EE. UU.

La semana pasada, Eric Cantor, el dirigente de la mayoría en la Cámara de Representantes pronunció lo que su oficina nos dijo que sería un importante discurso sobre políticas públicas. Y deberíamos estar agradecidos por el aviso sobre la importancia del discurso. De otra forma, una lectura del discurso habría sugerido que no ofrecía más que una selección magra y acalorada de ideas.

Sin lugar a dudas que Cantor trató de sonar interesado en una discusión política seria. Sin embargo, no lo logró –y no fue por accidente–. Hoy día a su partido le disgusta toda la idea de emplear un pensamiento crítico y evidencia en las cuestiones políticas. Y no, no es una caricatura: el año pasado, el partido Republicano texano condenó explícitamente los esfuerzos por enseñar “habilidades del pensamiento crítico”, porque, dijo, tales esfuerzos “tienen el propósito de desafiar las creencias fijas de los estudiantes y debilitar a la autoridad parental”.

Y tal es la influencia de lo que podríamos llamar la ignorancia de la camarilla política, que aun cuando alguien pronuncia un discurso orientado a demostrar la apertura a nuevas ideas, Cantor se sintió obligado a dejar fuera a esa camarilla, llamando a queEl año pasado, el partido Republicano texano condenó explícitamente los esfuerzos por enseñar “habilidades del pensamiento crítico”, porque, “tienen el propósito de desafiar las creencias fijas de los estudiantes y debilitar a la autoridad parental”. termine por completo el financiamiento federal de la investigación en ciencias sociales. Porque de seguro es despilfarrar el dinero tratar de entender a la sociedad a la que intentamos de cambiar.

¿Se quieren otros ejemplos de la ignorancia de la camarilla política en acción? Se puede empezar con la atención de la salud, un área en la cual Cantor trató de no sonar antiintelectual; prodigó elogios a la investigación médica justo antes de atacar el apoyo federal a las ciencias sociales. (Por cierto, ¿de cuánto dinero estamos hablando? Bueno, el presupuesto total de la Fundación Nacional para las Ciencias destinado a las ciencias sociales y económicas suma un gigantesco 0,01 por ciento del déficit presupuestario.)

Sin embargo, el apoyo de Cantor a la investigación médica es limitado, curiosamente. Está a favor de desarrollar nuevos tratamientos, pero sus colegas y él se han opuesto con firmeza a la “investigación comparativa sobre efectividad”, con la cual se busca determinar qué tan bien funcionan esos tratamientos.

Lo que temen, claro, es que la gente que administra a Medicare y otros programas gubernamentales podría usar los resultados de dicha investigación para determinar lo que están dispuestos a pagar. En cambio, quieren convertir a Medicare en un sistema de vales y dejar que cada persona tome la decisión sobre el tratamiento. Sin embargo, aun si se cree que es una buena idea (no lo es), ¿cómo se supone que cada persona tome buenas decisiones, si nos aseguramos que no tengan ni idea de los beneficios para la salud, si es que hay alguno, que deban esperar?

No obstante, el deseo de perpetuar la ignorancia en asuntos médicos no es nada en comparación con el deseo de eliminar la investigación climatológica, donde los colegas de Cantor –en particular, da la casualidad, en Virginia, su estado natal– han participado en una furiosa cacería de brujas contra científicos que encuentran evidencia que no les gusta. Cierto, el Estado por fin acordó estudiar el creciente riesgo de las inundaciones costeras; Norfolk está entre las ciudades estadounidenses más vulnerables al cambio climático. Sin embargo, los republicanos en el congreso estatal prohibieron en forma específica el uso de las palabras “aumento en el nivel del mar”.

Y existen muchos otros ejemplos, como la forma en la que los republicanos en la Cámara de Representantes trataron de suprimir el informe del Servicio Congresual de Investigación que genera dudas sobre las aseveraciones respecto de los efectos del crecimiento mágico de los recortes fiscales para los ricos.

¿Las acciones de este tipo tienen efectos importantes? Bueno, habría que considerar las discusiones desesperantes sobre la política de armas que siguieron a la masacre en Newtown. Ayudaría a estas discusiones si aprovecháramos bien los hechos relativos a las armas de fuego y la violencia. Sin embargo, no es así porque allá en los 1990, los políticos conservadores, actuando en nombre de la Asociación Nacional del Rifle, intimidaron a los organismos federales para que dejaran de hacer prácticamente todas las investigaciones sobre el problema. Importa la ignorancia deliberada.

Está bien, en este momento, las convenciones de los peritajes ameritan decir algo para demostrar mi imparcialidad, algo parecido a “los demócratas también lo hacen”. Sin embargo, mientras que estos, al ser humano, interpretan con frecuencia la evidencia en forma selectiva y optan por creer cosas que los hacen sentir cómodos, realmente no hay nada equivalente a la hostilidad activa que, para empezar, tienen los republicanos hacia la recopilación de evidencia.

La verdad es que la división partidista en Estados Unidos es mucho más profunda de lo que hasta los pesimistas están dispuestos a admitir; los partidos no solo están divididos sobre valores y perspectivas políticas, están divididos por la epistemología. Un lado cree, al menos en principio, en permitir que los hechos den forma a sus concepciones políticas; el otro, en suprimir los hechos si contradicen sus creencias ya establecidas.

En su última réplica al dejar el Departamento de Estado, Hillary Rodham Clinton dijo sobre sus críticos republicanos: “Simplemente, no quieren vivir en un mundo basado en las evidencias”. En concreto, se refería a la controversia sobre Bengasi, pero el argumento se aplica en forma mucho más general. Y, a pesar de todo lo que se dice de reformar y reinventar al partido Republicano, la camarilla política de la ignorancia conserva un control firme sobre el corazón y la mente del partido.

© 2013 New York Times

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