Por: Ricardo Vasconcellos R. | rvasco42@hotmail.com

Carlos Raffo se despidió el jueves entre un mar de banderas azul y plomo que se agitaban sobre su ataúd, mientras jóvenes barristas, con lágrimas auténticas, cantaban: “¡Carlitos no se va, no se va!”.

Una temprana llamada de Ismael Sánchez me alertó de la fúnebre noticia: ‘Murió Carlitos Raffo, acaban de anunciarlo en la radio’, me dijo. No por esperada la noticia dejó de ser dolorosa porque con el Flaco Raffo se fue un símbolo de Emelec y del balompié nacional. El estandarte de una época que no volverá a vivirse porque el fútbol ha cambiado, pero para mal.

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Fuimos a su funeral y encontramos a varios de sus excompañeros de Emelec, de la Selección y del fútbol de la era del viejo estadio Capwell: Raúl Argüello, Rómulo Gómez, Pepe Johnson, Enrique Raymondi, Milton Pérez, Jorge Delgado, Felipe Carbo, entre otros. Dirigentes del Emelec de ayer y de hoy acompañaron en todo a la familia: Nassib Neme, Otón Chávez y Omar Quintana.

También los exdocentes de la Escuela Naval, que fueron compañeros, sus compañeros, como Roberto Frydson, Miguel Villacrés, Pepe Aroca y Germán Rodríguez. Hubo muchas muestras de adhesión a la familia de la gran estrella fallecida, y de congoja por la marcha final de quien tanto entregó a nuestro fútbol.

Los ejecutivos de Parque de la Paz, donde quedó para siempre el inolvidable Carlos Raffo, decidieron entregar gratuitamente la tumba y los servicios funerarios en homenaje a quien fue un ejemplo de vida. Igual gesto habían tenido ya con Enrique Cantos y Jorge Bolaños y vale destacarlo porque quienes debieron estar junto a la familia de Raffo no aparecieron por ningún lado.

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Nos vino al recuerdo el triste traslado del cadáver y el funeral de Christian Benítez. Los dirigentes de nuestro fútbol se lanzaban de cabeza sobre las cámaras de televisión, posaban para las fotos y suplicaban una entrevista. Uno de ellos, el más pomposo, pretendió sacar de entre los que cargaban el féretro del Chucho a Ermén Benítez, padre de este, para ponerse en primera fila. Al entierro de Carlos Raffo no apareció ninguno de ellos.

Ningún dirigente de la Federación Ecuatoriana de Fútbol se hizo presente, pese a que Raffo representó al Ecuador en los Sudamericanos de 1959 y 1963 y en la eliminatoria para el Mundial de Chile 1962; pese a que hizo diez goles en doce partidos y pese a que fue el máximo artillero del Sudamericano de 1963. Tampoco llegó ningún dirigente de la Asociación de Fútbol del Guayas. Y eso que Raffo fue estrella desde 1954 hasta 1966 y fue cinco veces goleador de los torneos provinciales y que jugó en la selección de Guayas varias veces.

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En mi vieja escuela fiscal número 26, en segundo grado, mi querida maestra doña Noemí Vallejo de Miranda nos entrenaba en lectura con el Alfabeto para un Niño, de José Joaquín de Olmedo. Muchas veces nos recalcaba aquel cuarteto que dice: Gratitud siempre al favor/es un deber justo y grato/ y es por eso que el hombre ingrato/ es un monstruo que da horror.

Y mejor que no hayan ido esos dirigentes. En su lugar estuvieron los auténticos amigos de Carlitos. Los que lucharon junto a él por darle carácter popular a un Emelec que estaba catalogado como equipo burgués y aniñado. Los futbolistas azules, salvo alguno, no lo fueron, pero la etiqueta no se la quitaba nadie. Hasta que todo empezó a cambiar en 1954 con la llegada de Carlos Alberto Raffo Vallaco. Lo trajeron clandestinamente de Quito donde estaba jugando en el Argentina, más tarde Deportivo Quito.

Lo embarcaron en un auto del Ministerio de Defensa y le pusieron un uniforme de coronel con charreteras y todo, y una gorra con el emblema del Ejército; todo camuflado con un abrigo largo. El 4 de septiembre de ese año debutó y ya en el segundo partido el Flaco Raffo se destapó hasta llegar a ser el arquetipo del goleador insigne, como no ha habido ninguno en la historia de Emelec y del fútbol ecuatoriano.

Fue bicampeón de Guayas en 1956 y 1957, y campeón nacional en 1957 y 1961 con un Emelec que se convirtió en el Ballet Azul y se ganó el favor popular hasta ser hoy uno de los dos equipos con mayor hinchada en el país.

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Raffo marcó goles de todas las formas. Solo manejaba la zurda porque si hubiera sido también eficiente con la derecha se lo llevaban a Europa cuando solo las auténticas estrellas iban al Viejo Continente. Y conste que Jorge Larraz lo quiso llevar, junto a Enrique Pájaro Cantos, al Granada español, pero el Flaco no quiso ir. Estaba enamorado de su esposa y de su Guayaquil.

Llegó solo, sin representante como se llama hoy una casta de embaucadores negociantes de paquetes. No pidió un Ferrari o un Porsche, ni una villa con piscina, cocinera, lavandera y jardinero. Nadie hablaba de primas millonarias y Raffo recordaba en una charla que le dieron mil sucres (unos $ 50 de la época) antes del primer partido contra Valdez. Esa fue su prima.

Hizo goles a todos los arqueros nacionales y extranjeros con la blusa de Emelec y con la de Barcelona, cuando se fue de refuerzo a Colombia en 1956. Enfrentó a los más recios y técnicos zagueros centrales y fue siempre vencedor. El pasado jueves se despidió entre un mar de banderas azul y plomo que se agitaban sobre su ataúd mientras jóvenes barristas, con lágrimas auténticas, cantaban: “¡Carlitos no se va, no se va!”.

El Flaco Raffo marcó goles de todas las formas. Solo manejaba la zurda porque si hubiera sido también eficiente con la derecha, se lo llevaban a Europa.