Jorge Martillo Monserrate
jorgemartillom@hotmail.com.- Sus murales, inundados de formas, colores y mensajes están por toda la ciudad. Forman parte de Guayaquil y están a la vista de todos nosotros.

Su autor es Jorge Swett Palomeque, un guayaquileño de 86 años que se recuerda jovencito -aun de pantalón corto-, asistiendo a exposiciones y conferencias. Mirando de abajo hacia arriba a los artistas mayores y haciendo lo imposible para no llamar la atención.

Era una esponja que lo absorbía todo. Así ocurrió el día que fue marcado por el muralismo: "Yo era un muchachito sentado en las filas de atrás de la sala del edificio de El Telégrafo, fui a una conferencia que dio el muralista mexicano Alfaro Siqueiros, ahí lo vi y lo oí. Estaban todos los de la Sociedad de Artistas y Escritores Independientes que era el sector más liberal, eran de izquierda, algunos no lo eran pero se unían".

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Es desde 1961 que se dedica al muralismo y hasta ahora -según registro de su hijo Carlos, también muralista- ha realizado 120 murales, la gran mayoría ubicados en Guayaquil, otros en diversas ciudades del país y dos en el extranjero.

Swett es multifacético. Abogado pero también egresado de Bellas Artes. Desde colegial acudió a excavaciones arqueológicas con Carlos Zevallos Menéndez y otros especialistas, también colaboró e ilustró los libros de arqueología de Emilio Estrada Ycaza.

Incursionó en las artes gráficas, publicidad, fue escenógrafo de canales de televisión y presidente de la Casa de la Cultura, núcleo del Guayas. Profesor universitario e ideológicamente es un hombre de izquierda y como escritor ha publicado: Ciertas partes de la vida -relatos, 2004- y La montaña y los recuerdos -relatos y poemas, 2010-. Pero hoy estas señales apuntan más a sus murales.

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La tarde del viernes anterior conversé con él -en su morada de la Atarazana-. Allí, Jorge se apoya en un bastón como un patriarca y se muestra tal como es: lúcido, franco y solidario.

Cuenta que parte de su infancia la vivió entre cholos y montubios, adquirió esas costumbres, sabidurías y oficios. Se siente uno de ellos. Pero también aprendió de sus maestros de Bellas Artes: Hans Michaelson, Antonio Bellolio, Rafael Rivas, Martínez Serrano, entre otros y especialmente: Alfredo Palacio, porque se relacionaba más con los alumnos.

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A lo largo de la conversación, Swett siempre resalta a artistas y personajes que considera injustamente olvidados, como: Alba Calderón, Pacífica Icaza, Araceli Gilbert, Ángel Felicísimo Rojas, Francisco Huerta Rendón, Gabriel Pino Icaza, Carlos Ayala Cabanilla, Rafael Guerrero Valenzuela. Especialmente al pintor Segundo Espinel Verdesoto, a quien califica como su maestro y amigo.

Compartían un estudio artístico y fue Espinel quien le informó e ilustró sobre el concurso internacional para el diseño y ejecución de dos murales en el Puerto Marítimo de Guayaquil, evento que Jorge Swett gana en 1961. Al siguiente año también triunfa y realiza el mural El hombre y la paz, en el aeropuerto Simón Bolívar.

En ambos, por primera vez en el arte, utiliza la simbología precolombina Manteño-Huancavilca con formas modernizadas y color. Aquello no fue una casualidad sino que da por sus experiencias en excavaciones arqueológicas y su labor como dibujante de Estrada Ycaza.

"Todo eso se me hizo carne. -reflexiona Swett-. Todo lo que pinté, diseñé o dibujé después tiene, de una u otra manera, un tinte arqueológico ecuatoriano, de nuestra extraordinaria cultura Manteño-Huancavilca. Pienso que es el diseño precolombino con más personalidad en América".

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Recuerda que alguna gente estaba en contra de que esos símbolos tan nuestros formaran parte de una obra de arte, pues hasta entonces solo habían sido empleados en artesanías. A mi inquietud de cuál de sus tantos murales es el más emblemático para la gente. Cree que el del edificio del Seguro Social -actual IESS-, mural de 90 metros de longitud y 3,50 de alto, formado por 756.670 mosaicos.

En dicha obra comparte crédito con su entrañable amigo Segundo Espinel. "En ese mural está la mano de Espinel en el diseño general, yo aporté en el colorido, en algunas figuras", manifiesta con modestia, como siempre. ¿Y cuál es su preferido?: "No sé, porque hacer mural es como hacer hijos, a todos se los quiere por igual. Los murales son los hijos intelectuales, los hijos de la creatividad de uno", confiesa.

Swett, como muralista de andamios, no olvida los peligros que existían trabajando en la altura cuando los andamios de cañas se arrimaban a la pared. Como sus murales están por toda la ciudad, evoca cuando el escritor Ángel Felicísimo Rojas, en son de broma y admiración, una vez le dijo: "Jorge, usted en Guayaquil es inevitable".

Cuando la tarde agoniza con el sol a cuesta, le digo qué siente al ser considerado el muralista de Guayaquil. Jorge Swett responde: "Siento una natural satisfacción de que alguien me reconozca, no que me exalte, ni que me ponga como primo hermano de Miguel Ángel ni pariente de Diego Rivera. Pero me he labrado, con la gran ayuda de mi hijo Carlos, mi propia estilística, que más que escuela, pues sería una cosa vanidosa -cosa que no tenemos los montubios ni los cholos porque felizmente me formé entre ellos-, lo que realmente me da gusto es haber incentivado a otros artistas".

Afuera, el sol anaranjado resbala por todos los murales de Swett, más tarde será la luz de luna.