Hace más de un mes, el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, tuvo un altercado con el juez octavo de lo Civil de Guayaquil, durante una fallida audiencia dentro de un proceso judicial por el reclamo de unos extrabajadores de Ecapag por indemnizaciones laborales supuestamente adeudadas.

Dentro de esta audiencia, que fue la segunda convocada para el efecto, el alcalde reclamó de forma vehemente el ingreso de la prensa a la referida audiencia, al punto que llegó a asestar, con una hoja A4, un papelazo al juez que ordenaba la salida de la prensa. Este hecho fue ampliamente difundido por la prensa nacional e internacional con las más diversas connotaciones y generó un amplio debate sobre la forma de hacer política en nuestro país.

Pues bien, nadie, con un mínimo de formación democrática y sobre separación de poderes, puede aplaudir y justificar el vejamen del alcalde Nebot al juez octavo de lo Civil, por más jocoso que dicho evento haya sido. Es más, individual y objetivamente considerado, el evento es totalmente reprochable.

Sin embargo, desde la coherencia intelectual, la primera pregunta que uno debe hacerse es: ¿y los insultos e infamias sabatinas del presidente deben ser también reprochados y castigados? ¿Las aleatorias órdenes de prisión contra disidentes políticos que “insultan” al presidente deben ser reprochables y justiciables? Para mí, sí. El exabrupto del burgomaestre es igual de reprochable que los insultos sabatinos, con la diferencia que este evento fue aislado mientras el otro es periódico, repetitivo y realizado con el dinero de los ecuatorianos. En ese sentido, sostengo que nadie que apoye el régimen correísta y sus infames cadenas sabatinas puede, de forma coherente, reprochar la actitud del alcalde Nebot porque, en esencia, son lo mismo. Hacerlo sería juzgar un evento similar con diferentes parámetros, simplemente porque provienen de diferentes personas. Los intelectuales de la revolución ciudadana tienen un trabajo muy difícil para, de forma coherente, poder justificar los continuos exabruptos del presidente y reprochar el del alcalde, simplemente por ser un enemigo político.

Se ha dicho, en conversaciones vía Twitter, que el “papelazo” es una agresión física, lo que lo diferencia sustancialmente de un aparente discurso político ofensivo realizado por el presidente que es legítimo en democracia. Al respecto dos aclaraciones: En primer lugar, el papelazo con una hoja A4 no es una agresión física. Es un vejamen, al igual que los vejámenes verbales del presidente. Diferente habría sido si el alcalde le hubiera asestado un manotón o si le hubiera pegado con el proceso judicial (los abogados conocemos que estos suelen pesar mucho). Pero una hoja de papel A4 lanzada a otra persona no tiene la intención de ocasionar daño o de agredir físicamente. En segundo lugar, se ha dicho que el discurso político ofensivo es legítimo. Sí, es verdad, el discurso ofensivo es legítimo pero el límite es que no sea injurioso ni difamatorio. En el caso ecuatoriano, el discurso presidencial es, probablemente, el mecanismo que más desmantela el derecho al honor y al buen nombre de las personas. Es decir, se puede ser ofensivo en el discurso político, lo que no se puede es injuriar o incitar al odio.

Tenemos que darnos cuenta, como sociedad, que este tipo de líderes carismáticos y populistas no nos sacarán nunca del tercermundismo. Es necesario abrir los ojos y empezar a considerar líderes políticos que sean, sobre todo, auténticamente democráticos.