Orlando Pérez es actualmente subdirector de diario El Telégrafo. Perteneció al grupo Montoneras Patria Libre y participó del secuestro del doctor Enrique Echeverría, motivo por el cual fue sentenciado a tres años de cárcel. Luego de cumplir su condena colaboró con los diarios El Comercio, Hoy y EL UNIVERSO. Fue Secretario de Información de la Asamblea Constituyente, asesor de Fernando Cordero y vicemininistro de la Secretaría de los Pueblos. El artículo de opinión que reproducimos fue publicado originalmente en diario Hoy, el 9 de noviembre del 2002. Actualmente, Diario El Telégrafo intenta mancillar la honra de Carlos Pérez Perasso.

Su sonrisa no se me olvida. Con ella lo mismo entusiasmaba o sancionaba. Había que leerla. Era delicada, casi imperceptible al oído. Y su voz, delicada y muy guayaca (es decir alejada del estereotipo de ruidosa que nos hemos hecho los serranos sobre los ‘monos’), se hacía sentir por su palabra oportuna y certera. Sí, certera.

Era un auténtico guayaquileño, no solo por su amor a la ciudad. Cuando lo conocí me dije “es un personaje de José de la Cuadra de esos de guayabera, hablar pausado y apasionado con lo que le hace”.

No me olvido el día que dejó a todos con la boca abierta en un consejo editorial, a mediados de 1999: “¿Por qué tenemos que salvar a Mahuad?”.

Así de directo y abierto. Hubo unos segundos de reflexión y miradas inquietas. La respuesta fue hacer periodismo y más periodismo porque solo así se fortalecería la democracia.

En dos ocasiones conversamos mucho sobre él con Carlos Villar Borda, un viejo periodista colombiano, sabio para el oficio y ducho en la artesanía de hacer periódicos. Eran a más de tocayos amigos de mucho respeto y cariño. De las dos charlas salí emocionado en el buen y mejor sentido de la palabra. La razón: este oficio es de entrega infinita, sacrificio familiar y casi ningún reconocimiento personal. ¿Cuánto cuesta aceptar que se le deba reconocer a una persona que ha entregado toda su vida a un oficio ingrato, solo cuando muere?

Carlos Villar ha hecho la mejor descripción de don Carlos: “Valiente para enfrentarse a todas las circunstancias que rodean este azaroso terreno, minado de presiones y amenazas. Tímido y retraído, ajeno a todas las tentaciones y oropeles que se van ofreciendo en el camino. Dedicación absoluta, sin esguinces, a la vocación de su vida. Generoso hasta la ingenuidad”.

Valiente para enfrentar a diario a uno de sus rivales políticos más difíciles, un exalcalde de Guayaquil. Ajeno a las tentaciones cuando los políticos y empresarios se acercaban para contar con su apoyo sabiendo de antemano que a cambio se pedía complicidad periodística. Dedicación total a un trabajo que exige y desgasta los 365 días del año sin contar para ello con primas, bonificaciones ni medallas.

Es que pensando en la proyección de su obra, también se puede subrayar que hay ecuatorianos que han hecho obra por encima y a pesar de las circunstancias políticas. Para don Carlos no había bajones o desencantos porque el diario tenía que salir todos los días con la misma frescura y calidad de siempre. Él como muchos directores de medios de América, entendió siempre que cuando el país estaba mal los periódicos deben poner la cara. O sea, salir puntuales con la información que garantice seguir trabajando.

Y una última cosa: que yo sepa no hubo en don Carlos nunca la intención de atravesar la línea tenebrosa que separa al periodismo de la política.

Alguna vez le oí decir que esa línea es tan transparente que muchos la atraviesan sin darse cuenta.

Agregaría que otros lo hacen a propósito porque a diferencia de don Carlos, se olvidaron que el oficio de hacer periódicos y de ser periodista es una convicción profunda que solo termina con la muerte.