No existe una actividad humana en donde no se forme una pirámide natural. Una amplia base de participantes y solo unos cuantos en la cúspide. Así es en lo académico, en el deporte, en la literatura, en el periodismo, en la política y hasta en la delincuencia. Y por supuesto la pirámide se repite en lo económico. Querer combatir la formación de este cuerpo geométrico en el desarrollo de la humanidad es como pedirle al mundo que pare de girar. Existen personas que suelen aplaudir cuando un hombre –por su talento y esfuerzo– se convierte en el mejor atleta del país. Reconocen su logro y no culpan a nadie de su éxito. Sin embargo cuando alguien genera por su trabajo una marcada superioridad económica frente al resto, rápidamente les nace la envidia. Con demasiada frecuencia, los mismos que idolatran al mejor deportista, se sienten atormentados cuando ven comprar un impactante carro nuevo a aquel amigo de la universidad que le va tan bien en su negocio. Aceptan la formación de la pirámide en el deporte, pero les duele en lo más profundo de su ser cuando se forma la misma pirámide en lo monetario. Nunca se ha escuchado ninguna ideología política que intente hacer a todos los deportistas, o escritores, o periodistas, igual de buenos o igual de malos. Esa desigualdad no parece molestar a nadie. Sin embargo la desigualdad económica mal interpretada perturba, y ha sido siempre la excusa para discursos en contra de los ricos, generando espacios en la historia para desquicios sociales como es el comunismo y para charlatanes paranoicos como en el populismo.

Es curioso ver que en países latinoamericanos la élite monetaria tiene siempre enemigos, mientras que la élite en otros campos tiene siempre admiradores. El principal problema que debemos superar primero es nuestro sentimiento hacia el dinero ajeno. Nos debe alegrar ver cuando la gente se hace rica honradamente a punta de creatividad y esfuerzo, y más aún si en su camino genera centenares de empleos. Debemos ser capaces de aplaudir con el mismo fervor cuando un deportista gana un trofeo sin hacer trampa, como cuando un empresario se hace millonario pagando sus impuestos. La desigualdad económica es inevitable de cualquier manera, como inevitable es la formación de la pirámide de ingresos. Aunque con distintas proporciones, se forma en Suiza, se forma en Ecuador y hasta en la misma Cuba, donde los mismos que dicen combatirla viven embebidos en privilegios. La pirámide no es el problema, sino cómo se vive dentro de ella. Hacer cada vez menos pobres a los pobres sin acosar a los ricos es buscar genuinamente el bien común y el progreso real y sostenible de una sociedad. Cuando alguien hable en contra de los ricos, el motor de su lengua es seguramente la envidia. Nuestros países necesitan discursos con más ideas y menos culpables. Preparar a los pobres con educación y salud para que salgan de su infierno, y dar apoyo a los que más tienen para con su ayuda y con sus impuestos generar más infraestructura y más riqueza, parece ser la combinación más sensata para sociedades como la nuestra. El pragmatismo es un don escaso entre nuestros políticos. Busquemos a quienes nos hablen de cambiar el contenido de la eterna pirámide, y alejémonos de aquellos que nos ilusionen con la fábula de mutar su innata e inmutable forma.