Azuay y Cañar celebraron sus fiestas de independencia con una certeza: en materia vial, la patria ya no termina en Riobamba.

Veamos: hace 22 años, cuando con cierta frecuencia viajaba a Quito por vía terrestre con el objetivo, como muchos adolescentes, de ingresar a la escuela de aviación, había un tramo –en realidad muchos desde que partíamos de Cuenca– entre Chunchi y Alausí, que despertaba a los somnolientos viajeros.

Se trataba de un desvío de la Panamericana Norte que ascendía hasta un pueblo llamado Gonzol. En aquella época los transportistas ya se quejaban del deslizamiento que sepultó con toneladas de tierra y rocas cerca de doscientos metros lineales de carretera. En la oscuridad de la noche se veía, a través de los ventanales, una larga columna de vehículos avanzando lentamente, a veces retrocediendo para tomar las pronunciadas curvas, e inmediatamente se respiraba polvo. Un polvo que se tomaba las fosas nasales, se asentaba en los párpados y resecaba los ojos. Un polvo que invadía el ambiente de aquella pequeña Torre de Babel que constituye todo bus de transporte interprovincial, y se tornaba en halos de luz cuando los faros de automotores que venían en sentido contrario apuntaban al interior.

Ya casi había olvidado la experiencia cuando en las vacaciones del año 2007 regresé por esa ruta. El desvío había generado una cadena de mendigos a lo largo de unos 15 kilómetros: niños indígenas de la zona, o sus madres, cruzaban endebles cuerdas multicolores tejidas con retazos de ropa, para obligar a los viajeros a detenerse y solicitarles caridad. Aprovechaban los meses de vacaciones en la Sierra, entre julio y septiembre, y en diciembre, en las proximidades de la Navidad, para conseguir algo con qué sobrevivir. Más adelante baches y hasta falta de puentes, como en Guasuntos, donde en pleno siglo XXI los vehículos debían tomar un vado para atravesar el río del mismo nombre.

En este feriado por el Día de Difuntos y la Independencia de Cuenca, decidí recorrer los 321 kilómetros que separan a la capital azuaya de Ambato y, excepto por unos tramos en la provincia del Cañar, constaté que la Panamericana Norte finalmente es una vía digna de un país que busca salir del subdesarrollo. El polvoriento desvío entre Chunchi y Alausí se convirtió en vía principal, y los mendigos que aprovechaban la poca velocidad de los vehículos para pedir caridad, desaparecieron. En su lugar, o quizá ellos mismos, comerciantes ofrecen frutas y discos compactos. El paso por el río Guasuntos se lo hace por un moderno puente, sin reducir la marcha. Las insufribles seis horas que tomaban llegar a Ambato se redujeron a cuatro y media horas.

La verdadera independencia para el Austro llega en forma de vialidad. Atrás queda el eterno aislamiento que vivíamos quienes, por espíritu aventurero o por falta de recursos, no podíamos abordar un vuelo para trasladarnos al resto del país.

Y así están las vías a Morona Santiago, El Oro, Loja y Guayas, algunas reconstruidas con hormigón, por lo que los millonarios contratos bianuales de reconstrucción harán una pausa durante los próximos 30 años.

Así vale la pena celebrar la verdadera independencia.