“Me fui a retirar dinero en el cajero del Banco Pichincha de la Plaza del Sol. El sitio estaba lleno, porque justo ese día había un partido de fútbol. Eran como las ocho de la noche y cuando me disponía a volver al carro vi que paró un Chevrolet, tipo Vitara, junto a mí. Se bajó un tipo, me abrazó y me dijo ‘súbete, súbete o te pego un tiro’. Ante el miedo lo hice, me puso junto al conductor y él subió atrás.

Cuando íbamos saliendo y debíamos pasar la garita me dijo: ‘Estrégate los ojos, no mires nada...’, y me apuntaba. Pasaron el sitio y me dijeron tápate los ojos; comenzaron a recorrer la ciudad. No sé por qué calles. Pero sí puedo decir que estuvimos por la Perimetral, porque escuché una conversación con un tercer tipo al que le decían que estábamos por ahí. Después lo recogimos. No sé por dónde.

Cuando se iba a subir me abrió la puerta del copiloto, me hizo pasar atrás; ocupó mi sitio y me dijo: ‘Tranquila, no te vamos a hacer nada, esto lo hacemos para alimentar a nuestros hijos. Me acostaron en el asiento de atrás, con mi cabeza en las piernas del tipo que me abordó. Me tapó los ojos con una gorra.

Publicidad

Adelante iban como sacándole piezas al carro, yo oía como que movían herramientas. Desde que me secuestraron yo no paraba de llorar y, como sufro del corazón, me ahogaba, me dio taquicardia. Uno me cogió la mano, y dijo: Respira tranquila; mientras preguntaba por qué me habían secuestrado... Finalmente, me dejaron por la Coviem y una familia me ayudó”.