El revuelo levantado por el hermano del Presidente de la República, que ha gozado de numerosos contratos millonarios con el mismo Estado que lidera su hermano menor, ha originado ataques y contraataques que, con la mayor racionalidad, la ciudadanía espera que se vayan aclarando sin escándalo en un marco de cordura. Sin embargo, para quienes han creído en el cambio en el Ecuador, la revelación de estas transacciones ha producido desencantos con respecto de la llamada revolución ciudadana: entre revolucionarios, que dicen portar una moral distinta que antepone el provecho público al individual, estos contratos lesionan la posibilidad de dar crédito a las palabras del Presidente y de todo el Gobierno porque se ha puesto en la cuerda floja un asunto de principios.

Los principios son básicos para sostener el curso de nuestras acciones y sentar sólidos cimientos para la potencia de una nación. Es verdad que las tesis no tienen que ser rígidas y que siempre hay cómo flexibilizarlas porque la dura realidad es más rica que las teorías, pero los principios guían nuestros actos, las decisiones que tomamos, los estilos de vida que asumimos y en los que criamos a nuestros hijos. Las declaraciones de Fabricio Correa evidencian que, si atendemos bien a su curiosa lógica, los principios cuentan poco: lo que hace a un hombre exitoso es el solo afán de ganancia, la reproducción del capital y el interés estrictamente personal. De sus confesiones colegimos, con dificultad, que, para él, la revolución ciudadana y el socialismo del siglo XXI son otra ocasión más para hacer un estupendo negocio.

En una de sus más recientes apariciones, en la concentración en contra de la dirigencia de la UNE en Guayaquil, Fabricio estuvo subido en la tarima, tomando por los hombros y abrazando a uno, a dos, a tres, a cuatro ministros y funcionarios e indiferente al discurso de su hermano el Presidente, pues mientras Rafael Correa hacía un estupendo esfuerzo por dotar de contenidos a la propuesta de evaluación a los maestros, un radiante Fabricio hablaba y mensajeaba por el celular, demostrando estar en otra parte. Como él, hay varios miembros del equipo de Gobierno que, de la noche a la mañana -la noche es el socialcristianismo, la diletancia, el borjismo, el abdalacismo y el gutierrismo; la mañana, la revolución socialista del siglo XXI-, se han instalado sin sonrojarse siquiera como actores visibles del Gobierno.

Publicidad

El presidente Correa no debe olvidar que, como nadie, él encarna la esperanza de un país y que está obligado a darse cuenta de que, para vivir, la gente no requiere de retóricas sino de prácticas consecuentes que construyan una convivencia ordenada por principios consensuados. Ciertamente no es pecado mortal comerciar con el Estado. Lo lamentable es que el modo de pensar a lo Fabricio, de cohabitar con Dios y con el diablo al mismo tiempo, atraviesa a demasiados personajes del Gabinete ministerial, de las secretarías, de los representantes del Ejecutivo en varios organismos, y de los adeptos de última hora o por equivocación del movimiento PAIS que ahora son asambleístas. Fabricio es la prueba viviente de un modo oportunista que se ha colado en el Gobierno. Estar en el poder para tener poder es también otro gran negocio.