El martes 12 de enero, a las 21:55, de repente comenzó un “chispear” de luces en la acometida de mi casa, en el suburbio, y en conjunto, mis electrodomésticos y focos comenzaron a titilar (apagarse y prenderse). Corrí a apagar mis cosas que he comprado con mi sudor y trabajo.

Una mala disposición en la acometida por parte de trabajadores de la Eléctrica de Guayaquil; en fin, fue un daño, digamos. Llamé al 228-0200 opción 1 de Reclamos y me dijeron que ya iba la unidad 101. Todavía la espero. Al día siguiente, al llamar –sin luz en mi casa– me sorprendí al enterarme de que la unidad había ido el día anterior (12 de enero) y que resolvió que había que cambiar la acometida dañada. Pero me pregunto, ¿cuándo?, si nunca fueron y ni siquiera la revisaron; pero dieron un informe ante sus superiores. Como no es su plata, que pongan una nueva acometida.

El miércoles 13 de enero  nadie fue a arreglar mi acometida. El jueves 14 nadie llegó. ¡Qué desgracia! Eléctrica de Guayaquil, ¿cómo es posible que un arreglo de cables pueda durar en su reparación tres días? Les pedí de favor, les exigí,  les reclamé, los amenacé,  les volví a pedir. Solo faltó arrodillarme, y les valió un reverendo pepino; ¡como no es la casa de ellos! Se llenan los bolsillos con contratos colectivos que los protege, y lo último que hacen es cumplir –por lo menos– con esos mismos contratos; ¿cómo?, trabajando.

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Al tercer día, a las 18:30 aparecieron en una camioneta sin letrero y ninguna identificación. Me arreglaron, cambiaron la acometida y la base del medidor.

Y a las 21:00 de ese mismo día, una camioneta bien identificada con los letreros de la Empresa Eléctrica apareció. Fueron a los tres días de haber estado en tinieblas. Pero si por desgracia me atraso tres días de la fecha de pago  estos señores llegan puntuales a cortar el servicio de energía eléctrica.

Quizá mis palabras lleguen a oídos sordos y miradas ciegas, pero al menos sabré que alguien leyó mi impotencia y seré un usuario más con rabia, frustrado por una energía eléctrica cara, mala y escasa.

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Espero –rogando a Dios– que ya no se me dañe nada más por este servicio.

Pío López Rizzo,
tecnólogo,  Guayaquil