El progreso y la evolución comparten componentes muy cercanos porque son términos  afines. El movimiento, la vida, el cambio o simplemente el paso de una situación a otra, están presentes en nuestras vidas. Todo esto presupone la conciencia de sabernos seres que nos movemos permanentemente bajo dos coordenadas: el tiempo y el espacio. Tanto en saber ubicarnos en el espacio que nos corresponde como en vivir las exigencias de temporalidad que nos cercan, se sustenta en parte la sabiduría y sagacidad humanas. El Ecuador de hoy nos exige serenidad y valentía para realizar cambios largamente postergados; nos recuerda, además que los cambios nunca se harán de manera oportuna y eficaz si no cambian de actitudes las personas pertenecientes a una institución llamada a cambiar. Los arquitectos diseñan los mejores espacios, los ingenieros construyen sólidos edificios; solamente quienes moran en su interior tienen en sus manos el mágico don de hacer que las instituciones evolucionen, porque sin una evolución personal permanente no existe posibilidad de cambios importantes. Las personas, no sus edificios, son los artífices de los cambios requeridos.

Todo centro de estudios necesita de gente que piense, que reflexione, que sea capaz de mirar más allá de lo tangible; requiere de docentes que sean maestros y de maestros docentes poseedores de una riqueza de conocimientos en diálogo constante con el avance de la ciencia; requiere de rectores, vicerrectores o directores que no se dejen engullir por el tráfago de cada día, de personas que sean capaces de encontrar momentos para pensar en lo que hace, para planificar lo que está por venir, para otear  nuevos horizontes, para mostrar a sus colaboradores caminos aptos para cumplir con la misión y visión institucionales. El activismo por lo general suele ser enemigo de la reflexión. Necesitamos reflexionar a diario, sosegada y profundamente.

Que los ecuatorianos debemos cambiar de actitudes, en variados aspectos de la vida, es algo innegable e irrefutable. La pregunta es qué debemos cambiar, cuándo y cómo debemos hacerlo.

Me permito participarles un enfoque muy personal; lo hago público para que nuestros sociólogos lo desmenucen y saquen las necesarias conclusiones. Si ustedes, amigas y amigos de EL UNIVERSO, quieren saber cómo se comporta un ecuatoriano, observen cómo nos conducimos cuando estamos frente al volante de un automotor o en calidad de peatones. Este análisis, con meas culpas personales, me dice lo siguiente: el ecuatoriano hace caso omiso de las leyes, por desconocimiento o por conculcación; le importa un bledo el derecho de los demás; es incapaz de observar su fila cuando espera la luz verde; ejecuta maniobras que ponen en riesgo a otros vehículos; no matricula a tiempo su automotor; se cree que él es “vivísimo” y los demás son unos tontos. Un volante le otorga el poder de querer ser más que los demás, de sobrepasarlos, de humillarlos, de regodearse con su audacia.

Observemos también a quienes tienen en sus manos el volante de un país. Los males son los mismos, los estragos mayores.

¡Cambiemos!  Feliz Año 2010.