Me cuentan que ha muerto el sentido común, que fue un día muy triste para la gente que aún lo quería; fue estimado por multitudes, aclamado por pueblos enteros, elogiado por civiles y militares, bienvenido en toda reunión. Poco a poco lo rechazaron y terminó relegado, menospreciado, hasta desconocido.

Quise hablar con sus familiares, no los encontré. Verdad y Confianza fueron sus padres; su esposa era Discreción; sus hijos Responsabilidad y Raciocinio. Llamé a la central del gobierno, quise saber si se había decretado duelo nacional, me dijeron que no conocían al difunto, que nadie había reclamado por su muerte, que los gobernantes lloran solamente a los amigos muy íntimos. Nunca entendí la respuesta; jamás comprendí la posibilidad de que el gobierno de un país no conociese el sentido común.

“Sentido común” fue mi compañero de aula. Mis maestros siempre le dieron una ubicación distinguida. Decían que era el sexto sentido, luego de enumerarme los cinco anteriores universalmente aceptados: olfato, oído, vista, gusto y tacto. Más tarde, cuando mi juventud se fue y llegaron en tropel los años maduros entendí la importancia y jerarquía de ese sexto sentido. Solo cuando descubrí la enorme riqueza de poseer los cinco sentidos, supe que el sexto debía tener el mismo o superior valor; fueron años que comprendí la riqueza de poder oír todos los sonidos que se producen en la naturaleza; de ver y mirar la gama inmensa de colores, paisajes y rostros; de apreciar los sabores que poseen cada uno de los alimentos y golosinas; de disfrutar de perfumes variados y finalmente, de poder palpar y gozar con  sensaciones inenarrables. Solo entonces valoré el sentido común.

Algo más quise hacer y lo hice. Busqué información, antecedentes y consecuencias. Sentido común llevaba mucho tiempo en la tierra, centenas y miles de años. Nunca hubo una aceptación global, pero todos querían tenerlo cerca. Las personas, las familias y las sociedades en general se preciaban de poseer ese sexto sentido, el sentido común. Lentamente, casi sin darse cuenta la humanidad, empezó a deshacerse del sentido común. Cuando murieron sus padres y sus hermanos; aparecieron tres hermanastros: “Conozco mis derechos”, “Otro tiene la culpa”, “Soy una víctima de la sociedad”.

Me contaron que el sentido común desapareció cuando los padres atacaron a los maestros de sus hijos, cuando el aborto se convirtió en negocio rentable, abierto y clandestino; cuando la homosexualidad fue reconocida como un derecho; cuando fue abolida la libertad de prensa; cuando los gobiernos cambiaron la democracia por la tiranía de un voto manipulado; cuando los Diez Mandamientos dejaron de ser un código de vida y se convirtieron en motivo de risas, en leyes obsoletas; cuando los criminales eran tratados con mayores consideraciones que sus víctimas.

“No gastes más de lo que ganas”, “trabaja para tener un techo que cubra tu cabeza”, fueron dos reglas muy apreciadas por sentido común.  Siempre se dijo, con algo de ingenio, entre seriedad o  ironía, que “el sentido común era el menos común de los sentidos”. La frase recobra actualidad, hoy más que nunca.