Lo estoy ensayando. En serio que lo estoy ensayando. Luego de ver al termómetro marcar 29 grados centígrados al mediodía de la otrora helada Cuenca, de batallar con los cortes de agua y los racionamientos de energía eléctrica, de soportar lluvias de ceniza por las más de mil hectáreas quemadas en las últimas tres semanas en el entorno rural de la capital azuaya, debemos despolitizar el tema y ser más sensatos con el medio ambiente. Eso incluye baños de tres minutos.

La tarde del martes, a 3.500 metros sobre el nivel del mar, trataba de entender las motivaciones sociológicas que llevan a edificar una imagen católica de 30 metros de altura sobre un cerro casi inaccesible y sagrado para la cultura Cañari: el Abuga. “Como parte del Cuerpo de Bomberos he venido a pedir que paren los incendios forestales, nosotros ya no podemos más”, me dice Marco Pérez, voluntario derrotado por la inclemencia de los incendios. Y su “milagro” fue atendido de inmediato: en el horizonte relámpagos anunciaban la llegada de un intenso aguacero que, por nuestra posición, vimos cómo minutos después ahogaba paulatinamente fuego y humo.

Obviamente se trataba de una coincidencia, pues así como debemos despolitizar el tema, no debemos pensar que la solución a nuestros problemas ambientales pasa por lo religioso. Hay indicadores concretos de lo que estamos haciendo con el futuro del planeta.

Diariamente llegan al Azuay, desde la Terminal de Pascuales, 100 tanqueros con mil galones de capacidad cada uno, para proveer de combustible extra, súper, diésel y diésel prémium a los centenares de miles de automóviles –solo en Cuenca 80 mil– que actualmente circulan por sus calles y avenidas.

Los congestionamientos ya no están en determinadas intersecciones del centro histórico; están en todas las vías principales y secundarias, accesos, redondeles…

¿Y qué ocurre en las más grandes urbes del país, como Quito y Guayaquil, donde viven más de cuatro millones de personas?

Utilizar más transporte público alivianaría la carga de CO2 que diariamente lanzamos a la atmósfera, y que es parte del ciclo que provoca el calentamiento global, el desplazamiento de nubes, la ausencia de lluvias, los racionamientos eléctricos, la deforestación…

Proporcionalmente nada que envidiar a Brasil, donde está la mayor reserva mundial de la biósfera, pero donde en 8 años se quemaron 2,4 millones de hectáreas de bosques.

Solamente por el cambio de uso del suelo, con quemas provocadas de bosques, se lanzan emisiones de carbono a la atmósfera por 1.700 millones de toneladas; según estudios del Centro Internacional de Investigación Forestal, esta cifra equivale apenas al 20% de las emisiones globales de carbono; una cantidad similar corresponde a las emisiones del sector del transporte que utiliza combustibles fósiles.

También en Bolivia se culpa a la política de las consecuencias ambientales como la del lago Titicaca, cuyo espejo de agua ha perdido 4 metros de altura; o de las inundaciones que, simultáneamente a la sequía en Sudamérica, ocurren en Centroamérica.

Ahora con permiso, es hora de mi baño de tres minutos a pesar de que en el Austro las lluvias se han desatado. Y que todo sea por brindar una oportunidad para los que vienen atrás.