BARCELONA, España
Era tan bajito que cuando se sentaba en una silla sus pies no tocaban el suelo. Siempre estaba ronco, llevaba gafas oscuras, patillas anchas a lo Bismarck y venía al colegio en moto. Su nombre completo era Gonzalo Passailaigue, pero le decíamos Pasley. Era el profesor de literatura universal.
Cumplía los requisitos para que un grupo de adolescentes se burlara de él.
Pero ocurría lo contrario. Era uno de los más respetados. No faltaba ni se retrasaba nunca. Un día, para asombro de todos, inició su hora y Pasley no llegaba. Hasta que se abrió la puerta y lo vimos, jadeando, despeinado, con la camisa manchada y rota. Había tenido un accidente en su moto, pero allí estaba. Jamás nos alzaba la voz. No utilizaba los manuales de colegio, sino que nos entregaba fotocopias de lecciones que él mismo escribía. No toleraba que se leyeran libros abreviados, mínimo indispensable en una clase de literatura, sino que exigía fijarnos en detalles aparentemente secundarios.
Cuando trató sobre Shakespeare alargó el programa y nos hizo leer dos de sus dramas. Todavía recuerdo que en una clase sobre Romeo y Julieta, mientras uno de nosotros explicaba la trama, Pasley preguntó lo inesperado: ¿qué se dice allí –acto cuarto– sobre los cocineros y las especias?
Preocupados más por la tragedia de Romeo y Julieta, Pasley quería que nos detuvieramos en los cocineros y en las especias (eran limón y clavos de olor). Flaubert y Nabokov sabían de la grandeza del detalle, porque en eso que jamás es secundario para un escritor se apoya la fuerza de una obra.
El mismo año que lo tuvimos como profesor, vino uno muy joven y altísimo, el contrapunto de Pasley, a darnos geografía económica. Recuerdo que le lanzó un borrador a un compañero, recuerdo una vena furibunda en su cuello mientras le gritaba a un grupo de muchachos que no encontrábamos en él ese respeto que Pasley infundía siendo tan chiquito. Era Rafael Correa, el mismo que en una trasmisión sabatina dijo de su ministro Vallejo que era “medio lenteja”. Ese lenguaje ha favorecido la falta de respeto con la que personeros de la Unión Nacional de Educadores se han expresado sobre el que, probablemente, sea el mejor y más experimentado de los ministros actuales en su ramo. Ojalá que la preocupación por la popularidad del Gobierno no pase vergonzosamente por encima del rigor del Ministro que merece el apoyo frente a la UNE. Profesores como Pasley habrían aprobado la evaluación al más alto nivel. Son ellos quienes merecen el respeto a su esfuerzo mientras otros quieren escurrir el bulto y convertir la educación en un territorio de poder.
Pasley murió en 2005. Lo supe tarde y estando fuera de Ecuador. Nunca me atreví a darle ninguno de mis escritos. Ese gran hombre me había enseñado a leer como nadie porque amaba la literatura y su vocación de profesor. Pero al menos fui a buscarlo al colegio Cristóbal Colón para invitarlo a la presentación de mi primer libro. Seguía dando clases. Aceptó encantado. Allí estuvo el día de la presentación, sentado en primera fila, con sus pies que no tocaban el suelo.