil veces ese remate es gol en novecientos noventa y nueve. En esa se dio el milagro de que pegara en el brazo derecho del arquero. Iban 3 minutos del segundo acto. Si era gol, hubiese significado un revulsivo anímico que Barcelona iba a volcar sobre el césped, porque nunca le faltó actitud ni temperamento. Simplemente, el partido se le presentó torcido desde el vamos y luego no tuvo los argumentos futbolísticos para revertirlo.

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No vimos un problema de técnico sino de actores. Cuando el jugador no puede quebrar nunca la línea del adversario el entrenador no tiene nada que ver. No obstante, Almada tendrá sus responsabilidades. Aún siendo un elemento mucho menos brillante para concluir las jugadas que para comenzarlas, no se entendió bien que Marcos Caicedo quedara en el banco y en su lugar entrara Washington Vera, indiscutiblemente de menor desequilibrio en el uno contra uno. José Ayoví también hizo más que Ely Esterilla, livianito.

La jerarquía en el fútbol es un tópico que se refleja primordialmente en las áreas. A igualdad de situaciones de gol, unos fallan, otros aciertan. Eso generalmente lo determina la menor y mayor categoría de las individualidades. Fue la brecha que separó a Barcelona de Gremio y que deja casi decantada la tan esperada semifinal de Libertadores. Porque nunca, en 58 ediciones de Copa, un equipo levantó, de visitante, un 0-3. Nada es imposible en este juego, desde ya, pero será bien complicado. Son tres goles de visitante…

Posiblemente con Pineida, Aimar, Marques y Alvez hubiese podido ser otra cosa Barcelona, aunque el ausente que verdaderamente se llora es el 9, goleador que no tiene reemplazo. Sin embargo, las expulsiones son culpas propias.

La otra semifinal no tuvo un tono muy distinto. River, más que nada por deseo, por búsqueda, se impuso a Lanús con lo justito. Fue un partido olvidable, en el que también el público puso la épica. Es parte de la gris melancolía de nuestro pobre fútbol continental de club. Lo que queda en el fondo del tarro compone esta Libertadores discreta (o bastante menos que eso), a años luz de la pomposa Champions League. No obstante lo cual, pareció vergonzante la actitud de la FIFA de circunscribir el premio The Best a la temporada europea. Ni siquiera se esperó a que finalizara la Copa Libertadores para ver si tal vez por aquí aparecía algún talento digno de análisis. Un eurocentrismo inaceptable de la FIFA. (O)

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