La dependencia del consumo de drogas en Ecuador es la más alta respecto de otros seis países de Sudamérica, según un estudio de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito y el Consejo Nacional de Control de Sustancias Estupefacientes y Psicotrópicas.
El diagnóstico determinó que Ecuador registra mayores niveles: 51%; frente al 20% en Chile y Uruguay, y al 36% en Perú. Los estratos bajos enfrentan riesgos de cometer delitos para conseguir la droga.
Como un currículum expone su vida delictiva. A sus 17 años, Daniel (nombre protegido) ya tiene un amplio historial. Tres asesinatos cometidos cuando tenía 15, dos de ellos por encargo y el otro a un policía por venganza. Tres años antes se había iniciado con robos y asaltos de los que ya perdió la cuenta. En la venta de droga, dice, le fue mejor. De vendedor de paquetes se convirtió en traficante, eso significó más dinero para comprar, vender y consumir más droga.
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La separación de sus padres, cuando tenía 9 años, marcó su vida y poco pudo hacer la abuela para alejarlo de las drogas. A los 11 comenzó a ingerir alcohol con niños de la escuela donde estudiaba. Un año después, su padre lo llevó con él para corregirlo. De carácter rebelde y violento, Daniel no soportó la disciplina, se alejó y se refugió en la marihuana. En poco tiempo se convirtió en consumidor compulsivo.
La adicción lo llevó a desatar una cadena de delitos tan larga como su ansiedad por consumir las drogas, vicio que intenta dejar con asistencia en un centro de rehabilitación, donde está internado desde el 5 octubre pasado con otros 18 jóvenes.
Damián es otro de ellos. De 15 años, también tiene su hoja, no tan amplia como la de Daniel, pero la lista de delitos engrosa cada vez más su peligrosidad. A los 12 comenzó con el robo de las sábanas de la cama de su madre, las que vendía en tres dólares para comprar marihuana. Robar en la casa ya no fue suficiente, entonces optó por hacerlo en las calles, buses y viviendas con cuchillo o revólver. El año pasado intentó matar con tres puñaladas a un guardia, por haber disparado a su amigo tras estruchar una casa.
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En casos como los de Daniel y Damián el consumo de drogas derivó en el cometimiento de delitos, situación a la que llegaron cuando ese consumo se volvió compulsivo y dependiente. Ese historial se repite en otros jóvenes que son parte de un grupo de 80 personas que intentan dejar la adicción como parte de un plan piloto del Ministerio de Salud.
Un informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito y el Consejo Nacional de Control de Sustancias Estupefacientes y Psicotrópicas (Consep), entre otros organismos, realizado el año pasado en seis países de Sudamérica, determinó que si bien el consumo de drogas como marihuana o cocaína en Ecuador no es elevado, la dependencia sí registra mayores niveles: 51% respecto del 20% en Chile y Uruguay, y el 36% en Perú.
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Según el estudio, hecho en Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador, Perú y Uruguay, la marihuana es la droga de mayor uso, principalmente entre los jóvenes.
En este grupo de seis países, el promedio del consumo es del 4,8%, superior al 3,8% como promedio mundial.
Ese nivel de consumo y sobre todo la dependencia de las drogas preocupan a las autoridades policiales, educativas y de salud porque la adicción, en particular en estratos bajos, se traduce en la necesidad de obtener dinero para adquirir el alcaloide y, por consiguiente, cometer delitos para conseguri.
Los robos comienzan en casa. Ropa, zapatos, electrodomésticos. Cualquier artículo de su abuela sirvió a Daniel, por ejemplo, para vender y conseguir dinero para la droga, pero era poco y por eso decidió ingresar a la pandilla de los Latin Kings, donde se ‘superó’ en el delito. Con el robo y venta de tres motos recibió 450 dólares, la mitad de lo que le correspondía; compró una pistola que le ofreció un guardia de seguridad, a quien él expendía droga. Luego vinieron los asesinatos por dinero. “Cuatro balazos, uno fijo en la cabeza”, relata con una voz tan serena que hasta una sonrisa dibuja en su rostro.
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Asaltos a proveedores de comercios con miles de dólares de por medio y a personas a bordo de un taxi eran ya una especialidad para él. La avenida 9 de Octubre, Alborada, Los Vergeles o las Orquídeas, entre otros, eran los sectores donde operaba.
Por esos y otros delitos, alrededor de 110 menores están detenidos en la Dinapen (Dirección Nacional de Policía Especializada en Niños y Adolescentes), casi la totalidad vinculados con el consumo de drogas, adicción que incluso dentro del centro correccional resulta difícil controlar, refiere el jefe de la unidad, Julio Puga.
Cifras de esa unidad policial revelan que el año pasado 1.965 adolescentes fueron detenidos por diferentes delitos; entre enero y septiembre de este año el registro suma 1.688.
Mientras aumenta el consumo de estupefacientes también se incrementa el riesgo de caer en hechos delictivos, porque los controles no son suficientes y el acceso a adquirir la droga es cada vez más fácil, evalúa Eva Cevallos, jefa del departamento de Salud Mental de la Dirección de Salud del Guayas, quien trabaja en el plan piloto para rehabilitar a consumidores de alcaloides.
Lo preocupante es el aumento de ese consumo, dice la funcionaria. Ese incremento también se puede medir por la cantidad de droga incautada. Cifras de la Unidad de Antinarcóticos del Guayas revelan una subida del ciento por ciento, de 15,74 toneladas en el 2008 a 31,50 en lo que va de este año.
Ante ese mercado, el riesgo está latente sobre todo en los planteles educativos, donde hay un incremento del consumo, dice Ricardo Loor, director del departamento de Control de Demanda del Consep.
El funcionario dice que dichos estudios servirán para fijar políticas y medidas para prevenir y proteger a los jóvenes. Pero esas acciones no deben quedar en papel, advierte Cevallos, quien indica que el programa piloto dirigido a personas de bajos recursos económicos se inició hace tres meses y refiere que a falta de recursos solo se seleccionó a 80, casi todos involucrados en delitos. Entre ellos están Daniel y Damián, cuya infancia la vivieron en medio de maltratos, en hogares de padres alcohólicos o drogadictos. Dicen estar dispuestos a recuperar sus vidas, sus estudios, sus sueños, pero temen una recaída si no tienen ayuda para seguir el tratamiento que hasta el momento ‘va bien’. Llevan tres meses sin probar ni pizca de la que consideraban su amor, su diosa.