Una vez ratificada la incorporación del Ecuador a la ALBA, es decir al muy estrecho grupo de amigos sin condición del coronel Chávez, surge inevitablemente la pregunta acerca de la independencia que pueden tener los gobernantes de los países miembros de dicho organismo, cuando por convencimiento ético o ideológico resulte necesario contradecir las afirmaciones de la vedette suprema de la ALBA.

Y es que no cabe duda que la estructura propia de la ALBA, más allá de promover la integración como básico objetivo (como así se argumenta), tiene elementos políticos amparados en una curiosa versión socialista pero que se sustentan realmente en la necesidad que tiene Hugo Chávez de proyectarse como supremo sacerdote en el reino de Bolívar, que en el caso que nos ocupa equivale a nombrar un ventrílocuo para que dirija la ALBA, pues sería candoroso pensar que un autócrata convencido con tal enorme ego va a admitir de alguna manera, una posición u opinión divergente aún más tratándose de un organismo que es, a fin de cuentas, un instrumento más de su libreto expansionista.

Por eso es que me preguntaba respecto de qué ocurrirá cuando Chávez a través de la ALBA quiera exponer e imponer su visión geopolítica. Y para muestra basta la Declaración Final de la reciente cumbre de la ALBA, en la cual los presidentes de Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador rechazaron "la injerencia externa" en Irán y ratificaron "su respaldo a la Revolución Islámica de Irán, a las instituciones de la República Islámica de Irán y al gobierno del presidente Mahmud Ahmadineyad", todo esto a raíz de la gravísima crisis interna que ha surgido en Irán luego de las denuncias de un posible fraude electoral y que ha expuesto la realidad de un gobierno teocrático.

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Que Hugo Chávez diga que "Ahmadineyad ganó con todas las de ley" y que conoce bastante la realidad iraní, no debería sorprender toda vez que las concesiones democráticas del Presidente venezolano son distorsionadas, por no decir ambiguas. La Revolución Islámica respaldada por los miembros de la ALBA es la aplicación de una forma de gobierno inspirado en los ayatolás chiitas que aplican de forma fervorosa su visión fundamentalista del mundo y de la política. Esa forma de gobierno disimula una concepción represiva intolerable con los principios democráticos, por eso cuesta admitir que nuestro Presidente se haya sumado a ese respaldo de la revolución islámica.

Qué aleccionador hubiese sido que en esa cumbre de incorporación a la ALBA, en lugar de sumarse al respaldo de la revolución islámica intercambiasen una foto de Neda, la estudiante de Filosofía asesinada brutalmente en días pasados en las calles de Teherán, al menos para recordar que no es lo mismo ser fiel a un principio que ser adherente de un desatino.