Tener a niños desnutridos caminando descalzos por las calles mendigando comida, al mismo tiempo que campesinos buscando trabajo por las ciudades –en un país de tierra bendecida como la ecuatoriana– debería ser motivo de vergüenza nacional. Deberíamos estar de luto permanente hasta que el último agricultor deje los cinturones de miseria de Guayaquil y regrese al campo.

Nuestra tierra es dichosa, y es en ella donde reposa la verdadera base de nuestra riqueza. Los ingresos temporales que nos generan el petróleo y la minería tienen que ser invertidos en fuentes permanentes de bienestar como lo es la agricultura. Asegurando la abundancia interna de alimentos tendremos comida para nuestro pueblo, fortaleceríamos a  la agroindustria con materia prima y convertiríamos al campo en un océano de empleos.

Ecuador tiene el potencial para convertirse en la alacena del mundo. Para este fin el Estado debe enfocarse en darle estabilidad al agricultor para que quiera sembrar siempre, en vez de pensar en desgastar dinero y energías con expropiaciones a tierras improductivas.

Si la gente con tierra no siembra es primordialmente porque no es negocio. La agricultura es una actividad riesgosa –aparte por el factor climático– porque los precios fluctúan fuertemente con la oferta y la demanda. Cuando hay abundancia de producto los precios bajan e irónicamente la abundancia es directamente proporcional a la disponibilidad de créditos que el Banco Nacional de Fomento ofrece.
 
El precio de un producto a la hora de cosecharlo puede estar por debajo del punto de equilibrio, y es ahí cuando las deudas al BNF se vuelven un tormento y obligan al campesino a abandonar el campo. Se requiere un esquema de comercialización que sea parte de un plan integral de sustentación de la agricultura, de lo contrario el BNF terminará como en muchos casos del pasado, fomentando el endeudamiento y no a la agricultura.

Países del primer mundo –con economías de mercado– no dejan en manos de la oferta y la demanda al agricultor. Saben que hacerlo es un pecado capital. En Ecuador se han intentado mecanismos fallidos para que el campesino no pierda, como por ejemplo el establecimiento de precios oficiales. Esa medida, muy común en varios gobiernos, termina fracasando porque es una guerra contra el mercado, olvidando que nadie puede obligar por mucho tiempo a nadie a comprar a un precio que le genere pérdidas. Se tiene que innovar con un nuevo sistema de comercialización. Uno que le permita al campesino pagar su deuda al BNF con producto y no con dinero.

En el cual sea el Estado quien venda el producto que recibe como pago de las deudas que tiene el agricultor con el BNF. Es decir, el Estado participaría en el mercado, en vez de combatirlo. El esquema debe ser un rombo de sustentación de la agricultura, constituido por el Estado, el BNF, el agricultor y la agroindustria. Tiene que incluirse anualmente en el presupuesto del Estado un monto –como gasto productivo– dirigido a la sustentación de la agricultura, así esto le signifique perder dinero en la comercialización. Sería un gasto con respuesta productiva inmediata y exponencial en empleo, materia prima y comida. Es decir, el presupuesto del Estado utilizado como debe ser: como una herramienta de desarrollo.