Tenía 26 años, un diplomado universitario en Informática y estaba desempleado, al igual que la mitad de los jóvenes de los países árabes. Sobrevivía de la venta de frutas en un puesto ambulante hasta que los agentes de su ciudad, en Túnez, le confiscaron su mercadería. Ese acto de los policías hartó la paciencia del joven. Lleno de ira se encaminó hacia el ayuntamiento, y frente a este, públicamente, se prendió fuego. Ese acto, protagonizado por Mohamed Bouaziziue, ocurrió en diciembre del 2010 y desató una serie de protestas que se multiplicaron por la región árabe y derivaron en el 2011 en la caída de gobiernos, de dictaduras de décadas.

La protesta social la había reactivado un joven vendedor de frutas. Y meses después se trasladó a Occidente bajo el liderazgo de otros jóvenes.

Convocada a través de las redes sociales, también herramienta de los manifestantes árabes, el 15 de mayo en la Plaza del Sol, en Madrid, empezó una protesta en la que se escuchaban consignas como “Lo llaman democracia y no lo es”. A los pocos días, jóvenes de otros países de Europa se sumaban a gritos como “estamos hartos”. Se autodenominaban movimiento Democracia Real y luego se reconocieron como 15-M, siguiendo la línea identitaria contemporánea del calendario que marca los días de hechos trascendentales. En este caso de la primera jornada de sus protestas.

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Los manifestantes demandan cambios en el sistema político y económico, en medio de una crisis que registraba el 21% de desempleo y que entre los menores de 25 años llega al 44%.

La indignación contra el sistema es hoy global. No se puede decir con certeza que en la marea de insatisfacción que encumbró a la spanish revolution, como también se la conoce, siete días antes de las elecciones municipales y autonómicas de mayo pasado en España, se adviertan signos de agotamiento.

Es más apropiado, según sus protagonistas, hablar de redefinición del movimiento en un intento por derrotar a los agoreros que presagian para el 15-M un recorrido de corto aliento.

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El escritor Carlos Granés, quien en su ensayo El puño invisible analiza las corrientes vanguardistas y las actitudes rebeldes, ve una sintonía estética y retórica entre los indignados de la Puerta del Sol y los de Mayo del 68, en París, pero advierte, al mismo tiempo, abismales diferencias. Los segundos querían cambiar su estilo de vida. Los primeros “quieren entrar en el sistema alienante, quieren un estado de bienestar tan burocrático como deba serlo siempre y cuando garantice educación, salud y prestaciones de desempleo; quieren un trabajo estable y perspectivas económicas que les permita proyectarse hacia el futuro con algún grado de certeza”. Aunque resulte paradójico, señala el autor colombiano, “estos jóvenes reclaman el derecho a ser burgueses”.

Hay motivos para indignarse, por supuesto. “Las maniobras económicas globales, insiste Granés, les cierran las puertas del mercado laboral, les quitan o les impiden tener vivienda y les privan de beneficios sociales que creían intocables. Todo esto mientras los implicados en la debacle económica siguen viviendo en el Olimpo”. El problema reside, sin embargo, en la claridad y en el realismo de los fines que persiguen. “Quieren regenerar la política española; quieren ampliar los márgenes de participación; y quieren, desde luego, que los políticos adopten todas sus propuestas, pero no están dispuestos a participar en política ni a dialogar con los partidos”. En otras palabras, añade, “demandan un cambio político y social surgido de un mero acto de voluntad”.

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De ahí que Stéphane Hessel, firmante del éxito editorial Indignados, publicado en el 2010 y que puede considerarse como el embrión de la iniciativa, crea indispensable alejar las manifestaciones ciudadanas que coparon plazas y calles de cualquier definición cercana al desorden público, pero también hable de la necesidad de que sus acciones se articulen a través de partidos políticos ya existentes.

¿Qué ocurrirá con el movimiento? “El cambio de la cultura política puede que vaya calando como una lluvia fina, pero en el 15-M están abiertos a lo impredecible, lo que surja ocurrirá por generación espontánea. Puede mutar como las estructuras víricas que al final no se sabe cómo evolucionan”, advierte Enrique Gil Calvo, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

La experiencia muestra, en la óptica de Granés, “que estas revueltas transforman a quienes participan en ellas, no al poder político ni a las instituciones sociales contra las que se levantan. La experiencia les acompañará siempre. Sabrán que por unos días el viento de la historia les dio directo en el rostro, así el sistema político español hubiera quedado intacto”.

Por estos días el movimiento está oculto, no visible. “No estamos acampados en las plazas pero seguimos trabajando”, refiere Stéphan Grueso, una de las cabezas visibles del movimiento y quien, junto con otros cuatro, aparece en la lista de activistas del 15-M, parte de una figura que la revista Time, de EE.UU., designó como personaje del año: el manifestante.

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¿Qué se puede esperar de este despertar ciudadano? “En Sol queda una placa que dice “Dormíamos, despertamos”. La idea es seguir despiertos. Al 15-M lo han dado por muerto muchas veces. Tenemos que intentar no dormirnos y desarrollar más herramientas de comunicación para llegar a quienes no están en Twitter, en los blogs o en Facebook. Tenemos que evolucionar y redefinirnos. Hay un grupo que está trabajando con el hashtag #reinicia15M y que nos está llevando a pensar cómo seguir y a cuestionarnos cosas como si tiene sentido salir tantas veces a la calle.

Personaje del año del diario británico The Guardian es otra manifestante. Se trata de una joven de 23 años y líder del movimiento estudiantil chileno: Camila Vallejo.

La estudiante de arquitectura de la Universidad de Chile, junto a dirigentes de otros centros de educación superior, han logrado movilizar a casi un millón de personas que han recorrido las calles de Santiago y Valparaíso, principalmente, para demandar gratuidad y mejor calidad en la educación. Pero también un cambio del modelo educativo que, por ejemplo, se refiere a la educación, como “el mercado”.

Las manifestaciones empezaron en junio, cuando al menos 70 mil personas, sobre todo estudiantes y profesores, se congregaron para protestar por “el lucro del sistema”.