Nuestra Constitución consagra el derecho a la alimentación (artículo 13): “Las personas y colectividades tienen derecho al acceso seguro y permanente a alimentos sanos, suficientes y nutritivos; preferentemente producidos a nivel local y en correspondencia con sus diversas identidades y tradiciones culturales” y obliga al Estado a garantizar que “las personas, comunidades, pueblos y nacionalidades alcancen la autosuficiencia de alimentos sanos y culturalmente apropiados de forma permanente (artículo 281)”. En los incisos de este artículo establece una asociación entre soberanía alimentaria y la producción originada en pequeños productores y comunidades campesinas e indígenas. Aún más, mucho del reciente levantamiento indígena tuvo que ver con demandas de concretar la soberanía alimentaria.

Ahora bien, ¿qué es eso de alimentos sanos, nutritivos y culturalmente apropiados? Libros recientes de Michael Pollan como En Defensa de la Comida, un verdadero manifiesto en contra de la alimentación originada en la agroindustria, sostiene con mucho fundamento que las personas harían bien en alejarse de la dieta occidental y de la ideología de lo que él denomina nutricionismo, una supuesta ciencia que él encuentra inspirada por los grandes intereses agroindustriales. Esta dieta, contrariamente a lo que su publicidad destaca como méritos, está asociada a todo tipo de desórdenes de salud, comenzando con obesidad y terminando en problemas cardiacos y cáncer.

Pollan promueve una alimentación basada en pocos principios: coma comida aunque esto suene a perogrullada. Con esto quiere decir no coma nada que: su abuela no reconocería como comida; que contenga al menos cinco ingredientes impronunciables o que están en las perchas centrales de los supermercados. Enfatiza la necesidad de comer sobre todo plantas y hojas, alejarse de alimentos basados en semillas e ingerir carnes que se alimenten de pasturas (usted es lo que come y lo que come, lo que usted come) e ingiera alimentos que provienen de suelos saludables, no repletos de químicos. Finalmente destaca la importancia de comer poco, coma menos aun cuando tenga que pagar más por mejores alimentos; a ello agrega la necesidad de comer en familia o con amigos, hacerlo lentamente, si es posible cocinando en familia y si puede, aconseja, tenga su propio huerto. Si no, trate de comprar sus alimentos donde venden los productores.

Mucho de lo que recomienda el señor Pollan es razonable y al menos yo trato de tener una alimentación que se acerca bastante a sus postulados. ¿Pero puede hacerlo todo el mundo? Me parece que no. Me explico. Una alimentación basada en estos principios implica al menos tres cosas: que se tiene tiempo para preparar los alimentos, que la mayor parte de la población tiene ingresos para sostener una dieta de este tipo y que existen los mercados y las formas de comercialización que permita vender masivamente productos sanos.

Esto no es el caso. En la mayor parte de hogares, los dos cónyuges trabajan, lo que deja poco tiempo para preparar los alimentos como hacían nuestros abuelos. En segundo lugar, las familias de bajos y medianos ingresos destinan ya una altísima proporción de sus gastos a alimentos; y tercero, esos mercados y sistemas de comercialización no funcionan adecuadamente. La agroindustria y los supermercados tienen capacidad ahora de producir y llegar a los consumidores con calorías y proteínas de bajo precio. Por el momento parece ser la forma más barata de alimentarse; aun cuando no parece ser la mejor forma de comer.

Difícil paradoja la que nos plantea la alimentación y la soberanía alimentaria.