“La sociedad no les paga para que den clases sino para que sus niños y jóvenes aprendan y se desarrollen”, dijo el pensador colombiano Bernardo Toro Arango, a un grupo de maestros en una conferencia sustentada en la Fundación EL UNIVERSO.

Por supuesto, complementó su frase, explicando qué entendía por aprender y desarrollarse y esto lo llevó a plantear la necesidad de una Pedagogía del Cuidado.

¿Cuidar qué? El cuerpo, el intelecto, el espíritu, al otro, al medio social y natural en que vivimos. En otras palabras, a ir construyendo un proyecto de vida responsable basado en el desarrollo personal, al tiempo que se relaciona con la realidad natural y con la realidad social, que es un producto cultural que debemos construir cada día.

Solo esa frase, es un desencadenante para un análisis de nuestro quehacer educativo y de la concepción básica en la formación de los maestros.

La primera verdad es que el compromiso de los profesores no es, realmente, con el Ministerio de Educación sino con la sociedad toda que le confía a sus niños y jóvenes. El Ministerio, en nombre del Estado, lo que hace es darle una estructura a la función educativa y administrarla, el compromiso es pues, mayor. Pero también supone entonces la necesidad de que el maestro y la escuela se relacionen con esa sociedad a la que deben rendirle cuentas. El docente debe conocer la realidad de la cual proceden sus alumnos y en la cual tienen que desarrollarse y a la que deben cambiar cualitativamente cumpliendo con su rol generacional.

Pero lo más importante, tal vez, es el cambio de rol, ser maestro no es dar clases, pues esto podría ser inútil si esas clases no provocan un cambio intelectual y en la conducta de sus estudiantes. Se trata de que aprendan a ver el mundo, a relacionarse con los demás, a ubicarse en la sociedad, a entender que el conocimiento no es de una vez y para siempre y que por lo tanto tienen que aprender a aprender de manera continua y permanente. El rol del maestro es entonces el de un gran suscitador de interrogantes, de anhelo de búsqueda, de necesidad de encuentro.

Si queremos lograr un cambio en la educación ecuatoriana, no hay que menospreciar el papel de la filosofía educativa, no se trata solamente de aprender las técnicas de planificación, definir los parámetros de evaluación o ponerse al día respecto al uso didáctico de la actual tecnología, se trata, primero de tener claro qué es educar, quién es el ser que se educa y para qué se educa, una vez que se tienen las respuestas claras para estas preguntas se debe buscar el cómo y si se tiene verdadera vocación educadora, la creatividad ayudará a vencer las dificultades que se encuentren en el camino.