Jorge Alvear Macías
A propósito de la delicada situación que envuelve al Fiscal General del Estado, han cruzado por mi mente más de una reflexión, en las que he tenido que ponerme sus zapatos para intentar vivir su realidad y confrontarla con las críticas que se le hacen, especialmente desde la Asamblea. En todas ellas arribo a la misma conclusión: ¡qué poderoso y difícil cargo! Qué poderoso porque la suerte de un ciudadano común, su seguridad, la aspiración de justicia, libertad y dignidad  dependen de su apropiado ejercicio, al punto que infunde temor, pero a la vez resulta un poder insuficiente para hacer todo lo que debe hacerse. Ahí su dificultad.

A diferencia del juez, que debe actuar de acuerdo a lo que una y otra parte le intentan demostrar, al Fiscal General de la Nación le corresponde acusar cuando hay razones para ello, pero carece del poder para condenar. Su obligación está atada a la de investigar las circunstancias favorables como las desfavorables y, por supuesto, debe enfatizar en las desfavorables para que su acusación tenga sustento.

He reflexionado también, que el Fiscal General de la Nación debe ser un ciudadano íntegro y parecerlo, con carácter, decisión, con actuar firme ante la criminalidad, con imparcialidad sin distingo respecto de las personas que están sujetas a la ley. Es indispensable que sea independiente y un poco más. Con suficiente fortaleza moral para resistir los embates de las influencias que pudieren impedirle cumplir a cabalidad sus obligaciones.  Que tenga una columna vertebral tan rígida, al grado que no pueda inclinarse ante ninguna clase de poder.

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Hace poco leía las declaraciones de un ex Fiscal General del Estado de Colombia, de mucho prestigio, quien decía que ese alto cargo es para un jurista en el mejor sentido de la palabra, con cualidades de administrador, pues la Fiscalía además de ser una institución de justicia, al mismo tiempo es un órgano administrativo gigantesco que requiere de dotes administrativas. Ello requiere muy buenas relaciones humanas.  Un Fiscal despótico o de malas maneras no le favorece a la Fiscalía y genera conflictos mayores a los que la Fiscalía misma origina.

El Fiscal General de la Nación debe gozar de liderazgo moral, tener conciencia del valor de la independencia del Poder Ejecutivo y estar dispuesto a enfrentar sin temor a los posibles conflictos políticos que puedan darse entre el Ejecutivo y la Fiscalía.

Su trabajo exige ahínco y dedicación en la labor de formar fiscales respetables, que destaquen por su pulcritud, sencillez y amabilidad, sobre todo con los humildes. Los fiscales no pueden tomar el rol de divos de la mediática, buscando notoriedad sin haber concluido su trabajo. La celeridad es su obligación primaria. Ello implica cambiar la mentalidad de los funcionarios subalternos, para que se llegue a la sentencia lo antes posible y se cumplan las condenas justas. ¡Qué difícil cargo!