Los humanos en puestos de dirección nos creemos tan importantes e indispensables que consideramos que basta con pronunciar la palabra cambio para cambiar la realidad. Incluso hay autoconvencidos de que son revolucionarios por el único hecho de constar en los roles de pago de una jefatura que se dice revolucionaria. Los políticos de poder están tan ofuscados en transformar el mundo que han descuidado perfeccionarse primero individualmente ellos mismos. Pero no es de hoy que nos esforzamos por dar con una fórmula adecuada para el gobierno del pueblo, o con el pueblo, o junto al pueblo.

Probablemente en el siglo VI aC empezó a componerse en China el Tao te king, uno de los textos más fundamentales para el autoconocimiento, y que ha sido visto también como iluminador para el arte de gobernar, que, a estas alturas del nuevo siglo y de nuestras vidas, parecería un imposible. Justamente sobre la conducción de una comunidad se afirma: “cuantas más vedas y prohibiciones hay, / mayor es la pobreza del pueblo; / cuantos más ingenios tiene el pueblo, / más disturbios hay en señoríos y casas; / cuanto mejores son la industria y la habilidad de las gentes, / más aberraciones aparecen; / cuantas más leyes y decretos se promulgan, / más ladrones y bandidos hay”.

¿Estarían dispuestos a detenerse, por un momento, los políticos profesionales conectados al poder y esforzarse por observar unas evidencias que perviven por miles de años y que nos invitan a percibir cuán limitadas son las acciones humanas? ¿Cómo construir una agenda pública razonable que, después de unos cuantos años, no nos lleve al arrepentimiento y a la frustración colectivos, como ha sucedido con gigantes del pasado –como la Unión Soviética– que, en nombre de una razón progresista de Estado, produjeron la sinrazón apelando al interés de las masas?

En otro poema se dice: “El que sabe no habla, / el que habla no sabe”, y esto “es lo que más se honra bajo el cielo”. En la vida mundana el saber, pues, no se transmite con la propaganda ni con enlaces nacionales para que se escuche casi forzadamente una sola versión de los sucesos. La autoridad moral del gobernante se irradia, también, cuando este calla; cuando se silencia para no generar tanto ruido e interferencia en la escena familiar y social. Para gobernar, paradójicamente, el mandatario debería desapegarse de sus creencias y de aquello que está haciendo; de esta manera podrá ver sus obras con la distancia necesaria.

No tenemos en nuestras universidades escuelas formales de gobierno. Tampoco han servido del todo donde sí las tienen. ¿Cuál es, entonces, la condición para servir a los otros? “Para gobernar a los hombres y servir al cielo, / no hay como la parsimonia. / Pues la parsimonia / implica dedicación previa. / Dedicación previa significa / haber hecho acopio de virtud. / Quien ha hecho acopio de virtud / nada hay de lo que no sea capaz”. Según el Tao, cuyo autor sería Lao zi (el Viejo Maestro), la mejor política es aquella que deja que las cosas fluyan poco a poco, sin forzar nada: “Gobernar un gran país / es como asar un pececillo: / lo estropeas si atizas mucho el fuego”.