Estos tres días me escapé con los míos. Dejé detrás la amargura que Vinicio Alvarado nos distribuye a domicilio todos los días con sus cadenas. Me fui a otra parte para olvidar la mezcla de rencores imperiales y corrupción. E intenté adivinar el futuro, haciéndome una pregunta: ¿Cómo será el presidente que suceda al dictador?

Con un Gobierno como este, que todos dicen que se va a quedar 16 años en el poder al menos, no podría haber cuestión más desorientada que la mía. Pero tengo mis razones para insistir.

¿Cuál fue su presidente favorito? Diga un nombre, cualquiera. Pues bien, en los próximos veinte años no habrá ni de lejos alguien así. No me refiero a virtudes personales. Esos grandes presidentes no fueron más preparados e inteligentes que algunos de los posibles jefes de la oposición que hoy se perfilan. Lo que ocurre es que ese predecesor que usted recuerda no encontró un Ecuador como el de ahora, no tuvo que lidiar con las ruinas morales y sociales que nos están quedando.

A los economistas les preocupa cómo quedará la economía después de Correa Delgado. A mí me preocupan los hombres y mujeres descreídos, los jóvenes educados en el insulto, una sociedad que permite que apaleen y encarcelen a cualquiera.

La verdadera tragedia de Haití no es que no haya comida. Mucho más terrible es ver que llega un camión con suministros y la muchedumbre no puede ni formar una fila porque es gente que ya no cree en nadie, ni siquiera en los que los vienen a ayudar.

No se confundan, ese no es el carácter natural de los haitianos, eso no está en sus genes. Es la herencia que dejó una familia de dictadores totalitarios.

Ecuador después de Correa quedará resentido, desconfiado, irascible, casi ingobernable. Si alguien les ofrece que cambiará todo eso de la noche a la mañana, no le crean. Nadie podría hacerlo solo. Se necesitarán muchos años, muchos presidentes, mucho esfuerzo.

Un buen día, hace ya tiempo, le pregunté al escultor Alfredo Palacio si conocía que algunos muchachos malcriados en los colegios llamaban a su monumento a Eloy Alfaro el “No me empujen”.

“Qué acertados –respondió–, porque eso fue precisamente lo que yo quise plasmar, que no son los caudillos los que hacen las revoluciones sino los pueblos, que empujan a sus líderes incluso más allá de donde ellos hubiesen querido ir”.

Eso es lo que Correa Delgado no entendió ni entenderá. La tragedia del Ecuador no es que no hayamos tenido un gran líder, sino que hemos tenido demasiados líderes “geniales”.

Yo les propongo por eso que hagamos un “no me empujen” gigantesco. Que se movilice por fin el pueblo. Que obligue al nuevo presidente, al que vendrá después de Correa Delgado, a que no se diluya en promesas y que mejor escoja unas pocas prioridades para concentrarse allí; que lo apoye cuando demuestre decisión y energía, porque tampoco se trata de dejar hacer y dejar pasar; y que le exija tolerancia y comprensión con la oposición y la prensa.

Hoy terminan estas cortas vacaciones. Mañana será otro día para seguir defendiendo la democracia. Los sueños de cómo será el futuro tendrán que aguardar.