Alguien me preguntó el otro día qué opinaba de la propuesta de pedir dinero a los países industrializados a cambio de que no extraigamos petróleo del Yasuní.

Contesté, con absoluta franqueza, que es la demostración más palpable de que el socialismo del siglo XXI no tiene nada serio que ofrecerle al Ecuador, excepto utopías que ellos mismos, enzarzados en sus feroces luchas intestinas, se encargan de romper en pedazos.

El petróleo domina al mundo porque es la locomotora de la economía mundial. Ante un poder semejante, la supuesta generosidad de las grandes potencias, suponiendo que existiese, nada podrá conseguir.

La contaminación es como la delincuencia o el desempleo, no se los combate con limosnas ni caridad. Solo podremos derrotarla si le oponemos un poder económico superior.

Correa Delgado, que de idealista no tiene nada, lo sabe, y por eso sigue firmemente agarrado al plan B, es decir, extraer todo ese petróleo para gastarse los millones de dólares que obtendrá en consolidar su proyecto populista totalitario.

La presencia de Ivonne Baki para que organice el Miss Yasuní 2010 es solo una mascarada para ocultar ese secreto designio del Gran Jefe.

¿Cuál es la alternativa entonces? ¿Acaso seguir dependiendo del petróleo hasta que el mundo cambie sus fuentes de energía? Nada de eso.

Como todos sabemos, en el Yasuní se concentra una de las muestras de diversidad biológica más extraordinarias del mundo. Eso no solo es hermoso, sino que además vale dinero, muchísimo dinero. En las entrañas de esa selva, en la genética de alguna rara flor o en las hormonas de algún animalito todavía desconocido, dicen los expertos que se encierran los secretos de la cura para muchísimas enfermedades. No olvidemos que la inmensa mayoría de nuevos medicamentos que salen al mercado todavía tiene un origen natural.

Para no extraer petróleo del Yasuní, por consiguiente, lo que requerimos no es caridad, sino crear allí un centro de investigación biogenética con tecnología de punta, proponiéndoles a las universidades más famosas del mundo y a los grandes capitales que participen no como monjas caritativas, que no lo son y nunca lo serán, sino como inversionistas deseosos de obtener prestigio y ganancias.

Revisen ustedes las prioridades de inversión e investigación que más atraen al Primer Mundo y verán que una propuesta así calza perfectamente con sus ambiciones.

Mientras el Yasuní no arroje dinero contante y sonante, cualquier promesa de no explotar el petróleo que allí se encierra será pura demagogia que cualquier gobierno futuro podrá desconocer. Lo que hay que conseguir es que decenas de científicos nacionales y extranjeros, trabajando en modernas instalaciones cercanas a esa maravilla natural, comiencen a arrancarle sus secretos y a transformarlos en productos beneficiosos para la humanidad, y altamente rentables.

Para eso habría que conformar naturalmente un equipo de técnicos de altísimo nivel y de administradores eficientes, que despierten credibilidad. Y eso, por supuesto, jamás ocurrirá mientras este Gobierno depredador continúe en el poder.