En Manabí lo llaman currincho; en Guayaquil, guanchaca; en el norte de la Sierra, punta. En Cotopaxi y otras zonas del país es aguardiente, puro, fuerte o, simplemente, trago. Nace en los cañaverales que se resisten a desaparecer en el subtrópico de la Costa y las estribaciones orientales.

Cuando es bien elaborado se caracteriza por ser cristalino. Los tomadores dicen que sienten como si les quemara la garganta, el estómago, pero suave y en el primer trago. Por eso los médicos recomiendan beberlo con prudencia. Y es el invitado de honor, puro o compuesto, en las fiestas paganas de varias localidades ecuatorianas y es el convidado en estas fiestas de Navidad y fin de año.

Su producción, venta y consumo se realiza sin control de ninguna autoridad de Salud, por eso beberlo tiene sus riesgos. Todo se realiza con base en la experiencia que asegura tener cada uno y a la “buena mano” de quien lo hace. De forma artesanal se lo elabora en 19 de las 24 provincias del país.

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“De aquí lo llevan para Quevedo, Guayaquil, Latacunga, Quito y otras ciudades. Yo les cobro un poco más, pero saco un producto de calidad, porque la fábrica (destilería) es de cobre”, dice Gualberto Saa, productor del subtrópico de Cotopaxi, en el recinto El Oriente, a 20 minutos de la ruta La Maná-Latacunga, zona donde la neblina y la garúa son constantes.

La fábrica de Saa consta de una moledora de caña a motor, una caldera y un alambique de destilado. Allí, el trago sale primero de 90 grados, luego de 80, 70, 60 grados. De 50 grados para abajo se lo considera rechazo. Allí, el litro de puro de 60 grados vale $ 1,50, el de 90 grados, $ 3. Aunque Saa tiene una apreciable demanda para los 400 litros que por semana elabora, él, con la ayuda de su hijo Jorge, prefiere hacer compuestos con frutas, especialmente de la zona como cacao, café, guayaba, banano, mora, frutilla, entre otras.

Relata que en una olla coloca la fruta y un poco de agua hirviendo. Luego pone el trago cristalino y con él hace macerar la fruta. A los 5 minutos lo saca, lo cierne y envasa en botellas de vidrio. Y el licor de frutilla aparece con una tonalidad rojo anaranjado, brillante. “Tiene sabor a whisky, aunque algo dulzón y sabor a fruta”, dice un consumidor. La botella la vende a $ 2. El licor de durazno es el más caro. Cuesta $ 3.

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Saa es uno de los cinco dueños de fábricas en esta zona que pertenece a la parroquia El Tingo de Pujilí, aunque la comercialización se hace en La Maná. Entre los cinco producen unos 2.000 litros por semana, pero otra cantidad igual la producirían pequeños finqueros.

El productor de trago dice que decenas de campesinos dejan de cultivar caña y procesar trago porque se requiere una alta inversión. La destilería cuesta unos $ 10 mil; la mano de obra, $ 7 diarios. Por eso se le da el valor agregado y también se trata de convertirlo en atractivo turístico. Saa y Jorge Hidalgo, productor del vecino recinto El Palmar, reciben a grupos de turistas, a quienes muestran cómo se hace el trago y les ofrecen comidas típicas. Esto dista de lo que sucedía hasta 1972, cuando el Estado prohibía la venta.

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La producción de licor y la disminución de cañaverales es similar en Echeandía y otras zonas de Bolívar; igual en Miraflores, subtrópico de Chimborazo, de donde sale el que se conoce como trago de Bucay.

Óscar Velasteguí es uno de los más grandes productores de Echeandía. Elabora pájaro azul, un licor característico de esta provincia, y otros compuestos con diversas frutas. A su local, en la cabecera cantonal, llegan clientes de Babahoyo y otras zonas, como Teresa Justillo y Bélgica Carvajal y sus hijas. Ellas son de Ventanas y el martes 21 de diciembre adquieren 10 botellas para dar la bienvenida a un pariente migrante.

Velasteguí producía hasta mil galones semanales hace dos décadas, cuando entregaba a las embotelladoras industriales. Hoy produce 400 litros. “Solo compran alcohol industrial y ya no usan el aguardiente, que es más sano”, refiere el productor. Coincide Hugo Revelo, quien también produce 400 litros semanales en Miraflores.

Él entrega principalmente a los vendedores de Santa Rosa de Aguas Claras, localidad de Bolívar vecina a Bucay. Allí hay nueve puestos donde ofertan coloridos tragos, hechos con colorantes. Mila León, de 48 años, es la iniciadora de esa actividad. Dice que hierve agua con azúcar, colorantes y saborizantes y añade el puro.

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Es reconocido también el trago de Junín (Manabí). Se lo hace en la comunidad de Agua Fría, a 10 minutos del centro cantonal. Sus productores señalan que este trago, al que se lo llama currincho, es el símbolo de Manabí y es uno de los más codiciados en las fiestas, como las de San Pedro y San Pablo.

Son más de 20 los productores de currincho, bebida hecha sin químicos. Simón Velásquez tiene más de 12 años elaborando. Se abastece de la caña de su hacienda de 12 hectáreas. Una de las razones del alto consumo de esta bebida, señalan los tragueros, es el bajo costo, pues se vende a $ 1 el litro. Incluso propietarios de empresas de aguardiente refinado como Cañón y Caña Manabita compran a determinados productores de currincho de Agua Fría.

Hay sectores, como en Zamora Chinchipe, donde al trago se lo asocia con leyendas y con costumbres ancestrales. Una de estas es la guayusa, el puro mezclado con el extracto de esa planta amazónica. A esa bebida se le atribuye poderes para el amor. Cuenta la gente que si a una dama le gustó un hombre y quiere conservarlo para toda la vida, lo invita a su casa y le da de tomar la bebida. Mientras hierve el agua, la novia se restriega la guayusa en su pierna, reza la oración de San Antonio bendito, patrono de los novios, rogándole que jamás le abandone.

En esta provincia se elabora también el 7 pingas, con propiedades afrodisiacas, entre otros licores que incluso tienen patente y se exportan a EE.UU. México, Canadá y Europa.

En la producción y venta hoy en día no hay ningún control. Solo vale la experiencia y el ingenio. En algunos casos también prevalece la viveza del vendedor, que lo mezcla con agua para ganar más, como los bolos o botellas que se venden a 50 centavos de dólar en sectores populares de Guayaquil.

Álvaro Ponce, presidente de la Asociación de Médicos del hospital Verdi Cevallos, de Portoviejo, indica que las complicaciones por el consumo excesivo de alcohol fermentado u otra bebida con químicos pueden ser letales, si se lo hace con exageración. Una persona puede tener un límite de bebida de hasta 250 ml (60 grados de alcohol como mínimo), caso contrario habría una intoxicación que a mediano plazo ocasionaría una pancreatitis y a futuro una diabetes y una cirrosis.

Ponce sostiene que las personas deben ser prudentes a la hora de beber estos tragos, sobre todo si tienen químicos.