Lejanos están aquellos tiempos del amor por la camiseta, o del romanticismo por el fútbol. Lejanos están para los intérpretes del balompié –me refiero a los futbolistas– esos días de fidelidad por los colores, el escudo, el himno del club, la bandera y todo aquello que permitía celebrar esa comunión natural entre el héroe de la cancha y el héroe anónimo, que multitudinariamente llenaba las gradas de los estadios para ver al equipo de sus amores.

Es tan reconocido este amor trivial, que investigadores y científicos portugueses han comprobado que los circuitos cerebrales que se activan en los hinchas del fútbol, son los mismos que en los casos del amor romántico. Los mismos de una situación de emoción positiva –por un gol o un buen resultado– que activan en el cerebro en las regiones similares del corte frontal, donde se libera la dopamina a modo de recompensa.

Lo que preocupa es que con el correr de los tiempos esa comunión, por razones que analizaremos, ha encontrado sendas distintas. Poco a poco ese romance compartido en el fútbol se lo viene percibiendo cada vez más lejano. Mientras el aficionado, el hincha y el fanático se encargan de aferrarse a la tradición, a la espiritualidad, enfrentando rivalidades, destruyendo mitos; el futbolista ha preferido aferrarse a la verdad utilitaria, que deja de ser subjetiva para convertirse en materialista, donde se impone el paganismo económico. Ubicados en ese balcón entenderemos porqué la relación contractual entre un club y un futbolista se ha convertido en un acto engorroso, lleno de candados y seguridades. Es para que tenga poco espacio la deslealtad y que si llegase a presentarse la reivindique con muchos dólares.

Publicidad

Y claro que todo tiene su historia. Se considera que la llamada liberación del futbolista tiene una explicación válida por los abusos de los clubes, que sometían a sus jugadores y los fichaban como mercaderías en inventario. Regulados por códigos disciplinarios internos disponían a su antojo la propiedad del futbolista, limitando los derechos laborales; hasta que llegó el 15 de diciembre de 1995. En esa fecha Jean-Marc Bosman, jugador de nacionalidad belga, consiguió en los tribunales de justicia de la Unión Europea, una sentencia que benefició a todos al conseguir el libre tránsito laboral de los futbolistas al finalizar sus contratos.

Este gran éxito para el deportista dejó en pañales a los clubes, porque modificó el peso que tenía la balanza, inclinada casi siempre en momentos de la negociación de un traspaso, a las necesidades o intereses exclusivos de los clubes. La ley Bosman abrió un surco a favor de los jugadores que estaban por terminar los contratos, quienes desde ese momento no necesitaban el beneplácito ni autorización de sus equipos para abrir su propio mercado, contando con autónomo poder de negociación.

Como era predecible, irrumpieron los famosos representantes de jugadores, que se especializaron en negociar a nombre de los futbolistas los futuros contratos con los clubes. Son empresarios adiestrados, con licencia para exprimir las arcas de las instituciones.

Publicidad

Durante estos 22 años de vigencia de la regulación Bosman, las partes han venido perfeccionando sus autodefensas para crear un mercado más equilibrado entre ellas. Por parte de los futbolistas la Fifpro (Federación Internacional de Futbolistas Profesionales), organización internacional creada en 1965, se vigorizaron sus metas y ganó prestigio en la defensa de sus afiliados, que hoy reúne a más de 60 países, con 65.000 jugadores protegidos por este gremio.

Se conoce que entre las principales metas de la Fifpro está conseguir abolir absolutamente el pago por el fichaje de los jugadores. Esto bajo el criterio que el fútbol debe llenarse de razonabilidad, siendo un negocio en que las partes deben equilibrar las leyes, que regulen los derechos de cada cual.

Publicidad

La pregunta que se me ocurre a estas alturas del camino surge recordando la fábula de Esopo ¿Quién tiene la gallina de los huevos de oro? o ¡Cuidado¡ ¿Quién es el primero en matar a la gallina ponedora en oro?

El caso el brasileño Neymar es el más reciente exponente del descontrol del mercado. El arribo de magnates del petróleo, jeques, multimillonarios chinos del imperio de las apuestas, fortunas rusas posperestroika, han irrumpido con todo el poder económico para devorar la ‘Bolsa de las piernas’, amparados e inspirados por leyes como la Bosman, y otras que la propia FIFA ha propiciado y en las que tienen prioridad los capitales en desmedro de la esencia del balompié, que es la de profundizar la identidad del aficionado con su club.

Acaso le importó a Neymar la estabilidad que le ofrecía el club que invirtió en él y que le entregó el beneplácito de la hinchada Culé. El Barcelona no logró retenerlo y más pudo la poderosa cláusula de rescisión, para que el jeque del PSG, Nasser Al Khelaifi, gire de su chequera la cantidad de $ 263 millones, rompiendo todos los esquemas, pero dejando precedente. En el fútbol manda la cláusula de las chequeras. Visto así, a los aficionados no les quedó otra que cambiar los cánticos reservados a Neymar, por los de “insensible”, “mercenario” y “pesetero”.

Los asesores de Neymar, entre los que su padre tiene una gran influencia, lo persuadieron en que el alejamiento del club español y aunque iba a ser traumático, tenía amparos en derechos, y unos importantes beneficios, tales como que: 1) El club francés podía legalmente hacer efectiva la cláusula de rescisión; 2) Que la normatividad sobre el estatuto y transferencia de jugadores de la FIFA considera prioritaria la voluntad del futbolista para casos de hacer efectiva la cláusula de rescisión. 3) Agréguenle, desde el ámbito económico, que el PSG presentaba una propuesta irrechazable. 4) Por último, confesó el propio Neymar que el buscar nuevos horizontes en Francia le permitía desarrollar el liderazgo que en el Barcelona español estaba reservado para Lionel Messi, Andrés Iniesta y hasta el mismo Gerard Piqué.

Publicidad

En este mundo desbocado en ingresos –porque por ejemplo, las cinco ligas europeas más importantes, generaron ingresos por $ 30.000 millones la temporada que pasó– el fútbol ha creado también un marco de acción para la corrupción. Los ejemplos sobran: Fifagate, amarres de partidos, apuestas clandestinas, paraíso del lavado y negocios turbios.

Pero el exhibicionismo que el fútbol requiere para seguir ganando espacio ha necesitado un modelo dominado por expertos marqueteros, que conocen de las debilidades de los devotos. De aquellos que compran camisetas, abonos, suscripciones. Aquellos que hacen filas para entrar con tiempo al estadio, que no dejan de leer las noticias, ver las fotos, ver las repeticiones de los goles, de oír la narración más emotiva, los que le insultan a la madre al árbitro las veces que sean necesarias. En fin, ese mundo está ahí, repleto de sentimientos, mientras los grandes bufetes de abogados y financistas se encargan de materializar los insumos, conocedores que el devoto fervoroso le volverá a rezar al balompié. Como decía Eduardo Galeano: “El fútbol es la única religión que no tiene ateos”.

Pero el capítulo preocupante y que hay que denunciar es que este despilfarro in crescendo se encargará de desacreditar el tan cacareado Fair Play financiero. También de crear un marco de desestabilización económica en la lógica financiera de los clubes; además de la sobrevaloración en la inversión –que desconfigura el costo-beneficio– y por supuesto incentivará los fraudes fiscales de los actores.

Y algo muy grave que hay que recalcar: los filtros para conocer la procedencia legítima de los recursos que vienen inyectando al fútbol algún día, seguramente, confirmarán el dopaje financiero que hoy ya se sospecha.

En fin, sin que sea una sentencia, vale la pena reflexionar si “cuando el fanático vaya perdiendo el sentido de la fidelidad, entonces los momentos eufóricos del aplauso serán sustituidos por las egoístas competencias por el dinero”. (O)

 

Lo preocupante y que hay que denunciar es que este despilfarro in crescendo desacreditará el tan cacareado Fair Play financiero. Creará una desestabilización económica en los clubes.