Martha Chávez
Los libros me han permitido convertir en experiencia tangible los procesos o teorías que solemos asociar con la física: la plasticidad o suspensión del tiempo, la relatividad del espacio, la multiplicidad de los seres. Gracias a los libros, no hay lugar, tiempo o identidad que nos quede lejano.

Nos permiten reconocer y hacer inventario de los innumerables yoes que todos llevamos dentro, así como ver al otro con mayor claridad que la que nos pudiese facilitar cualquier tratado de psicología. Nos dibujan lo que identificamos como nuestro lugar en el mundo. Creo que mucho de lo bueno que pueda tener como persona se lo debo a los libros. Aunque asumir que ese sea su propósito sería empobrecerlos, es algo que sucede a nivel individual, simplemente porque el libro nos acerca a lo desconocido y nos confronta con nosotros mismos.

Por otra parte, los libros nos recrean la imagen familiar del mundo que reconocemos como realidad, reescribiendo la Historia. Todos los tiempos, todos los lugares, todos los mundos, colectivos o individuales, todos los yoes. Esa es la esencia de un buen libro, entregar posibilidades. Creo que para cualquier escritor, el mayor aporte de los libros es permitirnos, muy temprano en nuestras lecturas, darnos cuenta de que todo está escrito y, a pesar de ello, reconocer que es imprescindible seguir escribiendo, mantener al mundo escrito en movimiento, intentar que cada línea que se le añada tenga valor. En esta aparente contradicción, caben todo el sentido y el desafío de la escritura.

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El otro día una joven me dijo: “Me gustaría que me gustara leer”. Creo que en esta confesión, aun desde la carencia, se reconoce todo lo que hace del libro algo deseable. ¿Qué me han aportado los libros? Sería necesario escribir uno para responder a cabalidad.

Édgar Allan García
La gente tiene la idea de que los libros son fuente de información, esto es, que se aprende algo, en el sentido más literal.

 Eso está bien para los libros técnicos o de historia, pero lo que primero se aprende, o más bien, se aprehende con un buen libro de literatura, es que no hay límites, que el mundo es mucho más complejo, sórdido o maravilloso que nuestra realidad cotidiana, que cada vez que nos metemos en las venas de sus personajes, podemos vivir muchas vidas y morir muchas muertes, al tiempo que accedemos a diferentes visiones de lo que nos rodea y de lo que ni siquiera sospechamos que nos rodea.

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En sus páginas, paladeamos las texturas del lenguaje, nos abismamos ante los claroscuros del ser, nos reconocemos en los actos o pensamientos del héroe o el antihéroe, en la sombra que proyectan, en la esperanza o desesperanza que encarnan, en la inmensa complejidad de lo humano. Nos enseña a saltar al vacío, a desenredar el paracaídas, a gozar con el viento que nos golpea el rostro y, sobre todo, a ver el mundo desde la intensidad, la inmensidad y el vértigo, experiencia que nos recuerda que estamos en el aquí y el ahora para estar enormemente vivos.

Gilda Host
Los libros siempre me han aportado placer, conocimientos, humor, memoria y emociones a mi vida. Los libros me han ayudado a no perder mi conciencia crítica y en los últimos años me han sostenido para no caer en desaliento.

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Son fuente de resistencia frente a ese discurso monologante, maniqueo, manipulador, doctrinario, machista, autocrático y violento de este gobierno. Los libros, la literatura es todo lo contrario a la propaganda y a la consigna que solo busca tu alegre y fervorosa sumisión, la literatura es constante interrogación, es diálogo, es libertad transformadora.

Hace poco encontré este recuadro en un libro que es mi aporte al festejo del Día del Libro: “A los asambleístas/ ¡Quítese 3 años y medio de encima!/ Con una simple liposucción a los párpados/ Transfórmese/ Reafírmese/ Dígale adiós a su vista gorda”.