En los bajos de la casa de Papá Roncón, en Borbón, está la fundación que lleva su nombre, un espacio que ideó para enseñar sus conocimientos a los niños y jóvenes del pueblo. La institución la dirige y coordina uno de los hijos, Jorge Elías Ayoví, y la contadora es Mirtan Ortiz Díaz, una de sus nueras. Ella explica que esta es una entidad sin fines de lucro, que tiene como objetivos enseñar música, danza y elaboración de instrumentos.

Las clases, que son gratuitas, las dictan un instructor y Papá Roncón. “Vamos a bailar en la misma tabla”, dice el músico a las jóvenes, enfundadas en largas polleras, cuando se dispersan por la sala de piso de cemento. Les cuenta que antes se bailaba en pisos de tabla, así los espacios quedaban delimitados y servían de marco. Les habla, asimismo, de canciones y ritmos, como el Agua, Caramba y Torbellino, que poco se las escucha ya, les dice, porque se ha impuesto el reggaetón.

“Agua era una pieza que inventaron las mujeres, mientras lavaban”, les cuenta. Luego las muchachas siguen danzando, con pies descalzos, bajo la mirada del profesor, hasta que la clase termina. “Mañana les seguiré diciendo otras cositas”, les dice Papá Roncón. Ellas se despojan de las polleras y vuelven a sus bluyines y sandalias. Es martes de tarde y el sol empieza a morir.

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Papá Roncón manifiesta que lo primero que debe hacer alguien que quiera tocar marimba es afinar el oído, y sostiene que él sabe cómo lograrlo. “Hay que tener formas de enseñar y tener paciencia”, comenta este hombre, quien cuenta que cada día se despierta en la madrugada. A las cuatro o cinco de la mañana va hasta su hamaca, ubicada en la planta baja de la vivienda y se acuesta a mirar la marimba. Es su forma de inspirarse, de pensar y de componer. “Los tonos están ahí y he descubierto todos los secretos de la afinación. Por eso tengo esta escuela, para todo este legado dejarlo a las nuevas generaciones, porque allá arriba (señala hacia el cielo), qué voy a hacer con la marimba. Esto tiene que quedarse para los que vienen”. Su idea es que no se pierda la tradición y cuando él ya no esté, otros que lo reemplacen. Le apena que el legado de sus mayores se hunda en el olvido.

Él elabora la marimba con caña y chonta, un material incorruptible, asegura. Y ha ideado, además, el palo de lluvia: una caña larga, a la que le pone en el interior tiras de chonta y semillas de achira. Al moverla, produce un sonido muy similar a la lluvia. “Esto sirve para efecto de la música, porque no tiene un tono”, explica. Relata que un amigo suyo tenía un pequeño instrumento de estos y cuando lo vio, él decidió probar hacer uno grande.

Papá Roncón dice que a pesar de vivir en un pueblo remoto su nombre es conocido. “Y pensar que al principio quise sacármelo y con el tiempo me ha dado renombre”, refiere. Algo similar afirma de La Catanga, que fundó sin pretensión alguna. “Nunca pensé que con este grupo iba a llegar a este estatus. Lo hice solo para molestar, pero cuando vinieron las invitaciones, la cosa se puso seria”, relata. A lo largo de los años, ha hecho amigos que lo han ayudado a difundir su música o lo han convidado a tocar en diversos países de Europa y de América. El reciente reconocimiento le llegó con el Premio Espejo. Cuando reciba el monto del galardón (10.000 dólares) planea atenderse la salud y realizar mejoras en su casa. “Pero todo con tino”, dice.