Jorge Martillo Monserrate
PLAYAS, Guayas.- En la entrada de Playas está su residencia -que quiso convertir en museo y ahora en hostal-. Ahí vive y pinta Héctor Ramírez. Artista y cazador de mundos abstractos. Especie de poeta que en lo intangible descubre formas, colores y sentimientos intensos que van a parar a sus lienzos. Desde su casa no se ve al mar, tampoco se lo escucha. Vive al pie de una carretera de carros que truenan como un mar de olas metálicas.

Después de dejar un cuadro a medias, Ramírez Ortega, a sus 58 años, recuerda que comenzó a dibujar cuando era un niño de 7 años que iba a veranear a Playas. Más tarde, estudiando en el colegio Vicente Rocafuerte, participó en un concurso interno con una témpera que le gustó al profesor y pintor Theo Constante, quien lo matriculó en Bellas Artes. Aunque su padre nunca estuvo de acuerdo con que estudiara pintura. En 1973 ganó el Primer Premio de Artistas Jóvenes en el Salón de Octubre.

Su camino ya estaba trazado. "Hay gente que se vuelve artista después de una profunda reflexión de qué quiere ser. Hay otros que se preguntan: por qué fue. Yo nunca reflexioné qué quería ser y viví directamente", manifiesta Ramírez, quien en el Guayaquil de entonces sentía una orfandad artística, entonces se afinca en Colombia donde vivirá 17 años: Medellín, Cali, Bogotá, Cartagena y, finalmente, en Pereira.

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En Colombia, frecuentó museos y exposiciones, formó parte de tertulias con escritores y pintores, sintió la fuerza del movimiento cultural de esas ciudades. Entabló amistad con el grupo de los dadaístas: Gonzalo Arango, Jotamario, el monje Valencia, Eduardo Escobar, etcétera. También con los pintores Fernando Oramas, Alejandro Obregón, se dejó influenciar por la obra Kandinsky, Tapies, del peruano Fernando de Szyszlo, del chileno Roberto Matta, etcétera.

Cuando llegó a Colombia hacía pintura figurativa, realismo social, pero su obra fue cambiando hacia lo abstracto. "Con el transcurso del tiempo uno aprende lo que es la fuerza, lo que es el gesto, lo que es la caligrafía. Haces un crisol, pierdes los miedos y empiezas a decir lo que tú quieres", manifiesta moviendo sus manos como si estuviese pintando un lienzo.

En 1985 regresa a Ecuador, es cuando adquiere el terreno de su actual casa en Playas. Hacia 1988 se radica en Barcelona, España, donde a más de visitar museos y exponer, vive la experiencia de pintar exclusivamente para galerías, sin preocupaciones económicas, pero sin libertad.

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Después de una larga temporada de exponer en Colombia, Costa Rica, Venezuela, Panamá, Perú y España, en 1992 regresa al trópico guayaquileño, desde donde, cada cierto tiempo, viaja a mostrar sus cuadros.

Ya lejos de galeristas y marchantes, Héctor Ramírez dosifica su trabajo en pintar su obra y en comercializarla personalmente. "El artista necesita vender para vivir, eso de que el artista es solo artista y no comerciante es una falsa. Si tú no eres comerciante, otros terminan comerciando con tu obra. Tu obra es tu obra comerciada por ti o por otro", lo dice claramente y agrega que también existe el error de creer que mientras más dinero vale una pintura es mejor. Más bien cree: "Es maravilloso compartir mi obra, creo que no gano nada teniéndola guardada para mí".

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La búsqueda actual de Ramírez es el abstraccionismo puro, va tras ese lenguaje profundo. "Creo que los hombres somos: tierra, aire, fuego y agua. Manejar estos elementos y tratar de ordenarlos en un lienzo es en lo que estoy ahora".

Comenta que alguna vez deseó levantar un museo en su casa, influenciado por pintores como Omar Rayo, Luis Cuevas, Fernando Soto. "Pero yo nunca recibí el apoyo de un país o un gobierno, lo tuve que sostener vendiendo mi obra". Esa ilusión la ha dejado de lado y ahora construye una pequeña hostería con habitaciones en homenaje a artistas como Picasso, Modigliani, Van Gogh que tendrán motivos que identifique a esos pintores.

Comenta que un grupo de amigos desea relanzar su obra, entonces será cuando vuelva a exponer en Guayaquil. Lo que es seguro es que en octubre expondrá en una asociación cultural de Frankfurt, Alemania.

Héctor Ramírez, como afirma el español J. Llop S.: "Es un recopilador de impresiones, las acoge y acuna, a veces las deja aletargadas en algún rincón de su corazón y antes o después las recupera confiriéndoles vida".

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En Playas, sin ver ni escuchar al mar, Ramírez, una y otra vez, como una ola, va tras lo intangible pero intenso.