Estamos metidos en un torbellino de minucias que opacan las grandes preocupaciones nacionales. Nos han arrastrado tan sutilmente que no sentimos el bombardeo diario que maniata nuestra libertad. La publicidad del Gobierno, como nunca antes en la historia, se ha convertido en la actividad mimada del régimen porque sin ella la realidad se muestra fofa, la popularidad se desvanece y los crédulos empiezan a pensar. Debiese castigarse con pena de muerte o con cadena perpetua toda acción que embota el espíritu hasta hacerlo reventar; enajena la mente hasta la entrega incondicional a un aventurero cualquiera; compra el alma con la subsistencia del día a día; hace esclavos a quienes siendo pobres todavía dependían solamente de ellos mismos y de sus circunstancias. Peor que las inundaciones, el desborde de los ríos, el rompimiento de carreteras o la invasión de mosquitos es la plaga que inocula resentimiento a quienes se sentían ya maltratados por la suerte, que inyecta odio a quienes nunca quisieron convertir en odio su resentimiento; que convierte en masa a quienes tenían el orgullo de llamarse pueblo.

Escribo esta columna en La Milina. Las pocas horas de lluvia caídas hasta ahora han realizado el milagro de hacer reverdecer la naturaleza. Los eriales que veíamos de Progreso hasta Salinas o hasta Playas, ahora son un manto verde, con un verdor recién estrenado, hermoso por todos sus costados. La lluvia es benéfica, el agua que cae del cielo es apreciada por la tierra y correspondida no solamente con un paisaje verde sino también con frutos, flores y nuevas plantas que aseguran su permanencia en La Península.

Cierta vez les conté de una pareja de olleros que hicieron su casa de barro en una rama de un pujante neem. La lluvia un día mojó ese nido; luego ese nido se llenó de agua y finalmente se vino abajo; fue el trabajo de algunas semanas que en pocas horas se terminó. ¿Qué pasó? Pienso que los olleros “no pensaron” en que podía llover; no pusieron suficiente paja para dar consistencia a su trabajo y quizá no dejaron un drenaje o se equivocaron en la construcción no creando una visera que impidiese la entrada del agua. Pudo ser esto y todo lo que ustedes crean, amigas y amigos.

¿Tienen culpa los olleros? Creo que no. Luego de más de tres años de la Revolución Ciudadana (el Gobierno más largo de los últimos catorce años de vida democrática en Ecuador) todo sigue igual: los ríos se desbordan porque no han sido dragados; las casas son llevadas por la corriente; caen puentes y se rompen redes viales; miles y miles de hectáreas en producción hipotecan su futuro.

Soplar y hacer botellas no es tan sencillo. Vayan a Venecia, observen cómo se sopla para hacer botellas, entonces sabrán que es un trabajo arduo y técnico. La Revolución Ciudadana, llena de buenas ideas y quizá también de rectas intenciones, requiere aterrizar, escuchar al pueblo, entenderlo, dejarse fiscalizar y gobernar a un Ecuador integrado por catorce millones de gente pensante.