Todo en la vida transita por la vertiente premio/castigo. La victoria de las ideas o las aspiraciones, el llegar a la meta, son el premio tan buscado. La derrota sin dignidad, el fracaso, son el castigo. En ambos casos –triunfo o derrota– la grandeza reside en la humildad, en el examen de conciencia, en la autocrítica. Alguien dijo alguna vez que “un hombre superior se repone siempre de un fracaso. Un hombre mediocre jamás se repone de un triunfo”.

En las eliminatorias para el Mundial 2018 Ecuador transita por un desfiladero tratando de evitar el abismo. Faltan 12 puntos por disputar, de los que deberá, al menos, conquistar 9 para tener opciones. Es decir, tres victorias en cuatro partidos. Sus rivales serán Perú y Argentina, en Quito; y Brasil y Chile, de visita.

Si hay un tema que era recurrente en todas las transmisiones de la eliminatoria, el martes, era el ocaso de Ecuador. ¿Qué se hizo ese equipo arrollador de las cuatro primeras fechas, que terminó de líder en el 2015?, era la interrogante. “Nunca se sabrá”, habría contestado si el interrogado hubiera sido yo. Porque cuando hicimos la pregunta sobre que pasó en el 2016 con aquel equipo que venció a Argentina, en Buenos Aires, la respuesta fue una cadena de agravios por parte del técnico de la Selección. Cuando un periodista le preguntó al entrenador si no había consultado con alguien sobre los problemas de funcionamiento de la Tricolor su contestación fue: “No tengo que consultar a nadie”. Soberbia y arrogancia de un ‘sabio’ del balón.

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Quinteros nunca se repuso de la resonante victoria ante Argentina y los triunfos frente a Bolivia, Uruguay y Venezuela en el arranque perfecto, y hoy la afición, dirigentes, periodismo no adicto e independiente, y los propios jugadores sufren por la actitud de un técnico que analiza los partidos que pierde ante el espejito que le regaló la madrastra de Blancanieves.

El jueves anterior caímos de visita ante Paraguay. Su reacción fue: “perdimos por dos goles tontos”. Deducción: los culpables fueron los futbolistas que permitieron esos goles. Cero autocrítica. En las dos fechas de este mes no se cosecharon puntos y estamos fuera de la zona de clasificación directa y de repesca. Recién el martes en la noche, después de 15 meses al frente de la Selección, tras seis partidos ganados, igual número de derrotas y de dos empates para un paupérrimo rendimiento de 47,61%, y dos fracasos en la Copa América, Quinteros salió a decir que el único culpable del mal papel de la Selección era él. Favor que le hace a la verdad al bajar del altar al que se había subido cuando Ecuador doblegó a Argentina, en Buenos Aires.

El hartazgo hacia su soberbia, tanto en la afición como en cierto sector de la dirigencia, y hasta en el periodismo ‘viajero’, tan solapador, ha producido este rapto de humildad que no va a durar mucho. El asunto es que se empieza a hablar ya de separación o renuncia, algo que Quinteros conoce de sobra, pues en Bolivia debió dimitir luego de 18 compromisos con ese país (trece perdidos, tres empatados y apenas dos victorias).

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Otro de los símbolos de la soberbia, Edgardo Bauza, tal vez esté transitando sus últimos pasos como técnico de Argentina. Repulsión generalizada causó en el mundo futbolero su reacción luego del pésimo partido de la Albiceleste ante Chile, cuando logró ganar con favores arbitrales. Cuando el periodismo le cuestionó el deplorable rendimiento de Messi y sus amigos, Bauza respondió: “Hicimos un partido brillante. Estoy satisfecho de cómo afrontamos este encuentro”. Luego vino lo peor. Le preguntaron cuál era la calificación que merecía la selección Albiceleste y contestó: “Diez puntos”. Si no fuera por la vergüenza de la conducta del adiestrador, los argentinos habrían reído más que con el show de Pepe Biondi.

A contramano de Quinteros y Bauza apareció en la eliminatoria un técnico que hacía rato pedía pista en un Brasil azotado y maltrecho: Ademir Leonardo Bachi (Tite), un triunfador con Gremio, Sao Caetano, Corinthians, Atlético Mineiro, Palmeiras y otros grandes equipos; campeón de la Copa Sudamericana, de la Libertadores y de la Recopa Sudamericana, por mencionar solo algunos méritos. Otro de los maestros de verdad es el argentino José Néstor Pekerman, quien tiene a Colombia en sitios de clasificación y acaba de darnos un baile.

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Cuando Tite llegó para reemplazar al carcelario Dunga, que prohibió a sus futbolistas que usaran sandalias, Brasil había jugado seis duelos y tenía apenas 9 puntos. “Esta será la primera vez que Brasil no vaya al Mundial”, dijo la cátedra. La rigidez táctica de Dunga fue sustituida por libertad, toque, ataque e inspiración. Le dio el pasaporte a la felicidad a Neymar, le ordenó divertirse y hacer jugar al equipo. Lo juntó con jóvenes como él: Gabriel Jesús, Phillipe Coutinho, Paulinho. Hoy, Brasil es el mejor equipo del mundo. Ni siquiera los ‘periodistas’ que enloquecen con las tácticas y endiosan a los técnicos; que no saben las tablas de multiplicar, pero apelan a la geometría analítica, la física cuántica y al libro de Baldor para explicar un partido, pueden negar que lo de Brasil es la vuelta a las fuentes, al jogo bonito. Brasil es hoy un equipo coral. Cada integrante da el tono que le corresponde y lo hacen disfrutando su papel y llevando alegría al público.

Brasil fue siempre el baile de la samba con un balón de fútbol en sambódromos tapizados de césped. Hasta que llegaron los maniáticos de la táctica y apagaron el eco de los tambores y encadenaron los pies ligeros de los bailadores. Había que jugar al pelotazo y hacer pesas. Nada de entrenamiento con pelota. Claudio Coutinho, Parreira y Sebastiao Lazzaroni fueron los autores de esta cruzada antifútbol. Scolari trató de devolver a Brasil su grandeza y apeló a los que jugaban como los de antes: Ronaldinho, Ronaldo y Rivaldo.

César Luis Menotti dio una entrevista a Carlos Ares que publicó El País, de España, el marzo 26 de 2002. Estas palabras provocarán sarna en los ‘modernistas, pero es un regocijo para los periodistas ‘antiguos’: “El futuro del fútbol es su pasado: la técnica, el dominio del balón, el toque, los movimientos colectivos, la solidaridad con los compañeros. Ahí está la belleza del juego y ahí hay que buscarla. Eso es lo que convirtió al fútbol en lo que es. Ese producto es lo que convirtió a la FIFA en una de las más poderosas multinacionales del mundo”. (O)

En las eliminatorias Ecuador transita por un desfiladero tratando de evitar el abismo. Faltan 12 puntos por disputar, de los que deberá, al menos, ganar 9. Es decir, tres triunfos en cuatro juegos.

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