Toman el sol sobre las rocas. Cuando se cansan de ese territorio, avanzan hacia la playa para seguir “bronceándose”. Así pasan casi todo el día. Su vida se desarrolla en los acantilados.

Es su rutina diaria, pues necesitan que su cuerpo se caliente para regular su temperatura, la cual le ayuda a cumplir funciones como alimentarse.

Son las iguanas marinas, conocidas científicamente como Amblyrhynchus cristatus. Su forma de tomar el sol en las rocas o en la playa cautiva a los turistas durante todo el año.

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Pero esta época es distinta. Ahora, las iguanas bebés son el centro de atención, ya que muchas caminan por la ciudad. Una escena que se observa solo en tiempos de reproducción. De mayo a julio.

Antes de su nacimiento, las iguanas hembras se alejan, unos tres kilómetros de los acantilados (zonas rocosas), para poner huevos. Otras, un poco más. Buscan el “nido ideal”, que tenga la temperatura y humedad adecuadas.

En esa exploración del “nido ideal”, algunas iguanas avanzan a la urbe, a zonas en las que ahora hay edificios, casas y entidades públicas y privadas.

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El acontecimiento se repite cada año. Los padres de las crías depositan los huevos en los nidos que utilizaron sus antepasados, cuando no existían asentamientos humanos. A esos sitios regresan por instinto, por memoria e “historia genética”, indican biólogos del Parque Nacional Galápagos y de la Fundación Charles Darwin, consultados por este Diario.

En este proceso de reproducción está inmerso el desplazamiento. Las iguanas marinas se trasladan de las rocas a zonas arenosas para cumplir parte de su ciclo biológico. Una travesía que, en muchas ocasiones, se vuelve agotadora para las madres, y hasta peligrosa para las crías, que pueden ser arrolladas al caminar por la urbe.

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El trayecto no es sencillo, dice Álizon Llerena, herpetóloga (experta en reptiles y anfibios) e investigadora de la Fundación Charles Darwin. El cortejo y apareamiento se da entre diciembre y enero. Es la primera migración de las rocas a la playa. Machos y hembras buscan la arena para reproducirse. Un mes después hay resultados.

Luego, las hembras emprenden un segundo viaje. Otra vez de las rocas a la arena, pero ahora para poner los huevos. Esto es entre febrero y abril. Ahí buscan los sitios en que anidaron sus madres, abuelas...

Para ello excavan varios huecos. Una actividad agotadora, indica Llerena.

“Las hembras pierden mucha energía en el proceso de la reproducción. Mientras buscan y excavan nidos pasa entre una semana y quince días. En esos días no comen. Por eso la condición física de las iguanas debe ser óptima. Todo depende de cómo fue el año pasado para las hembras. Depende de si tuvieron abundante alimento (algas), si tuvieron una buena condición física y si estuvieron predispuestas para engendrar”, explica la investigadora.

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El estado físico de la iguana también depende de las condiciones marinas, pues si fueron malas, las iguanas comieron poco y habrá escasas crías; y si fueron buenas, tuvieron alimento suficiente para completar la reproducción y, por lo tanto, habrá una gran cantidad de iguanas bebés.

Una vez que eclosionan los huevos, las bebés tratan de buscar su hábitat natural, que son los acantilados. En este proceso caminan varios kilómetros, dependiendo del sitio en el cual su madre asentó el nido. Algunas recorren hasta tres kilómetros cada dos días. Ahí hacen descansos para tomar el sol.

Nunca van de una isla a otra, comenta Harry Reyes, biólogo del Parque Nacional Galápagos, quien agrega que las hembras ponen entre uno y seis huevos una vez al año.

Cuando los huevos eclosionan cerca de los centros poblados, las bebés deben cruzar –a veces– aceras y calles. Y en ocasiones son distraídas por luces o sonidos que las desorientan. Por eso llegan a las casas de los habitantes de las islas.

En el archipiélago hay unas 700.000 iguanas marinas, asegura Reyes, y dice que la migración de las bebés se da más hacia la parte suroeste. Ahí buscan alimento y descanso.

Esta especie consume algas rojas. También las verdes, pero en menor cantidad.

Las hembras y las más jóvenes comen cuando baja la marea. Mientras que los machos nadan hasta unos 20 metros de profundidad para buscar los alimentos. Estos son los que más sufren cuando las aguas del mar cambian, como ocurrió en la década del ochenta con el fenómeno El Niño. Ahí han muerto por falta de comida.

En las islas Isabela y Fernandina está la mayor población de estas iguanas, casi el 75%; mientras que el resto se distribuye en las otras islas del archipiélago, coinciden los biólogos.

Por ejemplo, en la isla Genovesa viven las más pequeñas de tamaño, las que miden menos de 0,80 cm entre cola y cuerpo, dicen los expertos. En Isabela y Fernandina, en cambio, están las más grandes, las que miden entre 1,20 cm y 1,30 cm de largo, y pesan hasta 10 kilos. En estas dos últimas zonas se puede apreciar a grupos de 1.000 y 2.000 iguanas juntas en una área rocosa.

Es una sola especie, con leves variaciones genéticas. Según Reyes, hay 7 subespecies. Por eso en unas islas hay iguanas con manchas rojizas y verdosas. Pero la mayoría son grisáceas.

Detalles: Especie vulnerable
Población endémica
En el Archipiélago hay unas 700.000 iguanas marinas. Son consideradas vulnerables, por la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), por ser únicas en el mundo. Sus predadores introducidos son las ratas, gatos y perros.

Cuidados para la especie
Se debe evitar tomarles fotos con flash, pues la luz las desorienta; tocarlas o alimentarlas. Sonidos estridentes y las luces de los autos también las perturban.