En los avisos, los organizadores del show de Julio Iglesias señalaban que el concierto sería a las 21:00. En los boletos constaba 20:00. Los más puntuales y precavidos decidieron regirse por lo que decía el boleto y estuvieron a las ocho en el Teatro Feria de Durán, el escenario del concierto. Pero hubo muchos que llegaron a las 21:00 y hasta pasada esa hora, confiados de que en el espectáculo se impondría la hora ecuatoriana o de que, al igual que tantas otras celebridades, Julio Iglesias se haría esperar. Además, el trío Los Panchos estaba anunciado como invitado y se suponía que los artistas mexicanos cantarían primero.

Pero nada fue así. La del viernes fue la noche de las sorpresas. Iglesias decidió cantar antes que los invitados. Los organizadores dijeron que llegó a hacer la prueba de sonido y de una vez se quedó para el show –pensaba salir del país esa misma noche–, que comenzó pasadas las ocho y media de la noche, ante el asombro del público, que no se esperaba ver al español en el escenario tan pronto. Pero llegó, con un terno oscuro y corbata, con su elegante andar y con esa voz que es casi un susurro y con la que hace décadas cimentó su fama de buen cantante y seductor. Una fama que lo acompaña todavía ahora, con 69 años a cuestas y un mundo recorrido.

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Flanqueado por un grupo de músicos y tres jóvenes bailarinas vestidas de negro, hizo un repaso por sus populares canciones –aunque faltaron varias– y se dirigió al público con una palabra y una actitud que a veces parecían las de un predicador. O las de un motivador.

Señaló, entre otras cosas, que Ecuador ya no será más un país de migrantes, sino de inmigrantes, y que muchas de las familias que se fueron, retornarían con sus hijos preparados, y vendrán incluso muchas familias europeas. “Quería contárselo porque me siento en deuda con lo que está pasando en España”, refirió.

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Y tras ese discurso volvió a sus canciones. Y trajo éxitos como Si tú te vas y Hey, que fueron coreadas por los asistentes, en especial, mujeres. “Qué hombre tan bello”, gritaba alguien de la tribuna. “Maeestrooo”, expresaba otra, mientras bebía una cerveza y brindaba. “Es toda una celebridad y lo noto más humilde”, manifestó una abogada que dijo ser fanática del artista, al igual que su esposo, con quien acudió al show.

“Guayaquil, no te escucho”, decía Julio cuando cantaba y no oía que el público se le sumara, con su voz, a los versos que él desgranaba susurrante. Algunos seguían llegando y preguntaban si el show había comenzado hacía rato. Y los que se animaban a contestar relataban que sí, que ya había cantado Manuela y otros temas, y había recordado sus venidas al Ecuador y sus inicios.

Los vendedores ofertaban cigarrillos, chicle, flores y cerveza. Dos pantallas situadas junto al escenario mostraban la imagen de Julio o de sus bailarinas. El intérprete contó que pronto grabaría con Justin Timberlake y otros artistas y que entonces el tiempo le iba a ser escaso, “así que aprovécheme hoy”, decía sonriente. Y así llegó De niña a mujer, que hizo que estallaran los gritos. Fue quizá uno de los momentos más emotivos de este concierto, que casi en ningún instante llegó a la total euforia. Otro momento clave fue cuando hasta el escenario arribó una pareja de tangueros para acompañar al artista en una de sus canciones.

Evocó, asimismo, con una interpretación, a Caruso, a su estilo, mientras el viento le movía la parte izquierda de su cabello, en tanto la derecha yacía quieta. Engominada. Y el mismo viento hacía sonar un plástico que simulaba de techo del escenario y producía un ruido que inquietaba al artista, al punto que lo dijo, pero cantando: “Qué es lo que suena por allí arriba. Me va a caer, me va a caer a mí”. Y la gente rió con la ocurrencia. Varias veces se quejó del sonido.

A mi manera llegó a las 22:00, y solo después se supo que esta fue su última canción. Había dicho que era hora de despedirse y salió del escenario, pero nada hacía pensar que ya no volvería. Las luces se apagaron. El público lo esperaba. Pasaron casi 10 minutos y los que llegaron a escena fueron Los Panchos, ese trío clásico que interpreta boleros, valses, rancheras y más géneros latinos. Ellos llenaron el espacio con su voz, con el sonido de sus cuerdas, y se pasearon por una infinidad de canciones: desde Sombras y Nuestro juramento, hasta Sabor a mí, Si tú me dices ven, y otras.

Una parte del público se marchó. La mayoría se quedó, pero abandonó el recinto conforme avanzaba la noche. El trío concluyó su participación pasadas las 23:00, luego de lo cual firmó autógrafos. A esa hora, Julio Iglesias era solo un recuerdo.